2: Let It Snow! Let It Snow! Let It Snow!

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20:20.

28ºF

2:  Let It Snow! Let It Snow! Let It Snow!, Frank Sinatra. 

—Joder, vas a deshidratarte.

Fulminé al enorme desconocido con una mirada iracunda que lo puso en su sitio, aunque no logró exterminar la sonrisilla prepotente que parecía natural en sus labios, como una extensión más de una personalidad que estaba lejos de descifrar. 

—Cierra el pico —amonesté y acepté lo que me tendió, que resultó ser su gorro de Santa Claus, para limpiarme las lágrimas—. No es mi culpa que tengas el corazón de piedra y no puedas apreciar la belleza del momento.

—Puedo apreciar la belleza sin convertirme en un aspersor —bromeó, sin maldad. La comisura de los labios se le arrugaban en un intento de moderar su sonrisa. 

Lo ignoré de forma categórica, limpiándome con la tela que resultó ser muy suave y enfocando los ojos de nuevo en la pantalla. Tantos intentos por no llorar y no predije el efecto de las películas románticas en mi estado anímico. Y en mi borrachera. 

Vi por el rabillo del ojo como Booth sacudía la cabeza y trataba de contener una sonrisa más petulante aún, mordiéndose los labios. Llevaba puesto el edredón de Gia por encima, más por respeto hacia mí que por necesidad real. Su cuerpo parecía perfectamente adaptado al frío, a diferencia del mío.

No le presté atención cuando se levantó de la cama y desapareció en el pequeño cuarto de baño. Como norma de supervivencia había optado por reducir al mínimo posible la atención a cualquier cosa que hiciese, porque, a este paso, iba a terminar volviéndome completamente majara.

Triste, borracha y enredada no era una combinación recomendable para afrontar a un tío en ropa interior que irrumpe en tu cuarto con intenciones de follarse a tu compañero de cuarto.

Además, tenía un don, desde siempre,  sentirme atraída por las personas emocionalmente inaccesibles, en cualquiera de sus modalidades. Llevaba un año entero, desde que inició mi segundo curso, tratando de mejorar en ese aspecto. Porque era penoso e implicaba más drama del que era capaz de manejar. 

Y por muy atractivo que fuese aquel tipo, era a Gia a quien buscaba, no a mí. Debía tatuarme esa información para salir ilesa de aquella interacción. 

—Toma. —Booth reapareció con mi taza hasta los topes de agua—. O mañana tendrás una resaca horrible. Y... por si te animas a sonarte esos mocos, te sugiero esto antes que mi gorro. Lo que consideres oportuno—dejó un rollo de papel higiénico junto a mí.

Acepté el agua, porque tenía razón y empecé a darle pequeños sorbitos, sin darme por aludida en cuanto a mucosidad se refería. 

—Ahora explícame porque esta escena es tan... conmovedora —volvió a tomar asiento a mi lado, provocando que el colchón crujiese bajo su peso. 

El ordenador estaba sobre el escritorio, fue la manera que se me ocurrió para evitar que el espacio entre ambos se redujese hasta el punto de tocarnos. Porque básicamente acaparaba cada centímetro cuadrado de mi cama y si dejaba el portátil en otra parte, no habría forma de evitar que su calor corporal traspasase mi piel.

—Es decir, es la mujer de su amigo, me parece retorcido.

—Es romántico —defendí, con simpleza. 

—¿Romántico que tu amigo se presente con unos carteles y le diga a tu esposa que es perfecta y ella... lo bese?

Escondí la nariz en su gorro y me encogí de hombros.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora