11: Puppy Love

6.4K 394 69
                                    

21:21.

25ºF.

 11: Puppy Love, The Magic Time Traverlers. 

Igual que existen normas que rigen el funcionamiento del universo, existen patrones que explican las relaciones interpersonales. Mi ansiedad social y naturaleza introvertida me habían relegado a una alta atalaya, alejada del núcleo de la conversación, pero desde la que podía apreciar las complejas líneas que se interconectaban entre los realmente implicados en ellas. 

A veces cuando no puedes interactuar con las personas, te limitas a observarlas, a lo Jane Goodall.

Me dediqué a esa tarea durante gran parte de lo que quedaba de noche, mientras los chicos intercambiaban bromas y pullas, no es que me excluyeran, los temas se mantuvieron siempre en una educada línea de accesibilidad y de vez en cuando me preguntaban cosas, para que pudiera intervenir. Otra cosa que soportaba regular era cuando me forzaban a situarme en el foco de atención. Pero ellos no lo hicieron, aceptaron mi silencio y mis escasas intervenciones, acoplándose a mi ritmo lo que me produjo una sensación cálida en el pecho.

Era consciente de las veces que los ojos de Booth se desviaban hacia mí, porque había memorizado el peso inexistente de su mirada y como se reproducía por mis terminaciones nerviosas en corrientes zigzagueantes de electricidad.

—Yo esperaba un mayor desmadre, la verdad —protestó Andrew, subió los pies a la mesa y se hundió en el sofá con una mueca de ofuscación infantil suavizando sus facciones. 

—¿Un mayor desmadre? —Thiago enarcó las cejas, sosegado.

Los chicos disponían de un sofá de tres plazas y un sillón individual. Tres plazas estándar tirando a pequeñas, lo que suponía un problema de logística en cuanto a espacio. Por suerte, mi habilidad de ocupar poco y la necesidad de Thiago y Andrew de estar prácticamente uno sobre el otro, permitió que nos acoplásemos, mientras Booth ocupaba ceremonialmente el otro asiento.

—Ajá —asintió Andrew, acariciando con actitud distraída la pierna de su novio—. El cava apenas pegaba. Tenía que haberme llevado una petaca, como en las películas de los 90s para comprobar mi teoría acerca del entrenador.

—Tienes el cerebro de un mala de dibujos animados —comentó Booth, inclinándose hacia delante con una sonrisa burlona torcida. 

—No desmentiré esa afirmación, ni tampoco me sentiré insultado —dijo, alzando la barbilla con un porte regio antes de esbozar una amplia sonrisa felina—. Los villanos de dibujos siempre han tenido su punto.

—¿Qué?

—Oh, vamos, Scar —dramatizó, señalando la cicatriz de su mentón—. Era mucho más carismático que el aburrido de Simba. Y hablo de carisma, sin intención de sonar furro, conste. 

Booth resopló.

—No vamos a volver a enzárzanos en una discusión sobre personajes de Disney.

Volver.

Presioné los labios tratando de mantener mi expresión lo más neutra posible, imaginándome un debate acalorado de esos tres sobre el posible Síndrome de Estocolmo de Bella, de La Bella y la Bestia.

—Pues eso —recuperó Andrew el tema—, que ha sido aburrida.

—A mí no me ha parecido aburrida —declaró Booth con un tono que me calentó el estómago.

Calor que se apoderó de mi rostro cuando desvió los ojos hacia mí.

Vale, yo aún no había terminado de asimilarlo.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora