10: Mistletoe

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19:19.

32ºF.


10: Mistletoe, Justin Bieber.

Maldije en voz baja cuando me tropecé con mis propios pies en los escalones, producto del cava que me encontraba metabolizando. No medité demasiado al tomarme tres copas en un intervalo de tiempo irrisorio, pero los efectos empezaban a nublarme el cerebro y disparar el histerismo intrínseco a mi personalidad.

Sobrepensar borracha es un hobby en extremo peligroso. Puede hacerte perder pie y fallar a la hora de atinar con el escalón, ajá, justo así. Por suerte dispuse de los reflejos necesarios para agarrarme a la barandilla y continuar en mi misión de búsqueda.

No sé por qué buscaba a Booth con tanto ahínco.

Pero necesitaba encontrarlo, así que no me detuve. 

Acababa de rechazar la posibilidad de protagonizar mi propio k – drama y me sentía un grado más allá de la más pura miserabilidad. Era un ser cuya idiotez tendría que ser un caso de estudio clínico para los más brillantes neurocientíficos.

La verdad, mientras continuaba mi huida, no encontraba un motivo que validase el rechazo al que había sometido al pobre Matt, porque lo encontraba atractivo; más que eso, de ensueño. Quizás su nivel de perfección me perturbó e hizo sentir sucia e indigna en su presencia. Ojalá saberlo, porque la reacción fue muchísimo más visceral a una reflexión de clases. 

Podía detenerme y volver, con una sonrisa juguetona fingiendo que no había estado a punto de poner pies en polvorosa. O podía continuar alejándome como la vil ratilla que era. Yep, la segunda opción era mucho más cómoda.

Coroné las escaleras tras un tiempo ridículamente largo y contemplé el pasillo sumido en la sutil penumbra. La fiesta apenas era ruidosa, hasta mí llegaba el eco de las conversaciones y la selección de canciones navideñas. Era un ambiente bastante agradable, distendido, sin la fealdad y olor a cerrado de las celebraciones universitarias, según mi experiencia previa. Pero me agobió de todas formas. Suspiré. 

Habría cerca de cinco habitaciones en esa sección del piso de arriba y tuve que mentalizarme en el hecho de que, para encontrar a Booth, tendría que abrir alguna de las susodichas puertas. Eso significaba que podía toparme con situaciones privadas.

—¿Booth? —pregunté a la nada con una frágil esperanza de no tener que pasar por el mal trago de continuar con la búsqueda. 

Recibí vacío en respuesta.

Ese idiota... ¿dónde se había metido?

—Booth —repetí, con más fuerza y el inicio de un berrinche que notaba creciendo en mi garganta como una bola maciza.

La primera puerta que abrí me dio acceso a una habitación desértica. El alcohol me ayudó a ser más resolutiva en la puerta número dos, que obtuvo un resultado similar. Gruñí. Comenzaba a sentirme en uno de esos concursos de acierta la puerta para llevarte al soltero de oro, el coche o la casita en la playa.

Toqué con los nudillos en la tercera, aguardando, aunque fuera, una exclamación ahogada y el siseo de sábanas. Repetí el ritual dos veces más, siguiendo los sabios consejos de Sheldon Cooper. Ser ignorada me sonó como una invitación, así que la empujé, dejando una estrecha rendija por la cual asomarme.

El cuarto estaba iluminado, a diferencia de los otros. Primero detecté una monstruosa cama hasta arriba de abrigos y después lo vi a él, casi camuflado en la pila de ropa. Me colé en el interior, cerrando la puerta a mis espaldas.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora