12: All I Want for Christmas Is You

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10:10.

30ºF

12: All I Want For Christmas Is You, Mariah Carey. 

Cuando me desperté, lo primero que pude enfocar fue una pareja de palabras que tardé en ubicar debido a la cantidad indecente de purpurina que traían encima. Tardé un par de pestañeos en contextualizar lo que mis sentidos captaban: una visión diferente a mi cuarto en la residencia, un aroma indudablemente masculino que activaba en las áreas más primitivas de mi cerebro, un cuerpo caliente y enorme abrazado al mío...  y un espantoso cartel de «No molestar» que se había caído al suelo, junto a la cama.

Lo primero que hice fue una traición a mis principios para la autopreservación, me llevé los dedos a los labios, para tocar los remanentes del beso. Besos, en plural. Les guardé el luto a aquellos que había dejado morir, con el fin de proteger mi corazoncito de una hecatombe nuclear. 

Aunque... empezaba a sentir cierta inevitabilidad en el asunto.

Arrastré la barbilla por mi hombro, para contemplar el rostro de Booth... no, de Gray, sumido aún en un sueño sosegado. Sus facciones no eran del todo simétricas, pero las líneas convergían de una manera que resultaba atractiva para cualquier sujeto con una capacidad de visión más o menos decente. 

No fui consciente de mi sonrisa bobalicona hasta que el chico no se revolvió, navegando por las someras aguas que separaban la orilla del sueño con la consciencia. No entré pánico, como habría esperado, si no que aguardé a ver sus ojos grisáceos desplegarse ante mí.

Un pinchazo certero me atravesó el pecho cuando las comisuras de los labios de Gray temblaron y un esbozo de sonrisa adormilada iluminó su cara. Aflojó los brazos, para que pudiera tenderme del otro lado y así dejar de girar el cuello como una muñeca diabólica. 

La vergüenza que experimenté la noche anterior, tras el asunto del beso y del no-beso, ya no estaba ahí. Lo que, de hecho, era raro, porque no solía dejar ir mis recuerdos que consideraba humillantes tan fácilmente. Y no sabía definir cómo me sentía al respecto, pero con Gray debía hacerme a la idea y renunciar a mi compulsividad de identificar cada una de mis emociones. Porque era imposible, eran demasiadas. 

—Buenos días —me regaló los oídos con sus primeras palabras de la mañana, con la voz rasposa.

—Buenos días. Tengo una pregunta.

Gray pestañeó, una, varias veces antes de gruñir con una nota de impotencia y alargar un brazo para alcanzar sus gafas, que se ajustó sobre el puente de la nariz.

—Tú dirás.

Señalé el cartel con un movimiento de cabeza.

—¿Eso estaba ayer aquí?

Gray cerró los ojos con una característica mueca de sufrimiento.

—Es cosa de Andrew y Thiago —adiviné.

—Esos dos imbéciles me dieron la charla, después de que te acercara a la residencia —dijo, masejeándose las sienes. 

—Tienen buena intención.

Abrió un único ojo con actitud recelosa.

—Su única intención es torturarme.

—Lo que yo decía, buena intención.

—Eres más mala de lo que aparentas, Blair Monroe. Mucho más. Un lobo con piel de cordero. 

Sonreí.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora