25: Make You Feel my Love

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25: Make You Feel my Love, Adele.

Me froté las puntas congeladas de los dedos, antes de tirar del borde la manga y refugiar mis manos en la cantidad de tela sobrante. Tenía sueño. Muchísimo sueño. Mi programación biológica siempre había demostrado ser un fracaso en cuanto a madrugar se refería. Tanto daba la cantidad de horas que hubiese dormido, levantarme pronto me suponía un esfuerzo titánico que solo lograba vencer frente a obligaciones. Como asistir a clase o coger aviones... o meterme entre pecho y espalda el temario de una asignatura en un tiempo irrisorio.

Y ahí estaba yo, medio grogui en las gradas techadas del pabellón deportivo del campus cuando aún no había amanecido apenas.

Jamás había estado antes cerca de una pista de hielo y no había contado que, además de estar desfalleciendo de puro sopor... haría un frío del demonio. Froté la nariz contra el tejido de pelo sintético que revestía mi abrigo y suspiré.

El entrenamiento aún no había empezado y apenas hacía dos minutos que Gray había desaparecido por una de las puertas laterales a las que yo no tenía acceso. Unos cuantos jugadores a los que no conocían calentaban, arañando la superficie antes impoluta de hielo pulido.

En la parte baja de los asientos se encontraban el entrenador, con un aura mucho más imponente que su versión ebria y disentida en la fiesta. Su físico no era tan portentoso o masivo como el de los jugadores y, sin embargo, destilaba liderazgo por cada uno de sus puros de una forma un tanto salvaje.

Me daba un poco de miedo, la verdad.

Juzgué prudente mantenerme en un punto ciego a su espalda. Era la única pobre desgraciada con las legañas pegadas aún a los ojos en aquella pista. Probablemente porque era 30 de diciembre y la inmensa mayoría de gente de bien estaba calentita y a salvo en su cama. No sé como me dejé convencer para cometer semejante sacrilegio. Bueno, sí lo sé. Hubo muchos besos implicados. Muchos. Y algún que otro café extra grande también entró a colación. Me lamenté no haberle hecho firmar un contrato más vinculante. Ni siquiera lo tenía por escrito. Refunfuñé y mi protesta escapó en forma de vaho de mis labios entreabiertos.

No confiéis en vuestras decisiones postcoitales, chicas, la realidad se ve mucho más bonita y calentita con el cerebro inundado de mierdas químicas de la felicidad.

Bostecé por quincuagésima vez en un lapso de aproximadamente tres minutos y mis pies iniciaron su particular golpeteo contra la estrecha franja de suelo entre asientos. A mi lado tenía parte de las pertenencias de Gray, salvo la bolsa que se había llevado después de darme un nuevo beso en la boca y bajar alegremente, como si fuese una hora normal y no de madrugada.

Y eso que apenas había dormido en toda la noche.

Envidiaba su fuente inagotable de vitalidad.

O su testosterona.

Who knows?

La maraña de quejas que iba emborronándome la vista en conjunción con el sueño se vio suspendida de un plumazo en cuando detecté una silueta de lo más familiar entrar por un extremo de la pista. El estómago me dio una voltereta. Después un mortal doble con tirabuzón hacia atrás y fui maravillosamente consciente del aire escapando de mis pulmones en un jadeo de impresión.

No lo había visto con el uniforme hasta ahora.

Y joder.

La equipación enfatizaba la amplitud de sus hombros y exudaba poderío a un nivel que rozaba la obscenidad. Estaba sonriendo, con aquella sonrisa ligeramente sonrisa por un lado y que enseñaba su incisivo mellado, divertido. Llevaba el casco bajo un brazo y el stick en otro, manejándose con fluidez sobre los patines. Se las había apañado para despeinarse más y varias ondulaciones le caían sobre la frente. Me fijé en la que la punta de la nariz se le había enrojecido a causa del frío.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora