18: Accidentally In Love

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11: 12 pm.

29ºF


18:  Accidentally in Love, Counting Crows. 

Me desperté con la sensación de que me faltaba algo. Algo importante. Mi cerebro apenas espabilado no fue capaz de identificar el origen de aquella emoción angustiosa que me hizo gruñir flojito, somnolienta.

Me extendí sobre el colchón tibio, aún sepultada por el edredón, buscando. Poco a poco las piezas fueron cayendo en su sitio. El aroma que me cosquilleaba en las fosas nasales era inequívoco y acalambró mi mente. Reaccioné de golpe. Bueno, no, miento. Reaccioné todo lo deprisa que pude dadas las circunstancias.

Logré sacar la cabeza por encima del borde de la ropa de cama. Me costó enfocar los contornos de aquella habitación que no me pertenecía, pero que, de alguna forma, se había convertido en parte de mi rutina de no tener un lugar donde caerme muerta.

Gray no estaba ahí, lo que explicaba el vacío que sentía como un frío intenso templándome el cuerpo. No dramaticé demasiado. Debía estar en el baño satisfaciendo sus necesidades fisiológicas básicas.

Tenía mucho sueño y eso dificultaba mi capacidad de mantener una línea de pensamientos lógica. Ni siquiera sabía qué hora era. La noche anterior habíamos continuado con nuestro particular maratón de películas hasta que me costó permanecer con los ojos abiertos. Como en aquel momento. Cada parpadeo era más lento que el anterior y me invitaba a reposar la cabeza una vez más sobre la almohada y dormitar todo el tiempo que fuese posible.

Luché heroicamente para desperezarme y me arrastré hacia uno de los bordes del colchón. A juzgar por el ruido tenue, pero constante, de agua circulando, Gray había encendido la calefacción.

Tanteé la mesilla hasta que mis dedos se tropezaron con el teléfono. La repentina luminosidad de la pantalla me incidió directa a mis sensibles pupilas. Siseé, bajando el brillo propio de una señora de mediana edad a uno que se ajustaba más a los requerimientos de mi generación. Era muy temprano. Demasiado, considerando que, supuestamente, estaba de vacaciones y que de normal tenía clase a primera hora.

Volví a hacerme una bolita, ahora con el móvil entre los dedos, con el runrún de la repentina desaparición de Gray tras la oreja, como el zumbido de una mosca especialmente pesada. Me convencí de que no era para nada preocupante gracias a que las ganas de continuar dormitando el máximo intervalo de minutos posible.

Y así de fácil volví a caer rendida a la inconsciencia vaporosa del sueño.

Me despertó el chasquido de la puerta principal al cerrarse. Abrí los ojos, con los últimos resquicios de lo que había sido uno de mis sueños musicales más raros hasta la fecha y aguardé, aún convertida en un gurruño difícilmente identificable entre sus sábanas.

Los pasos de Gray repiquetearon por el apartamento, con una cadencia que amenazaba con volverse familiar demasiado deprisa. Como el aroma que impregnaba la cama. O la nota grave de su risa. Todo él se me estaba haciendo familiar muy deprisa.

Apreté los dientes de forma involuntaria con las infames grietas abriéndose paso, más profundo, cada vez más irreparable.

No sé por qué, pero fingí continuar dormida cuando entró en la habitación. Su actitud era cautelosa y procuró moverse con sigilo, temiendo despertarme. El corazón me bombeaba sangre de una manera tan audible que parecía impensable que no pudiera escucharlo.

La cama se hundió y el movimiento casi me arrancó un jadeo, al propagarse por mis terminaciones nerviosas como una corriente eléctrica. Sobre todo, cuando una de sus manos cayó sobre mi pierna, a la altura del muslo.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora