4: White Christmas

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9:09.

20ºF

 4: White Christmas, Katy Perry.

Quizás fuese un desastre como ser humano. O bueno, sin el quizás. La situación no mejoraba si a la ecuación se añadía un madrugón de proporciones considerables tras una noche de sueño escaso. Si existía una escala estandarizada para medir el desastre debía estar próxima a los valores más altos.

Pero podía fingir que no lo era porque la naturaleza me bendijo con un único don: un pulso firme. Un eyeliner decente era mi mayor protección contra el mundo exterior. Inspiré hondamente, tratando de calmar mis ánimos agitados y posando el pincel sobre la piel del párpado. 

De alguna forma tenía la necesidad de resarcirme tras mis patéticos paseos de la vergüenza y las pintas de la noche anterior, para mantener intacto el último bastión de mi orgullo. Así que mientras Booth iba a buscar su ropa equipado con unos calzoncillos rojos y mis pantuflas que apenas le cubrían la inmensidad de su pie me concentré en mi aspecto. El maquillaje era una forma catártica y nada autodestructiva de gestionar emociones no demasiado complicadas.

Examiné los resultados con el ceño fruncido. Había optado por colores rosáceos y anaranjados, similares al tono del cielo de antes que seguía impreso en mi memoria. Y brillo. Mucho brillo para compensar el frío, la hora y mis ojeras.

Escuché la puerta abrirse de nuevo y un suspiro entrecortado escapó de mis labios. Era una persona que solía atrincherarse en su zona de confort. Y dentro de los márgenes de mi cómoda burbuja no entraba irme a desayunar con tres miembros del equipo de hockey, dos de los cuales no conocía en absoluto, y el otro... Noté la ansiedad escalarme por el cuello, comprimirme las cuerdas vocales y los pensamientos intrusivos se desenfrenaron durante unos segundos.

¿Y si decía que no?

Me podía inventar alguna excusa, como dolor de tripa o...

Pegué un brinco cuando Booth llamó con suavidad a la puerta del baño. Malditos nervios de chihuahua hasta arriba de cafeína. Uf, cafeína. Mi reino por una gota de café en mi adormilado cerebro. Aunque al nivel de nervios que manejaba podría darme una taquicardia. En fin, todo ventajas.

—¿Estás lista?

No. Ni de coña. Y nunca lo estaré. 

—Sí —me forcé a sonar confiada, cerré el estuche de maquillaje y me mentalicé como un soldado de la primera guerra mundial antes de abandonar el amparo de una trinchera. De la misma forma que debían mentalizarse los One Direction cuando bajaban de un avión y estaba el aeropuerto abarrotado de niñas enloquecidas.

Abrí la puerta, primero una rendija, obteniendo un primer plano de la espalda kilométrica de Booth. Un cosquilleo agobiante se aposentó en mis mejillas y sentí un tirón traicionero en mis ovarios. Porque... joder. Llevaba una camiseta térmica que se adhería con lujo de detalles a todos sus músculos. No era experta en anatomía humana, la di en el instituto. Pero... nunca había contemplado tal cantidad y calidad de musculatura en un cuerpo real. Al alcance de mi mano. La camiseta objeto de todos mis problemas era negra, de cuello alto y es injusto lo bien que le quedaba.

Se terminó de poner la sudadera encima, sin capucha, que no desmejoraba el aspecto de sus hombros, pero que atenuó mi libido de recién levantada. Giró la cabeza, encontrándose conmigo, paralizada en el umbral y me obsequió con una sonrisa de su arsenal. Categoría: encantadora.

Se ordenó los rizos despeinados con los dedos y su mirada plomiza se deslizó momentáneamente por mi cuerpo. El aliento quedó bloqueado en algún punto de mis vías respiratorias. Se estancó, porque por ridículo que suene, la sentí, como una caricia, por todas partes. Y en lugar de incómoda nació en mi una emoción diferente, confusa, chocante, porque era demasiado similar al anhelo.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora