Capítulo 14

301 26 71
                                    

Preguntas

Ya en la cama, descansando después de tanto ajetreo—pues la fiesta se había trasladado desde el salón hasta la habitación— nos quedamos abrazados, en silencio, cada uno absorto en sus propios pensamientos.

La quietud se hizo pedazos cuando la voz ronca y pausada de Aaron retumbó en la alcoba.

—Sabes, yo era un tipo raro antes de conocerte. Apenas tenía amigos, solo Eddy. Nunca iba a fiestas. Me acostaba con chicas por deporte, aun cuando algunas cosas relacionadas con el sexo me parecían repulsivas; y ni de coña las traía a casa. No sabía lo que era sentir celos por alguien y jamás pensé que pudiera enamorarme.

Oh por Dios, ¿yo he escuchado bien?, ¿acaso acaba de reconocer que está enamorado de mí? Pensé que tendría un pico de azúcar y no sería precisamente por comer tanto dulce antes.

—Apareciste y me has convertido en un tío normal–prosiguió. —Me hice amigo de David solo porque lo vi atreverse a acercarse a Abby y con eso, logré tener información sobre ti. Empecé a colarme en cada fiesta que se perdía solo con la esperanza de verte, aunque fuera de lejos. Que aceptaras estar conmigo ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Traerte aquí, las cosas que hacemos, todo lo que me haces sentir, a veces pienso que no soy yo mismo, o que siempre fui así, pero necesitaba que alguien me lo recordara. Tengo miedo de perder todo eso. Me aterra la idea de perderte y de convertirme otra vez en un hombre raro—me abrazó y di por terminada su repentina confesión.

—¿Y Maggie? Dónde entra ella en lo que acabas de decirme. Cómo puedes confesarme que estás enamorado de mí cuando no la dejas a ella–aproveché la oportunidad para sacar el tema de la otra pata de nuestra mesa.

—Es más complicado de lo que te imaginas Salomé–expuso.

—Yo pienso que las cosas son simples siempre. Somos nosotros los que nos empeñamos en complicarlo todo. Me quieres a mí, quédate conmigo. ¿Ves? Es simple– señalé.

—No hablemos de Maggie, por favor te lo pido, no es el momento–casi que me lo suplicó.

—Ese es el problema, nunca es el momento cuando se trata de ella. Parece sagrada. Pero está bien, tú ganas, no la mencionaré más. Solo te voy a recordar una última cosa: mientras ella siga en ese pedestal que tú mismo le has levantado, lo nuestro no pasará de esto, unos pocos buenos revolcones. Y sí, ya sé que esa era la idea, pero si en eso se va a resumir todo, entonces, por favor te pido, no metas sentimientos también debajo de las sábanas, porque no caben, no así, no cuando todavía somos tres.

—¿Eso era una amenaza?–preguntó frunciéndome el ceño.

—No, era una petición, pero tómalo como quieras–le solté mientras le daba la espalda para zanjar la conversación y dormir.

                                ****

El resto de la semana fue más de lo mismo.

Él intentaba lograr que fuéramos una pareja normal, que se amaba y se deseaba cada vez más, porque hay que reconocerlo, lo nuestro era adictivo.

Atraparlo sin camisa me excitaba, verlo sudar haciendo ejercicios me ponía a mil, si me miraba más de dos segundos, si me rozaba, si me hablaba bajito, si decía mi nombre completo, todo de él era una invitación constante a desnudarme y a abrirle las piernas para que me disfrutara, ¡y mira que no perdía oportunidad para ello!

Yo por mi parte, cuando Aaron no estaba a mi lado, detrás, debajo o encima de mí, no hacía más que pensar en los misterios que rodeaban a mi chico y que yo me moría por descifrar.

Me intrigaba que nunca hablara de sus padres, como si no existieran. Solo conocía lo poco que llegó a contarme de su madre y el por qué se había ido de casa dejándolo al cuidado de su abuela y las pinceladas que me había dejado entrever Olivia sobre su hijo, el papá de Aaron, quien de tan devastado que quedó tras la traición de su esposa, se había desentendido de su hijo—imperdonable e injustificable actitud, si me preguntan a mí—y hoy en día tenía una nueva familia, esposa e hijo, de la que su primogénito, no quería formar parte.

Ansiaba saber qué lo había llevado a decidirse a volver a estudiar y cómo lo habría logrado; moría por entender por qué era yo la que estaba en aquella casa actuando en el papel de novia ante su abuela cuando no lo era; pero lo que más me desconcertaba de todo, tenía nombre y apellido: Maggie Salvador.

En primer lugar, ¿por qué Olivia no sabía que existía?, ¿por qué le había mentido sobre la fecha de su cumple?; ¿por qué en el crucero dormían en camarotes separados?; ¿por qué no pasaban los fines de semana juntos cuando él se llevaba bien con sus padres y podía pasar tiempo con ella en su casa?; ¿por qué me hacía el amor como tigre hambriento si se suponía que en la semana podía aliviar con ella sus ganas?; y lo más importante, ¿por qué la mantenía a su lado si era evidente que no la amaba?

Todos eran por qués en torno a ella y a su relación de pareja. Me mataba no tener respuestas para tantas interrogantes y lo peor, creo que por cada pregunta que debía dejar en blanco, me salía una arruga. Si seguía en estas, ni un camión de cremas ni 20 hectáreas sembradas de pepino me ayudarían a frenarlas.

Aún así, estaba decidida a no seguir en ascuas. ¡Ay! Pero cuánto me arrepentiría luego de saber. Han escuchado eso de que «a veces la ignorancia es felicidad», pues quien sea que lo haya dicho, tenía razón.

°°°°
Un capítulo cortito, pero escrito un poco que para intentar desenredar un tanto las cosas, aunque ya me parece que acabo de enredarlas más jjj, perdonen. Les traeré respuestas pronto, pero no olviden votar y comentar. Kisses

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora