Epílogo

236 17 78
                                    

Casi era fin de semana y, en vista de que yo tenía permiso para ausentarme del trabajo por unos días, por ese viaje que afortunadamente no fue necesario realizar, me dispuse a disfrutar de lo lindo de la compañía de Sal.

Despertar a su lado se me había vuelto un vicio en ese poquísimo tiempo y un tanto que me seguía preocupando el hecho de que no quisiera quedarse, pues bien que podía regresar a casa con su familia, o la gran ciudad, para volver al restaurante donde la esperaban.

Por eso no pude evitar el sobresalto cuando me anunció que debía ir a visitar a los suyos, quienes por cierto, no tenían ni idea de que estaba en el país. Es probable que le hicieran un acto de repudio y seguramente se encontraría a Abigail, megáfono en mano, dirigiendo la protesta.

—¿Me acompañarías?—pidió de repente, y casi se me derrama el jugo del desayuno que me estaba tomando.

—¿A tu casa?—pregunté todo nervioso, aunque intenté disimular limpiando la mesa más afanosamente de lo normal.

—No mi amor, cómo crees, al zoológico—ironizó, consiguiendo que yo le hiciera una burla, por chistosa.

—Por supuesto que a mi casa, a dónde más. Creo que ya es tiempo de que todos sepan de ti. Además, no pienso ir a decirle a Doña Lucía que nos vamos a vivir juntos yo sola, si estás presente seguramente no se atreverá a sacar su réplica de la espada de Damocles.

Después acusa a Abby de exagerada; pero si su intención era tranquilizarme, pues no tenía ni idea de por el mal camino que iba. Además, ¿cuándo me iba a decir que en serio estaba pensando en venirse a vivir conmigo?, ¿cuando me estuvieran cercenando la cabeza?

«Y ahora quién es que exagera», escuché murmurar a la vocecilla y no se me escapó el tono de fastidio que había empleado para hablarme.

No obstante mi conciencia tenía algo de razón. La verdad es que no me parece que mi suegra fuera a ser tan temible, aunque no sé por qué, pero no dejaba de temblar con la idea de enfrentarla cara a cara por primera vez y nada más y nada menos que en plan «somos novios y nos vamos a hacer vida como marido y mujer».

—OK, te acompaño, pero fíjate, si en cuanto tu mamá saque la espada, me ves salir huyendo, tú recuerda que te amo y te soy más útil vivo que muerto—dije mientras instintivamente acariciaba mi cuello.

Ella dejó escapar la risa. Creo que pensó que estaba bromeando.

                                  ****

Nosotros somos un par de dramáticos, y lo de nuestra cobardía, me temo que es incurable.

Estuvimos todo el viaje a su casa sin hablarnos—por suerte solo era media hora de trayecto—cada cual lidiando con su propio nerviosismo. Eso sí, nos agarrábamos de las manos cada dos por tres.

Pero todos nuestros miedos y preocupaciones eran infundados. Su familia no pudo habernos dado una bienvenida más cálida. Hubo besos, abrazos, palabras cariñosas, felicitaciones y hasta aplausos. Cero regaños, cero reproches y lo mejor, la espada estaba bajo llave.

Ahora no solo ella era mía, su familia también.

Sally aprovechó para hacerle la visita a Don Luis y a su esposa, quienes al enterarse que por el momento estaba desempleada y que pensaba quedarse, le ofrecieron su antiguo trabajo en el restaurante de ambos.

Una oferta que ella aceptó gustosa, puesto que sería una buena manera de mantenerse activa y ganar dinero en lo que se cocinaba un plan que habíamos ideado entre los dos.

Uniríamos fuerza y capital y con nuestros ahorros, más un préstamo bancario e intentaríamos abrir nuestro propio restaurante. Es una jugada arriesgada y no sabemos si saldrá bien pero es su sueño y el mío es hacerla feliz, así que no tiene por qué salir mal.

°
°
°
°
Me ha pasado algo raro con Aaron en casa de mi mamá.

Le estaba mostrando mi antiguo cuarto cuando de repente, lo vi mutar de raza, de trigueño a blanco alvino. Así de pálido se puso. Por un momento creía que había tenido un pico de azúcar o una baja de tensión.

No me di cuenta que tenía en las manos uno de los portarretratos que descansa en la mesita de noche hasta que me lo mostró, sin articular palabra, puesto que estaba siendo víctima de un caso severo de tartamudez. Nunca lo había visto así de impreciso.

—Quién es—logró preguntarme tras tres intentos fallidos, cuatro respiraciones profundas e igual número de suspiros.

—Ah, esto—tomé el cuadro con cariño, como siempre lo hacía y acaricié el cristal como si quisiera que aquel rostro que me miraba, supiera lo mucho que la quería. —Es Fabiana, mi hermana mayor. Era hija de mi papá, su primogénita. Yo nací un año después que ella.

—Y por qué dices que era—siguió interesado.

—Falleció a los 12, de Leucemia. No sabes, cuando murió le pedí a papá que me regalara una foto suya, de recuerdo, él me trajo esta y un poco que me obsecioné con llevarla siempre conmigo. Era como tenerla cerca.

Un día guardé la imagen dentro de uno de mis libros favoritos Corazón, de Amicis, pero tengo varios ejemplares y hacía tiempo quería donar alguno a la biblioteca de la escuela y así lo hice, solo que sin saberlo, entregué el libro donde había colocado la foto. Cuando me di cuenta intenté recuperarla pero ya no estaba. Por fortuna mi padre me trajo otra pero esa la coloqué aquí, para que estuviera más segura—le conté con los ojos húmedos por las lágrimas.

No sé por qué nunca le había hablado a Aaron de Fabi. Supongo que porque una pena así, se hace menos dolorosa con el paso de los años y con el tiempo, aprendes a guardarla en un lugar especial, un lugar al que solo tú tienes acceso y al que acudes en soledad, porque hay dolores que únicamente nos pertenecen a nosotros mismos.

Igual me alegraba mucho de haber compartido esto con él. Podía decirse que ya no tenemos casi nada más que descubrir uno del otro.

Sin embargo, a él todavía le faltaba una historia por contarme. Me lo hizo saber en cuanto le pedí permiso para llevarme el cuadro a su casa.

Enseguida me dijo que no hacía falta y procedió a contarme el por qué.

°
°
°
Sally se ha quedado de piedra con lo que le he contado de la foto que me acompañó en mis años más convulsos. Ni ella ni yo alcanzamos a creernos aún que esa foto pudo habernos unido desde que éramos unos críos.

Ahora sí no me cabían dudas de que Salomé y yo estábamos destinados desde siempre. Creo que su hermana ha sido la primera en confabularse para juntarnos y hacernos saber que así debemos permanecer. El resto lo ha hecho la vida y en lo adelante, será nuestra responsabilidad.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora