Capítulo 36

194 20 94
                                    

¡Chúpate esa, mamá!

Un mensaje de un número desconocido me devolvió a la órbita terrestre.

Ponía, y cito: «Tu hermana ya lo sabe todo. Yo se lo conté. Espero estés complacido. Ahora sí puedes decir que no tienes familia materna».

Por supuesto, firmaba: Mamá.

Definitivamente yo en mi vida anterior debo haber sido un pedófilo o un General de Hitler, porque señores, algo muy grave tuve que haber hecho para merecer una madre como aquella, tan mezquina.

Bufaba de pura rabia, no por la idea de quedarme sin familia por parte de mi madre, como si fuera a importarme; total, nunca la había tenido y aquí estaba. Ok, un poco dañado, pero vivo y tratando de salir adelante.

Lo que me dolía era que su mala intención, su mala fe, seguramente había echado a las cloacas más fétidas los avances en mi relación con Maggie, con mi hermana, quien para mí era la gran víctima de esta historia, aún cuando me había demorado más en reconocerlo que Ulises en llegar a Ítaca.

Durante años la utilicé para mis tontos propósitos. La juzgué sin conocerla, jugué con sus sentimientos, me aproveché de ellos, la engañé, le fui infiel y estuve a punto de arruinarle la vida... ¿Alguno de ustedes sería tan amable de darme una hostia, o diez?

Si por alguien agradezco el haber visto la luz y haber rectificado a tiempo mi error, era por ella, y por Sally claro.

Después de nuestra ruptura todo había quedado bien entre nosotros y acordamos con Emilio— incluso Sandra estuvo de acuerdo— en que era innecesario atormentarla con la noticia de nuestro parentesco; ya luego, de a poco, podríamos ir enterándola de la situación.

Mi relación con ella, por tanto, iba viento en popa y a toda vela.
Nos escribíamos de vez en cuando y ella acudía a mí cuando pasaba días sin saber de Don Emilio.

Por tanto, no tenía idea de cuál sería su reacción ahora que sabía la verdad sobre nosotros. Seguramente nunca más querría saber de mí, me odiaría con razón y esa bruja sin corazón que me trajo a este mundo habría cumplido con el propósito de su existencia: el de hacerme trocitos la felicidad.

Aquí vamos otra vez.

                                 ****
Pensé que lo mejor que podía hacer era adelantarme a los acontecimientos.

Le escribiría a Maggie y le contaría mi versión.

Ya sé que lo que pasó, lo que hice y pretendí hacer con ella era imperdonable; sin embargo, todo tenía su explicación y se la daría.

Nunca es demasiado tarde para pedir perdón, eso dice la Nana, y si ella lo dice, pues que sea ley.

Encendí el ordenador dispuesto a pasarme horas escribiendo un correo esclarecedor para mi hermana. Pero en cuanto abrí la bandeja de entrada de Gmail, me sorprendió un nuevo mensaje.

Era de ella, de Maggie.

—¡Me cago en mis ancestros! Estoy perdido—lamenté, pero me acomodé en mi silla y empecé a leer.

«Querido Aaron»:

—Vaya, eso es una sorpresa. Esperaba algo más agresivo, como «Estimado gilipollas, poco hombre, pelotudo, tocapelotas de mierda, hijo de la chingada» o cualquier otro insulto de esos de los que se sobran en el mundo. Pero no, me llamó Querido, empezamos bien—prosigo.

«Si conozco bien a mamá, ya debe haberte advertido que estoy al tanto de todo. Le encantan las primicias, no sé cómo es que no se hizo periodista. Y si te conozco bien a ti seguramente ya debes tener en mente tu defensa. Pero te aseguro que no será necesario. Cuando Sandra me contó—aun cuando no perdió tiempo para intentar meter cizañas entre nosotros con el fin de despertar mi odio hacia ti, para castigarte por haber sido grosero con ella, según cuenta—, también se vio obligada a contarme la verdad sobre cómo y por qué te abandonó a tu suerte y cómo me había ocultado que estaba al tanto de tus planes para conmigo.

«Yo por supuesto que estoy dolida con el tema. No creo que me merecía ese rencor de tu parte; sin embargo, entiendo que no estabas bien, que necesitabas ayuda, orientación y que nadie supo dártela. Tuviste que enfrentar casi en soledad el abandono de tu madre, y por lo poco que me dejaste entrever en el tiempo que pasamos juntos, también te tocó lidiar con la desatención de tu padre y convertirte en un hombre aun cuando seguías siendo un niño. Y así todo, eres una buena persona; es cierto, gracias a Olivia y a la educación que te dio, pero también gracias a ti mismo, a que no te rendiste nunca.

«No voy a condenarte. Creo que ya la vida te ha castigado lo suficiente. Además, tampoco que hayas sido el único que cometió errores, que contigo nunca fui lo suficientemente leal. Solo quería darte la bienvenida oficialmente a la familia, al menos a la mía.

«A mamá no le hagas caso, ella es así de...diferente, por decirlo bonito. No creo que vaya a molestarte más después de todo lo que le dijiste, eso sin contar que ahora tendrá cosas más importantes de las que ocuparse, pues su nuevo amor le robó el dinero que tenía en su cuenta y se esfumó. Sólo le quedan las acciones de la empresa para sobrevivir y mi papá le ha prometido hacerlas producir siempre que se mantenga alejada del país.

«Espero sinceramente que me creas, que podamos recuperar el tiempo perdido y que un día podamos reírnos juntos de este pasaje de nuestras vidas. Aunque no pienso que llegue nunca el momento en que tengamos valor de contarles a nuestros hijos. Por cierto, en unos 7 meses, serás tío.
«Cuídate mucho hermano mayor y saludos a tu amor.
«Con cariño: Maggie».

Derramé muchas lágrimas mientras leía; pero cuando terminé, comencé a llorar con ganas. Era la expiación de mi culpa, el alivio. Maggie me había perdonado a pesar de todo, me quería en su vida, en la vida de su futuro bebé.

¡Chúpate esa Sandra!

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora