8: Blue Christmas

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9:39.

11ºF.

8: Blue Christmas, Elvis Presley.

🏒BOOTH🏒

Me desperté antes que ella, lo supe por lo calmada que parecía estar entre mis brazos. Me costó asimilarlo, con el cerebro aún bastante adormilado, los acontecimientos de la noche anterior resultaban muy lejanos, inverosímiles. En algún punto la abracé y Blair accedió al abrazo, se acurrucó en él. Fue un acto temerario por mi parte que no pensé demasiado. En realidad, no lo pensé en absoluto.

Solo me encontré a mí mismo haciéndolo, con el corazón en un puño. Era una situación comprometida, límite, que se alargó de forma agónica hasta que Blair finalmente se relajó, poco a poco, como una crisálida rompiéndose. 

Era una persona friolera y en aquel apartamentucho el frío se encrudecía por la noche, cuando las temperaturas se desplomaban en la calle, hasta convertirse en apenas tolerable a primera hora. Quizás por eso se había acurrucado más aún, hasta que el espacio se redujo a una dimensión inexistente entre ambos. 

Seguía atontado por el sueño cuando acaricié la curva de su cuello con la punta de la nariz, en un gesto casi reverencial, tímido. Blair se removió un poco, ante el contacto y me quedé muy quieto hasta que se apaciguó otra vez. 

Debajo del aroma a gel y champú, su olor permanecía remanente, pegado a su piel. Ese mismo aroma fue el que impregnó mis pensamientos en el instante que puse un pie en su cuarto  hace dos noches. Era una gilipollez, un pensamiento de lo más infantil, pero me obsesionaba de todas formas, y es que Blair olía a una tormenta de verano, al sol, al océano, y a algo frutal que subyacía como base del conjunto. 

Me sentí un pervertido, olisqueando a una pobre chica dormida. Era cuanto menos, poco ortodoxo y ser consciente no logró conseguir que me apartara.  Porque resultaba adictivo, más allá, inevitable. Ineludible. Joder, seguía grogui, mis pensamientos racionales se deshacían sin remedio. 

Aún así pude prever el desastre aproximarse, filtrarse en la burbuja embriagadora del sueño - vigilia.  Procuré serenarme, pero resultó imposible. Antes de darme cuenta ya era demasiado tarde para evitar una jaqueca. Compartir piso con un par de imbéciles suele tener ese efecto. 

Escuché sus pasos aproximarse, estúpidamente resueltos y, sin que pudiera hacer nada para impedirlo, Andrew abrió la puerta de golpe, sin molestar en llamar, o si quiera plantearse la necesidad de hacerlo, con un estruendoso golpe que rompió la fragilidad del sueño de Blair.

La chica se agitó y sacó la cabeza de debajo de las sábanas, jadeando por la impresión, muy despeinada. 

Andrew la miró, me miró a mí y volvió a mirarla a ella, con la misma cara que ponen las vacas antes de ser arrolladas por un tren. Separó los labios y... 

Y chilló.

Chilló tan alto y fuerte que fue extraño que los cristales no reventaran. Mis tímpanos no sufrieron la misma suerte. El muy...

¿Lo peor? No acabó ahí, por supuesto que no. Andrew había encontrado a su alma gemela, un imbécil del mismo calibre, que hizo acto de presencia empuñando su puto stick como si de un puto sable se tratase, dispuesto a... ¿qué? ¿Moler a palos al presunto intruso? Yo quería apalearles a ellos. Y lo habría hecho, en cualquier otro momento.

—¡¿Qué cojones está pasando aquí?!

Gruñí, escondiéndome de sus miradas y noté como Blair se estremecía. La calidez de su piel estaba tan próxima a mis labios que me mareé, borracho. Sabía que era mi obligación mediar. Atajar el asunto, pero apenas había empezado a descubrir lo acogedor del cuello de la chica y eso dificultó mi capacidad de comportarme como un tío decente. Apreté la mandíbula e hice un esfuerzo titánico para que mi voz solo reflejase molestia.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora