Capítulo 1

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Hace tiempo que tengo ganas de contar esta historia, la mía. Pero no quiero que esta sea la típica novela de mi vida, porque pretendo centrarme en esa parte que nadie o casi nadie conoce; esa parte que a mí siempre me ha traído de cabeza, porque no todo el tiempo sé lidiar con esos demonios que me acompañan desde niña.
Ahora bien. No voy a contarles una historia de amor. No habrá príncipes ni princesas, mucho menos finales felices. Tampoco es un cuento trágico, así que no se predispongan. Estas líneas van de algo más físico que sentimental; van de sexo, pasión, lujuria, fantasías, esas sensaciones que pertenecen más al cuerpo y a la mente que al corazón…al menos para mí.
Espero les guste leerla tanto como a mí, me complació escribirla.
 
 

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               Mi nombre es Salomé

Me gusta el sexo. Así de sencillo. Me gusta en todas sus facetas: suave o duro, tierno o agresivo, simple o complejo, a oscuras o con luz, desnudos o vestidos, limpio o inmundo. Me place a escondidas o en público; a solas, con compañía, con dos, con tres, en grupo.
Permitido o correspondido, qué bueno; si está prohibido, pues mejor.

Lo he sabido desde que tengo memoria, cuando me di cuenta que, apretando mucho los muslos, una sensación placentera se instalaba allí, justo entre mis piernas.

No me acuerdo que edad tenía exactamente, tampoco sabía qué era aquello que recién descubría; pero me agradaba, y mucho. Sin saberlo comencé a explorarme cada vez con mayor atrevimiento, sin tapujos ni vergüenzas conmigo misma, aunque me cuidaba mucho de no ser descubierta por ningún adulto mientras «investigaba».

Así crecí. No tanto como hubiera querido, pero algo estiré.
Que nadie vaya a pensar que fui una niña traumada por sus aficiones secretas. Nada más lejos de la verdad.

Fui la pequeña que aprendió a leer sin esfuerzos, la niña que, aunque tímida, era capaz de aprenderse de memoria largos poemas o cuentos para luego recitarlos delante de todos en la escuela, casi muriendo por la pena, pero negándose a defraudar a quienes esperaban algo de ella.

Para todos siempre fui la buena Salomé, o Sally, como preferían todos. La disciplinada, la estudiosa, la educada, la creativa…aunque cuando nadie miraba, cuando nadie me veía, seguía asfixiando las almohadas entre mis piernas, apretándolas fuerte, como si quisiera matarlas, porque esa era la única manera de hacer que llegara el hormigueo fascinante, la relajación, el agotamiento, el goce.

No obstante, estaba yo lejos de saber que esa sensación desquiciante se llamaba orgasmo, y que un día me sería tan necesario como problemático.

Ya les avisé que esto no iba de amor ¿cierto? Pero eso no quiere decir que tenga yo complejo de piedra sin sentimiento. Por eso voy a hablarles de William, el primer chico que me hizo sentir con su sola presencia, eso que llaman «mariposas en el estómago». Tenía 10 años.

Era rubio, más bien de pelo castaño claro y ojos algo verdosos. Se le notaba que algún día disfrutaría el privilegio de ser un hombre alto. Tenía una melena no muy larga y una nariz perfilada. Para mí su rostro era hermoso y, además, era una especie de genio con las ciencias, una cualidad que, a esta señorita, quien tenía una relación algo tóxica con los números, admiraba in extremix.

Willito, como cariñosamente le decíamos, primero fue mi vecino, y junto a su mejor amigo y mi mejor amiga Abby, componíamos un cuarteto que andaba siempre junto. Juntos nos íbamos a la escuela y el mismo desfile se repetía cada tarde, de regreso al hogar.

No demoró en convertirse en mi amigo y obviamente, mi instructor de mates.

Yo era la nerviosa Sally cuando William andaba cerca y Sally la triste siempre que caía en cuenta de que uno de los tres chicos más guapos de mi salón, nunca iba a mirarme como lo miraba yo. Pero…cuán equivocada estaba.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora