30: Late Night Talking

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30: Late Night Talking, Harry Styles

Tener una relación adulta, sana y funcional no es un camino recto de una única dirección repleto de señales luminosas para evitar que te pierdas. Se desvía, ramifica y a veces serpentea tanto que te da la impresión de estar avanzando en círculos en mitad de la oscuridad.

Y esto no se aplica solo a las relaciones interpersonales. Si no también al diálogo interno. Mi forma de tratarme y percibirme no era lo mejor del mundo, pero estaba convencida de que eso podría cambiar con esfuerzo constante.

Y así fue: cambiaba.

Pero también existían retrocesos, épocas en la que la ansiedad me podía. Es lo que tiene la vida, que deja sitio para todo.

Llevaba un año y dos meses saliendo con Grayson.

Cada día aprendía una cosa nueva, y en ocasiones desaprendía unas tantas. Habían sido catorce meses maravillosos. Los más maravillosos que recordaba. Pero no voy a mentir y decir que fueron perfectos. Tal y como te los imaginas cuando una historia finaliza en una boda rematada con el letrero de «vivieron felices y comieron perdices».

Esto era real, y al ser real, también adolecía de ser imperfecto a ratos. Difícil.

Como hacía unas horas.

Odiaba discutir. Y cuando era con él más aún.

Era un mal momento. Ambos estábamos sometidos a muchísima presión y de repente sentí que el suelo se hundía y curvaba bajo mis pies y que caía hacia algo que me daba miedo. Porque hay cosas que dan miedo, y está bien sentirlo.

Eso sí, no excusaba mi comportamiento. Podía ser insufriblemente cabezota e infantil a ratos. Y demasiado orgullosa. Ahora pagaba las consecuencias.

La pelea me había disuadido de asistir al partido de hockey que se celebraba en aquellos instantes, lo que era muy poco novia que apoya por mi parte. Gray era el capitán del equipo al final y al cabo y aquella noche se jugaban la clasificación.

Era tan orgullosa y cobarde que cuando me arrepentí demasiado tarde de mi decisión de rabieta de no ir, no pude reunir el valor suficiente para entrar. Estaba cumpliendo la penitencia en el aparcamiento de la pista, apoyada en los hierros de su coche, con un frío espantoso.

Mi cuerpo seguía sin adaptarse a aquellas temperaturas infrahumanas. Por muchas capas de ropa que llevara puesta siempre encontraba una rendija por la cual colarse. Mi temblor se debía a partes iguales al tiempo y la ansiedad que me carcomía por dentro.

Los minutos se me antojaron horas y cuando por fin la gente empezó a salir del campo el corazón me pegó tal tirón en el pecho que sentí ganas de vomitar. Me tragué las náuseas lo mejor que pude y aguardé un poco más.

Mi pulso se disparó cuando lo divisé entre la perezosa multitud. Su atractivo era otra de las cosas a las que no lograba acostumbrarme, me dejaba sin aliento cada una de las veces, aunque me lo supiera de memoria.

Empecé a repasar mi disculpa ensayada frenéticamente en mi cabeza. No había hecho nada más en la última media hora. Necesitaba un discurso ensayado para sentirme confiada, como cuando debía llamar a alguna parte.

Gray no tardó mucho más en divisarme y me erguí de forma inconsciente.

Me dolía el estómago una barbaridad. Mi caos emocional iba a traducirse en una visita de vida o muerte al baño. Solo esperaba aguantar lo suficiente como para dejar claro mi punto.

Nuestras miradas se encontraron y el semblante del chico no reflejó ninguna emoción que pudiera identificar lo que incrementó los retortijones que sufría.

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⏰ Última actualización: Mar 23 ⏰

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