Capítulo 27

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Verde pasión

La ceremonia religiosa estuvo maravillosa. Les confirmo que Abby era la novia más linda que vi en mi vida y David el hombre más orgulloso del planeta. Aaron estaba guapísimo vestido de pingüino, como él mismo les llamaba a los hombres que vestían con esmoquin negros.

A mí me tocó modelar un traje de gala, verde aceituna, de satín, con cuello de tortuga, sin mangas y con una abertura frontal del lado izquierdo que me descubría toda la pierna al caminar.

En el altar, Aaron y yo quedamos posicionados uno frente al otro. Me costaba terriblemente no mirarlo y él parecía no tener un mejor lugar donde poner los ojos que en mí.

Olivia había asistido a la iglesia como acompañante de su nieto. Me dio tanto gusto verla entre los invitados que fui directo a saludarla una vez aquellos dos, fueron declarados marido y mujer y recibieron su lluvia de arroz y pétalos de rosa en la puerta del recinto, antes de montarse en el auto que los llevaría hasta el lugar donde sería su fiesta.

Como siempre, casi me aplasta con su abrazo, aunque lo agradecí. Ella y yo nunca habíamos perdido el contacto y esas esporádicas llamadas, además de acercarnos, me habían sacado de la depresión en los momentos más duros de mi autoexilio.

—Si los dos vieran lo que yo vi, lo que vimos todos, cuando ustedes se miraban en el altar, dejarían de perder el tiempo y se darían la oportunidad que se merecen de ser felices juntos—me dijo. Yo solo sonreí y me ofrecí a acompañarla hasta el auto de su nieto, qué más podía hacer.

Por supuesto, me obligó a irme a la fiesta con ellos.

Me senté detrás, y durante todo el camino, Aaron no dejó de mirar por el espejo, entretenido con el lado abierto de mi vestido. Su mirada insistente y penetrante me absorbía. Casi que no podía disimular el calor que me encendía la cara, ¡y ni hablar de la zona central!

La fiesta se haría en casa de la novia. No podía ser otro el lugar teniendo en cuenta que la residencia de los White, era una de las más espaciosas de la vecindad.

Varias personas se dispersaban por el vasto y bien decorado patio cuando llegamos. Yo me apresuré a alejarme de Aaron. Ocupé mis manos con una copa de vino y me dispuse a conversar con cuánta gente con rostro conocido aparecía en mi campo de visión.

Pero llegó el baile. La novia con su padre. La novia y el novio...Los padrinos.

Puta madre, no había pensado en eso.

Bueno Salomé, hay que inmolarse. Que todo sea por tu mejor amiga.

Aaron se colocó a mi lado en un santiamén. Su expresión era burlona, y eso que no le gustaba bailar. La mía, por el contrario, era de fastidio, o al menos intentaba serlo.

Ya en el medio de la pista improvisada para la ocasión, nos pusimos uno frente al otro a la espera de que la música volviera a sonar. Sabía que pondrían un tema lento, romántico y que ello me obligaría a estar pegada a él más de lo que mis nervios podrían tolerar. Y como en efecto, ahí estaba la melodía cadenciosa.

Me tendió la mano en pos de que le concediera la mía, y en cuanto la tuvo, me atrajo hacia él con posesión.

—Contrólate por favor, todos nos miran—le dije entre dientes, tratando de disimular con una falsa sonrisa, la tensión sexual que flotaba sobre nosotros.

—Eso no podría importarme menos. Si no fuera por lo determinado que estoy a no ponerte un dedo encima mientras no seas nuevamente mía y de nadie más...

—¿Qué?—pregunté con desdén, pero él solo siguió mirándome de esa manera tan única que me dasafora.

—Vamos, que no se diga que Aaron Miller se ha quedado sin argumentos—lo provoqué y siguió en silencio, mientras yo me estremecía toda, pues acababa de sentir el roce de sus manos que, con todo el descaro del mundo, fueron a reposar sobre mi trasero.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora