21: Teach Me How To Love You

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21: Teach Me How To Love You, Shawn Mendes.

Vi como una bola de nieve describía una trayectoria perfecta en el aire antes de impactar con un golpe seco en la cara de Andrew. Ryle aulló en señal de victoria y su hermano mayor le dirigió una mirada teñida de salvaje orgullo mientras el peliblanco luchaba por si quiera pestañear.

El nivel de la pelea de bolas de nieve había escalado a un intercambio encarnizado del que juzgué prudente alejarme. Ya había recibido más bolazos de los que habría estado dispuesta en cualquier otra circunstancia y tenía las manos y la cara entumecidas por el frío.

Aprovechando el caos que se desató cuando Andrew, lejos de amilanarse, contraatacó, me deslicé hacia la puerta de la casa, desde donde la madre de Booth contemplaba el panorama con una sonrisilla divertida.

Subí al porche, sacudiéndome la nieve de encima con la máxima elegancia posible, pues sentía su aguda mirada posada sobre mí. No es que Gray y yo estuviésemos junto. No lo estábamos, así que, técnicamente, su presencia no debería resultarme tan intimidante. Pero, siendo sincera, siempre había sido una persona muy impresionable y mi timidez intrínseca volvía complicado el asunto de mirar a los ojos a individuos con los que no estaba relacionada.

Fue más fácil congeniar con Adam y Ryle, solo tuve que posicionarme en su bando y abandonar vilmente el de Gray. Mi orgullo de hermana pequeña simplificó la transacción de lealtades.

—Parece que se divierten —comentó Margot Booth cuando me acerqué más a ella.

—¿Eso parece? —pregunté, no muy convencida.

Me bastó un vistazo para comprobar que la contienda se había encrudecida y que se habían forjado alianzas improbables, como Gray y Andrew contra los mellizos y Thiago que resultó ser bastante diestro en el manejo de proyectiles de nieve.

—Mis chicos siempre han sido muy brutos —confesó la mujer, encogiéndose de hombros—. Lo han heredado de su padre, creo —me guiñó un ojo.

Asentí, educada, porque tampoco sabía muy bien que más decir.

Margot palmeó el hueco que quedaba a su lado en el banquito de piedra donde estaba sentada, siendo espectadora de primera fila de la batalla campal que se disputaba en su propio jardín. Anhelaba un poco de calor, pero no titubeé a la hora de aceptar la invitación y aposentar mi trasero sobre la piedra fría.

—Nos alegramos mucho de que hayas venido —dijo, transcurridos unos minutos en silencio.

No la estaba mirando, así que me volví, topándome con demasiada honestidad en sus ojos, del mismo tono plomizos que los de su primogénito.

—Gracias por invitarme, yo... eh... también me alegro de estar aquí.

Me dedicó una sonrisa afectuosa.

—Por supuesto, cariño. Esta es tu casa, si así lo quieres.

—¿Os ha contado Gray algo sobre...?

No fui capaz de especificar más, pero no hizo falta. Una sombra de reconocimiento atravesó la mirada despejada de la mujer que suavizó la cara y asintió, con una prudencia que reconocía muy bien.

—No demasiado —se aprontó a decir—. En estas fechas no es raro que los aeropuertos sufran cancelaciones, pero puede ser chocante para los de fuera. Sobre todo, si les impide volver a sus casas en unas fechas tan señaladas.

Una bola de impotencia pesó en mi estómago y volví a asentir, porque notaba la garganta tensa y eso jamás era una buena señal.

—Pero los despejarán, tranquila, podrás volver a casa antes de darte cuenta.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora