28: Christmas (Baby Please Come Home)

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28: Christmas (Baby Please Come Home), Michael Bublé. 

—Cielo, vas a perder el vuelo.

Hice oídos sordos a ese comentario.

—Blair... —Gray se rio contra mi boca y el sonido me reverberó por todo el pecho.

—Es que... —refunfuñé, buscando sus labios una vez más para darle un beso—. El último, lo prometo —. Le di, y otro más—. Bueno, el antepenúltimo.

—Vas a perder el vuelo —repitió, remarcando las sílabas.

Me rendí con un suspiro de capitulación y me eché hacia atrás. Gray me sonrió, divertido, con los labios enrojecidos por la fricción de los besos y el rostro aún adormilado a causa del madrugón. Estábamos parados en mitad del aeropuerto, un poco antes de los controles. Había amanecido un día helado y el coche del chico tardó siglos en arrancar, pero, aun así, habíamos logrado llegar a tiempo. Solo que yo no era buena con las despedidas. En absoluto.

Y el hecho de que me agobiara llegar a mi casa no colaboraba a reunir fuerzas para separarme de los brazos del chico y montarme en aquel dichoso avión.

—Irá bien —dijo Booth, como si pudiera leer mis pensamientos. Dejé caer el rostro contra la cálida palma de su mano y le di un besito en ella—. Ya verás. Disfruta de estos días con tu familia. Yo estaré aquí cuando vuelvas.

—Estoy un poco cagada. Les mentí. En varias cosas. Fui infantil e inmadura.

—Y luego les dijiste la verdad y te disculpaste. Ellos lo entendieron, y no eres ninguna de esas cosas. Solo que tuviste tu proceso. Necesitabas tiempo y no supiste como pedirlo. Pero todo eso ha quedado solucionado.

—Odio volar sola —lloriqueé. Mi cerebro pujaba por aferrarse a una excusa, un condicionante que me mantuviera en estado de alerta y desasosiego.

—Apenas has dormido nada esta noche. Será sentarte en el asiento y caer rendida. Estarás aterrizando antes de que te des cuenta. Has metido como tres libros diminutos de los tuyos en la mochila, por si acaso —me recordó. Flexionó la espalda para darme un beso en la punta de la nariz—. Ahora ve, corre. Y escríbeme cuando llegues.

—Lo haré. Gracias por traerme, y... bueno, por todo.

—De nada —. Posó sus manos en mis hombros y me dio un suave empujoncito, que me hizo retroceder dos pasos—. Ve. Tu vuelo sale dentro de ocho minutos.

Separé los labios.

«Te quiero».

Lo tenía amarrado a mis cuerdas vocales, lo sentía en cada latido de mi corazón, entrelazándose aún más, en un nudo muy apretado que tenía una presencia física en lo alto de mi garganta. Pero no podía decirlo. Aún no.

—¡Adiós!

Me di la vuelta y enganché los dedos en las tiras de mi mochila, con el rostro caliente y la lengua abotargada dentro de la boca. Aún podía sentir la presencia fantasmal de los labios de Gray sobre los míos. Me encontraba transitando los umbrales de la taquicardia.

Mareada, pasé los controles, uno en uno y ya en el avión abracé la mochila, sobre mi regazo, con ganas de gritar. Estaba frustrada por mi propia cobardía. Por no saber que era lo que me faltaba para poder expresar ese sentimiento en voz alta. Era incapaz. Se me atragantaba. Y eso comenzaba a hartarme.

Quería decírselo, gritárselo si era necesario, pero... joder, no me salía la voz en los momentos clave. En caso de que esos movimientos existiesen.

No mentía en lo que respectaba a los viajes largos en solitario. No me gustaban. La primera vez que volé aquella distancia mi madre me acompañó para luego volverse sola.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora