9: Santa, Cant You Hear Me

5.6K 310 167
                                    

16:16.

9ºF.

9: Santa, Can't You Hear Me, Kelly Clarkson, Ariana Grande. 

—¿Y si me tiño de pelirroja y me mudo a otro país?

Morgan enarcó las cejas, con una dosis insultante de cinismo, al otro lado de la pantalla.

—Apunta lo de pelirroja y mantén las manos alejadas de la maleta, prima. Primer aviso. 

Fulminé el teléfono móvil con la rabia nacida de la más pura y burbujeante frustración que mi miedoso ser albergaba. Me estaba desquiciando, mucho. Pataleé en la cama, sin preocuparme de lo poco adulto que eso resultaba. Me sentía inquieta en mi propia piel, a punto de a convertirme en confeti humano. Dentro de nada habría cachitos de Blair repartidos por todas partes. 

—No debería ir —repliqué, por enésima vez, en tono quejumbroso, como el disco rayado en el que había mutado. 

—Ajá —masticó Morgan.

—No debería —insistí—. Es una idea terrible.

—Lo que tú digas. —Vi como se examinaba la manicura.

—Oye —me enfadé, tumbándome bocabajo en la cama y sujetando el teléfono con ambos manos—, ¿de qué vas? No me estás escuchando en absoluto. 

—No, tú no te estás escuchando, Blair. 

Abrí la boca, dispuesta a replicar, pero no me dejó espacio antes de volver a arremeter, sin compasión.

—Has dicho esa frase como mil veces, ¿por qué? Porque quieres ir, pero también quieres convencerte a ti mismo de no hacerlo. Si de verdad no te apeteciera, no habría conflicto interno con el que lidiar. Dirías que no y punto. Pero, ay, no es así, ¿verdad? Tú sí quieres. 

Gruñí, frustrada. 

—No se me da bien conocer gente nueva. Hablar con ella, menos aún en una fiesta. 

—Y no hace falta que lo hagas. Pégate como un koala a las anchas espaldas de Booth y disfruta de las vistas desde las alturas. 

—Eso le incapacitaría de disfrutar del resto de la fiesta. No quiero ser una carga para él —murmuré, con la garganta tensa y pequeña—. Que se sienta responsable de mí y no haga lo que le plaza porque le entorpezco, porque quiere ser considerado conmigo. 

—Blair... no, no sigas por ahí.

—¿No?

—No, expulsa esa mierda de tu cerebro. Pisotéala, escúpele encima. No es cierto, no eres una carga. Para nadie. Es la ansiedad la que habla por ti, y lo sabes. 

—Pero... —me desesperé, aferrando el móvil. 

Pero, si eso era cierto ¿por qué me sentía como una? 

Porque lo hacía, muchas veces.

Demasiadas.

Y no quería que me pasara con Booth. Solo... no podría tolerarlo, porque hasta el momento, estar con él había sido como un respiro de mi incansable empeño de sabotearme los instantes de felicidad. No es que lo hiciera a posta. Solo que no podía parar. Y sabía que si, en algún momento, la sensación de sobrar, de estar siendo pesada me atacaba en su presencia... todo se reduciría a eso y ya no existiría nada más. 

—Blair —Morgan suspiró—. Al chico le gustas. Eso está claro. 

—Vino a por Gia —dije, con amargura.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora