16: gold rush

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15:05.

36ºF.

16: gold rush, Taylor Swift. 

No era la primera vez que nos besábamos.

Pero me destruyó como si lo fuera.

Resultaba inverosímil, pues la lógica dictaba que tendría que acostumbrarme a sentir el roce de sus labios sobre los míos, pero lo que sentía nada tenía que ver con la razón o el orden natural de las cosas. Iba mucho más allá. Un eco que se amplificaba en mi pecho, un hambre que no hacía más que empeorar.

A pesar de la mano que Gray mantenía firmemente asida a mi nuca, el tratamiento de su boca destilaba suavidad, con el ritmo pausado de una sinfonía. Paladeó mis labios despacio, explorándolos con el afán minucioso de un conquistador, desencadenando una cantidad inasumible de efectos sobre mí. A juzgar por la media sonrisa noté formarse contra mi boca era consciente de hasta que punto mi cuerpo se encontraba colapsando.

El beso estaba salado, a causa de las lágrimas que aún no se habían secado.

Mi organismo estaba demasiado sensibilizado ya de por sí y en el momento que los labios de Gray abrieron mi boca para infiltrarse en ella, perdí la noción del tiempo, del espacio, del propio decoro.

Siendo objeto de fuerzas que arrollaron los resquicios de auto control que me quedaban, me moví. Los cojines del sofá se hundieron bajo el peso de mis rodillas y perdí el contacto de la boca del chico sobre la mía, mientras maniobraba, pasando una pierna por encima de su regazo.

Mis dedos se hundieron en la potente musculatura de sus hombros mientras me acomodaba sobre él, manteniéndome a ahorcajadas sobre él, con mis rodillas a ambos lados de su cadera. Me topé con el gris tormenta de sus iris y una sonrisa espontánea se filtró en mis labios. Gray liberó el aire pesadamente por las fosas nasales y desplazó una mano a mi cintura, constriñendo los dedos contra mi piel.

Quedamos más o menos a la misma altura, con nuestras narices alineadas. No pude resistir la tentación de acariciarle el rostro una vez más, bajo la atenta luz de su mirada. Quería atesorar la textura de su piel, memorizar las líneas de sus facciones, la distribución irregular de sus lunares que suscitaban en mí la misma necesidad de buscar patrones que las estrellas en los antiguos griegos. Quería desentrañar las constelaciones que se escondían en él. Era irracional. Una niñería, quizás. Pero muy reconfortante.

Gray se mantuvo quieto, con la respiración agitada y las pupilas enormes, engullendo el gris plomizo de sus ojos hasta tornarlo en el tono de un cielo a punto de descargar. Eran la promesa constante de una tormenta. Y joder, como deseaba que esta tormenta en particular arrasase con todo. Conmigo.

Tragué saliva, sobrepasada por mis propios pensamientos y fui yo esta vez la que lo besó. Gray abrió la boca, anhelante, con una voracidad que me atravesó mientras clavaba con ahínco en la carne de mi cintura.

Un sonido impreciso, próximo a un gemido, brotó lastimosamente de mi garganta y el ardor no hizo más que empeorar con la humedad de su lengua. La realidad se emborronó y aproveché la mano que mantenía en su cara para lograr profundizar más todavía un beso que iba escalando en grado de frenesí.

Gray exterminó la lentitud mordisqueándome el labio inferior, en un ademán posesivo de lo más persuasivo. Mis dedos se aferraron a sus rizos y apreté la cadera contra él. El gruñido que exhaló retumbó entre ambos, como un trueno y las rodillas me fallaron, forzándome a sentarme en su regazo.

Gray bajó la cabeza para destruir esos centímetros de aire que se habían interpuesto entre ambos, cerniéndose sobre mí, rodeándome con los brazos, reclamándome con la boca y me sentí implosionar.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora