15: Just the Two of Us

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13:13.

36ºF

15: Just the Two of Us, Grover Washington.

Me gustaría decir algo como que le cerré la boca con mi despliegue de cualidades culinarias. No pasó, porque mis habilidades en la cocina se resumían a aspectos básicos diseñados con el fin de subsistir en caso de emergencia. Desde que era pequeña lidiaba con una dicotomía entre ser torpe y hábil en función de la tarea que se me asignaba. A la cocina no le había dedicado el tiempo suficiente para clasificarla en alguna de esas categorías, pero solía ser una miedica con los cuchillos, así que en términos de esperanza, no le tenía mucha esperanza a mi carrera como chef prometedor.

Pero sí sabía hacer macarrones. Con mucho queso. Con cantidades ingentes de queso. Dudaba que aquello entrase en la restringida lista de alimentos admitida por el entrenador de Gray, pero el chico tuvo la consideración de permanecer callado al respecto.

Como aquel piso estaba distribuido para hombres anormalmente agigantados tuve que pedir las cosas de los estantes más veces de las que mi frágil ego podía soportar. Habría sido peor protagonizar una espectacular caída de culo desde la encimera, así que... finjamos que es una victoria, ¿está bien?

Bien.

Durante el proceso de cocinar y después, de comer, me olvidé un poco del contexto que envolvía la situación. De las cañerías reventando a causa del frío y los aeropuertos sepultados bajo capas de nieve como en una película con temática del apocalipsis y toques navideños. 

No dejó de nevar en ningún momento, la breve tregua que respetó el trayecto en coche dio pie a una nevada copiosa y con un viento capaz de helarte las entrañas. Gray quiso subir la calefacción, pero logré disuadirle nombrando todas y cada una de las capas que llevaba puestas y que le hicieron enarcar las cejas con guasa.

—Tú me dijiste que me abrigara —defendí, tranquilamente.

—No sabía que eras tan... aplicada —la sonrisa que esbozaron sus labios adquirió un matiz pícaro que erizó la piel de mi nuca por la insinuación que dejó implícita. 

Fingí estar cero afectada metiéndome un puñado de macarrones en la boca y encogiéndome de hombros, como quien no quiere la cosa o no tiene el corazón columpiándose en las costillas. 

—Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes —modulé tras tragar con un pelín más de dificultad de la que me habría gustado.

Los ojos gris tormenta de Gray centellearon con diversión.

—¿Citas a Yoda?

Entrecerré los ojos con actitud desafiante.

—No eres el único que puede parafrasear Star Wars.

—Y no me has quemado la cocina. Eres todo un partidazo.

La intensidad de su mirada se incrementó y el cosquilleo de mi estómago se reactivó. De nuevo experimenté la sensación apremiante de que el espacio cambiaba y se curvaba en su presencia. Como si las paredes se juntasen a nuestro alrededor y el aire cambiase su textura, si eso tenía sentido.

No, no lo tenía.

Tenía todo el sentido del mundo.

Aparté la mirada y la focalicé en mi plato, ahora vacío.

Era pésima calculando las cantidades de pasta y había terminado cociendo una burrada. Lo que estuvo bien, porque Gray comía una burrada. Me anoté un tanto mental por eso. Mi marcador no iba sobrado, que digamos, podía admitir victorias aleatorias. 

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora