Capítulo 44

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Un brindis por su odio

No habían pasado ni tres días de aquel desafortunado evento con las bragas cuando me llegó una citación del departamento de Recursos Humanos de la compañía.

Fui enseguida. Con ese personal hay que tener las cuentas claras siempre.

Para mi sorpresa, se me informó que me iban a abrir un expediente por conducta moralmente inaceptable e iniciarían una investigación interna por una posible demanda por acoso sexual.

Yo no daba crédito. Sentía cómo la furia se iba abriendo paso en mi interior, atropeyándolo todo mientras luchaba por aflorar, pero no podía dejar que se hiciera presente, eso solo empeoraría las cosas, además, ¿por qué tomarla con el mensajero?
Por eso apelé a toda la calma que pude y me propuse a indagar contra quién debía dirigir mi enojo.

—Puedo saber quién me acusa de algo tan mezquino—pregunté solo para confirmar, pues sabía perfectamente quién era la responsable de semejante desatino.

Redoble de tambores...

—La señorita Sabrina Maldonado asegura que usted ha intentado seducirla y que incluso, la puso en una situación incómoda en su propio despacho—me respondieron.

Pero será cínica la tía esta. Esa mujer estaba decidida a acabar con mi carrera y con mi reputación. Si es que hasta parecía entrenada por mi madre en el arte de hacerme la vida un ocho.

Mi madre...por qué será que siempre que caigo en un agujero negro, siento sus manos sobre mi espalda antes de perder el equilibrio.

Pero esta vez no se iría de rositas. Ella había puesto a esa loca en la empresa, en mi camino, así que un poco era responsable de haber preparado el trago amargo que andaba yo tratando de digerir. Lo menos que podía hacer era hablar con su abogada e intentar convencerla de no seguir adelante con esa película que se había montado y a la vez, despedirla, porque después de esto, yo no quería verla ni en caricatura.

Sin embargo, nuevamente mi querida madre dio muestras de que poseía el instinto maternal de un escarabajo enterrador. Para el que no lo sabe, la hembra de este colorido insecto, una vez que encuentra comida, alimenta a sus crías al azar, hasta que el alimento se acaba. Es entonces cuando, sin reparo alguno, procede a devorar a sus criaturas más hambrientas, so pretexto de que, de todas formas, estarían condenadas a una muerte segura.

Le quedaba pintada la comparación.

Sandra ignoró completamente mi amable petición de que intercediera en el caso. La había contactado por teléfono y aunque en un primer intento no quiso escucharme, finalmente sucumbió ante mi insistencia. Pero bien que habría podido ahorrarme las molestias, pues fue más el disgusto que me llevé que lo que logré resolver.

—Lo siento mucho, pero no creo que pueda ser de utilidad alguna. Yo no estaba presente cuando ocurrió el desafortunado episodio—Sabrina parecía ya haberle dado su versión de los hechos—, así que no podría emitir un criterio justo. Además, yo a la señorita Maldonado la conozco, le tengo cariño, conozco su trabajo y sé que es una muchacha responsable, intachable, no tengo motivos para dudar de su honestidad. En cambio, a ti que eres mi hijo no te conozco de nada, como mismo me dijiste la última vez que nos vimos.

—No te estoy pidiendo que mientas por mí, ni que me defiendas ni mucho menos, no faltaba más. Además, no es necesario, quien no la debe no la teme y al final, la artimaña que ha creado esa desequilibrada se desmontará, caerá por su propio peso. Sólo le estoy dando la oportunidad a ella de que se retracte y que esto no pase a mayores. Lo que necesito de ti es que la aconsejes para que no se siga enredando y se retire de la empresa con un poco de dignidad, porque si persiste con sus calumnias, de la demanda por difamación no la salva ni Dios y sí, es un amenaza, hazme el favor y transmítele el mensaje. Créeme, si la despides, le harías un gran favor. Piénsalo y demuestra que es verdad eso de que la aprecias—le solté casi sin respirar.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora