22: Fearless

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And I don't know why
But with you I'd dance in a storm
In my best dress

22: Fearless, Taylor Swift. 

Mi relación con el silencio seguía siendo igual de disfuncional. Porque, en esta ocasión, me acunó con muchísima suavidad y redujo el zumbido de mis oídos hasta que se extinguió, como el romper lejano de las olas.

Volver a estar a solas en mi habitación calmó esa parte ansiosa de mi ser que se había activado en algún punto durante el cumpleaños de Gray. Me permitió descansar en mi propio espacio; ese mismo espacio que el chico había decidido proteger.

Sentirme comprendida de esa forma ayudó a que en mi cerebro no se agolparan un millón de reproches y la culpabilidad no me obstruyera las vías respiratorias. Estaba tan agotada que no saqué fuerzas suficientes para fustigarme, solo para arrastrar los pies por el suelo hasta el baño y repetir en una serie de movimientos robóticos mi skincare, eliminando los restos de maquillaje.

No tenía a disposición mis cremas habituales, seguían en el apartamento de Gray, así que me conformó con lavarme la cara con agua fría y después deslizarme hasta la cama. No era necesariamente tarde y ni siquiera había cenado, pero fue cerrar los ojos y perder la conciencia.

No sé durante cuanto tiempo dormí, pero cuando me desperté el teléfono me mostró que eran altas horas de la madrugada y yo continuaba por encima de las sábanas. Un privilegio que te aporta el hecho de tener unas tuberías sanas.

Adormilada acerté a introducirme bajo el pesado edredón y jugueteé con el teléfono entre los dedos, sin decidirme a desbloquearlo. Quizás era efecto del sueño o de los filtros de mi propia cabeza, pero todos los acontecimientos del último par de días se me antojaban como una realidad lejana, alternativa, una ilusión que había estado transitando. Luché contra esa sensación que desrealización, clavándome los bordes curvos del móvil en las palmas de las manos, al apretujarlo un poquitín demasiado.

Logré espantar esa emoción en concreto para afrontar otra distinta y menos compleja. La nostalgia me embargó con tanta rapidez que no pude hacer nada para evitar que mis ojos se inundaran de lágrimas. Era el tipo de añoranza ñoña que experimentas solo en unas fechas como esas, en Navidad.

Haber estado en contacto con la afectuosa familia Booth había removido más cosas en mí de las que supuse en un inicio. La insensibilidad ocultó hasta aquel momento lo mucho que había profundizado bajo mi piel.

Echaba de menos a mi familia.

Echaba de menos la idea que solía tener de mi familia.

Y echaba de menos a lo que ahora era mi familia.

Porque seguían siendo las mismas personas, lo único que había cambiado era la situación. Y ese cambio en concreto me había tenido demasiado tiempo de luto. Había desembocado en la decisión de quedarme en la residencia.

Era tan extraño pensar que, si hubiese sido un poquitito más valiente, no habría conocido a Gray. No de la forma en la que lo conocí. Y todo habría sido diferente.

Me entretuve un segundo en ese pensamiento en particular y mis dedos se movieron por su cuenta por la pantalla. Me descubrí a mí misma contemplando la pantalla de su chat, prácticamente vacía, ya que la mayor parte de nuestras interacciones habían sido en persona. Deslicé el pulgar hacia abajo, para remontarme al inicio en un movimiento bastante breve y releer su primer mensaje.

Después releí los demás. Tres veces.

Pero antes de que tuviera la oportunidad de hacer algo tan estúpido como escribirle en mitad de la madrugada cuando era un manojo sin sentido de emociones, bloqueé el dispositivo y lo sepulté bajo la almohada.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora