Capítulo 7

393 38 83
                                    

Detalles

Después de aquel encuentro se sucedieron otros. Siempre siguiendo el mismo patrón. De lunes a viernes éramos un par de desconocidos que se miraban con disimulo y se deseaban en secreto.

Pero los fines de semana...los fines de semana se comían, se disfrutaban, se conocían, se entregaban y, por tanto, también comenzaban a amarse, aunque ninguno de los dos parecía estar al tanto de ello. O lo fingíamos muy bien.

Yo por mi parte, me negaba a ser la enamorada Sally. No de nuevo. Pero hay corazones tercos, caprichosos, masoquistas, que no entienden de advertencias llegadas desde el cerebro, que es experto en eso de pensar y analizar; corazones que no creen en instintos ni en malos presagios, o aún peor, que no les importan.

El mío era uno de esos testarudos y había empezado a involucrar sentimientos donde solo había espacio para el sexo.

Aaron por otro lado me enviaba mensajes confusos. A veces era distante, frío, mal educado y hasta cruel conmigo y otras tantas hacía o decía cosas que me desconcertaban totalmente.

Mientras el Aaron estudiante me trataba como el culo, el chico que me esperaba en el 212 de la Avenida 3ra fin tras fin, me adoraba, y esto último tengo cómo probarlo.

Uno de esos días de feliz encuentro furtivo me esperó en la calle, y para mi sorpresa, no nos dirigimos al apartamento sino al estacionamiento del edificio, donde tenía su auto. Un Renault Clio de 2008 que según sabía, pertenecía a su abuela. Ella se lo había cedido en cuanto su vista y las libras de más, comenzaron a impedirle conducir sin que pusiera en peligro su vida y la de los demás.

Aquel «dinosaurio de plata» como lo habían bautizado sus amigos de la universidad solo para molestarlo, era su orgullo; primero porque fue el primer automóvil que consideró como suyo una vez que tuvo edad para manejar y segundo, porque gracias a él, podía aprender algo de mecánica, uno de sus pasatiempos favoritos.

-Hoy vamos a dar un paseo-me dijo una vez estuvimos dentro del vehículo.

-¿A dónde vamos?-indagué mientras intentaba disimular la excitación que despertaba en mí la idea de salir con él en plan novios.

-Ya lo verás, no seas curiosa-fue lo que obtuve por respuesta.

Media hora más tarde, mi paisaje comenzó a tornarse azul. Era el mar.

La playa nos recibió en silencio, quietud total. Una paz perturbada solo por el jugueteo de las olas y la voz de algunos bañistas dispersos.

Caminamos un rato sin decirnos nada, concentrados en la espuma que empapaba nuestros pies descalzos y en la arena mojada y gris que los engullía a cada paso.

-Adoro el mar-dijo finalmente. Es lo más parecido al paraíso de todo lo que conozco.

-A mí no me gusta mucho. No me agrada que el agua salada se me pegue en la piel y ni hablar de los estragos que me hace en el pelo.

-Bah, eres una aguafiestas y yo pensando que iba a darte una bonita sorpresa.

-Y lo hiciste, de veras que sí. A mí el mar me place verlo, olerlo, sentirlo, pero no probarlo. Demasiada sal para mi delicado paladar.

-¿Entonces no entrarás conmigo al agua?

-Claro que no. Mucho menos sin traje de baño.

Lo vi mirarme con cara de niño a punto de hacer una travesura, y leyendo sus intenciones, eché a correr. Él primero gritó:

-No sé quién te dijo que estabas al mando aquí. Y entonces comenzó a perseguirme.

Como supondrán, atraparme y meterme al agua fue coser y cantar para sus músculos.

Ah, por si se lo preguntan, no hubo sexo esa tarde. Lo que vivimos ese día, fue mucho mejor. Una felicidad distinta. Esa que solo te da el disfrutar de los pequeños placeres de la vida, en compañía de quien amas, a sabiendas de que esa persona, te ama de vuelta.

****
Les pongo otro ejemplo:

Una noche coincidimos en una fiesta a la que por supuesto, había ido con Maggie. Aquello me había cabreado tanto que bailaba con cualquier chico que se me pusiera delante y bebía todo lo que caía en mis manos.

