19: Chritsmas Tree Farm

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19: Christmas Tree Farm, Taylor Swift. 

Me sacudí como un perro sobre el felpudo del portal. Tenía nieve por, absolutamente, todas partes y apenas sentía el rostro o los dedos de los pies y las manos. De normal eso me habría causado un malestar atroz y, sin embargo... estaba sonriendo como una idiota.

El culpable de mi radical cambio de humor pateaba el pobre felpudo para deshacerse de la máxima cantidad posible de nieve. Alzó la cabeza al sentir el peso de mi mirada sobre él y me obsequió con una sonrisa juguetona. Estaba hasta arriba de nieve y los copos de sus pestañas empezaban a fundirse por la tibiez del vestíbulo.

Permanecimos más tiempo de la cuenta haciendo el tonto bajo la nevada mientras esta se encrudecía. Los restos de agua congelada no era lo único que se estaba derritiendo en el silencio de aquellas cuatro paredes. Lo sentía en el pecho, reptándome por la columna vertebral, insuflándome los pulmones.

Aparté la vista y me centré en mi tarea de no convertirme en un cubito de hielo, una gesta en extremo difícil cuando apenas tenía sensibilidad en la punta de los dedos. Logré arrancarme las manoplas, mordiéndolas y deshice con extrema torpeza le trenza, apelmazada y húmeda. Puse una mueca involuntaria ante el desastroso estado de mi pobre pelo y Gray sonrió, divertido, pero fue lo bastante prudente como para no esgrimir ningún comentario desafortunado al respecto.

Una vez que más o menos abandonamos nuestro papel de hombres de las nieves, Gray se encaminó hacia las escaleras. Lo seguí, arrastrando las botas con pesadez y con las manoplas empapadas en la mano.

Había perdido la noción del tiempo, pero tenía muchísima hambre y fantaseaba con el agua caliente tan intensamente que el resto de los pensamientos quedaron en pausa. Vi como Gray tanteaba sus bolsillos en busca de las llaves antes de abrir la puerta. Se quedó de pie bajo el umbral, impidiéndome el paso y fruncí el ceño, confusa.

—¿Hay algún problema? —pregunté y una nota de pánico se reflejó en mi tono.

Era propensa a alarmarme con muchísima rapidez.

—No, no es... ningún problema —dijo Gray, carraspeando de forma muy poco convincente.

Hundí las cejas con mi desconfianza profundizándose.

—¿Seguro?

Me sonrió como respuesta, mientras golpeaba con la punta del pie un par de veces, eliminando los posibles rastros de nieve que pudiesen quedar adheridos a la suela de sus botas.

—Segurísimo. Quítate las botas cuando entres.

—De acuerdo —arrastré las sílabas.

Pasó primero y, con una mano apoyada en la pared, se deshizo del calzado en un par de movimientos fluidos que no fui capaz de emular. Mi torpeza intrínseca casi consiguió que protagonizase un bochornoso encuentro con el suelo. Logré estabilizarme, aplastando la espalda contra la pared y a duras penas desaté las botas.

—¿Tienes los calcetines mojados?

Miré a los susodichos, contrayendo y relajando los dedos de los pies que iban recuperando poco a poco la sensibilidad.

—Un poco, sí.

—¿Te has traído recambio?

Asentí, aún sosteniéndome con la pared. Gray permanecía de pie, acaparando prácticamente todo mi campo visual con una actitud que no disipó en absoluto mis sospechas y que solo las alimentó aún más.

—¿Qué me estás ocultando? —interrogué, entrecerrando los ojos.

—¿Yo? —. Ladeó la cabeza en un gesto distraído.

La ciencia (in)exacta de los copos de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora