Perdido en la ciudad que no ve nevar.
Buenos Aires, 2007. Él aprendía a vivir solo cuando la casualidad lo llevó a abrir viejas heridas que creyó haber cerrado y amores que juró haber olvidado. ¿Hasta dónde somos nosotros mismos?
Cristian volvía a...
El gato Marmolado no sabía bien qué era un jueves, pero sí notaba cómo el humano mayor estaba limpiando y bailando con los temas de la radio. Al menos no estaba tirado en su sillón, ocupando todo el espacio que él podría usar.
—Me parece que hay que limpiar tu cuchita, ¿no, Marmolado? Mañana viene Valen y no vas a querer que vea todo sucio.
Pero a Marmolado no le podía importar menos.
Cristian miraba el clima a cada rato, como si estuviera perseguido por las nubes que se pudieran formar en el cielo. Cuando veía algunas juntas, le decía al aire "dale, por favor, no te nublés", como si el conjunto de nubecitas blancas le doliera de cierta manera.
Entonces, el teléfono sonó entre tanta música.
—¿Hola?
—«Soy Paulo. Llamó Juli, dice si querés venir porque nos falta uno»
—Dale, mi amor, nos vemos mañana entonces. —Cristian volvió con sus bromas, con su buen humor. Su cuerpo se sentía bailarín. —¿En el lugar de siempre?
—«¡Sí, mi cielo! No me dejés plantado o me voy a poner mal» —Escuchaba la voz coqueta mal fingida de su amigo que se notaba que quería reírse.
—Jamás, mi vida. Te veo allá. Te amo, hermoso. —Y se rieron los dos como tontos.
—«Dale, estúpido, nos vemos allá» —Y cortaron.
Cristian se reía todavía, con el tubo del teléfono colgado. Sintió la mirada de Marmolado encima.
—¡Mañana se juega, Marmo! —dijo eufórico, dándole una caricia revoltosa en la cabeza al gato, dejándolo despeinado o, bueno, lo mucho que se podía hacer eso.
Casi saltó de emoción sabiendo que por fin mañana era viernes.
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