Me estaba divirtiendo, pero el futuro ingeniero parecía que no. Tenía una cara tan seria que daba miedo y no me quitaba los ojos de encima. Como no se controlara, lo iban a pillar.

Sin embargo, la pillada fui yo.

Salía del baño cuando sentí un tirón en el brazo que me hizo tambalearme sobre los tacones. En un segundo estaba pegada a la pared como insecto en la telaraña, sin salvación posible.

Me rodeaba una oscuridad casi total y solo podía respirar su esencia, inundarme de ese perfume que tan bien conocía y emborracharme con su aliento.

Él mantenía su cara pegada a la mía y me acariciaba las mejillas, la comisura de los labios, los párpados y la barbilla con la punta de su nariz.
Me tentaba con su boca, pero no se atrevía a besarme. Y yo ahí, quieta, saboreando el momento, disfrutando ser torturada de aquella manera tan suya. Tenía calor. Mi centro comenzaba a hervir y ya quería que me tocara, que me poseyera; pero se contenía.

Sabía que la tenía dura, rectilínea y quería apretarla, estrangularla, como hacía muchas veces para enloquecerlo. Pero no me dejaba. Sostenía mis muñecas con ambas manos impidiéndome el movimiento.

Era mi verdugo, definitivamente.

Por un momento lo sentí llegar hasta mi oreja y dibujar con la lengua cada una de sus líneas. Lamió el lóbulo y le dio un mordisquito casi imperceptible. Temblé. Entonces me dijo:

-Me estoy muriendo de ganas por follarte aquí y ahora. Sin piedad, cómo sé que te trastorna. Pero como sigas coqueteándole a cada hombre que hay en esta maldita fiesta...

-¿Qué harás?-lo desafié sin apenas alzar la voz.

-Salomé, no me provoques. Me haces el favor y te controlas de una puta vez-eso último lo había dicho usando un tono más alto que el mío, liberando un tanto el enojo que lo consumía; pero yo también sabía hablar fuerte y estaba tan o más enojada que él.

-A ti lo que te jode es que sabes que no me puedes controlar como haces con tu noviecita, y eso no lo soportas. Pues te vas enterando de una puñetera vez que yo no soy tu maldita propiedad-le contesté apelando a mi fiereza.

-No, no lo eres. Tú eres...

-Vamos, dilo, ¿que soy yo para ti Aaron Miller?-seguí incitándolo. Pero me arrepentí enseguida, en cuanto divisé su rostro transformado por la ira.

Se abalanzó sobre mi boca y casi me axficia con su beso demandante, tosco, doloroso al punto de que, al despegarnos, los labios me ardían.

-Tú eres mía, y vas a ser solo para mí hoy, mañana y todos los días que se me pegue la gana. Y como algún tipejo de estos te vuelva a tocar, no respondo Salomé-diciendo estos sus facciones pasaron a lucir menos agresivas.

Sus dotes camaleónicas me dejaban atónita en ocasiones.

Se acercó de nuevo a mí, pero ya no le quedaba furia en la mirada. Parecía derrotado por la verdad que acababa de revelarme: estaba celoso, irremediablemente celoso.

-Por favor, te lo pido Sal, ya no más-me sostuvo la cara entre sus manos y depositó en mis labios un beso pausado, tierno, delicado. Y sucumbí.

¿Cómo podía no hacer caso a semejante demanda cuándo era él quien me lo pedía?

Sí ya sé. Soy una floja, sentimental, tontorrona y con una inteligencia cuestionable. Pero en ese instante, en mi cabeza solo flotaba la idea de que Aaron tenía celos de mí y eso me hacía sentir especial. Por eso decidí cambiar de aptitud y con ello, la fiesta terminó en paz.

°°°°°°
Ni se imaginan lo que me gustó escribir este capítulo, casi que lo he vivido. Espero sinceramente que sea del agrado de todos. Sus votos y comentarios me lo dirán. El jueves regreso, digo, regresan ellos 😊☺️

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora