Capítulo 16

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El regalo

Comenzar el nuevo curso, el definitivo para nosotras, fue un gran alivio. Ocupar los pensamientos en las materias y no sólo en Aaron, me ayudaba a hacer más llevadera mi situación actual.

No podía sacarme de la mente mi conversación con Abby.

Por otro lado, el descubrimiento reciente de que la actitud que él asumía con relación a Maggie podía estar motivada por el más burdo interés, me martillaba el cerebro.

Quería alejarme de toda esa mierda. Maldito libido el mío. Todo por un polvo. Cómo carajos se habían complicado tanto las cosas cuando yo solo quería un orgasmo, o unos cuantos, si no era mucho pedir.

Uno de esos días del primer mes de clases, salí del aula un tanto abrumada con mi situación amorosa que parecía no mejorar en lo más mínimo.

Esa tarde salí directo al edificio donde dormía en la universidad. No quise pasar por el parque, no quería verlo, necesitaba estar a solas conmigo misma, pensar en si valía la pena continuar apostándole todo a un hombre que nunca sería mío, no del todo.

Cuando entré en mi habitación vi que sobre mi almohada descansaba una pequeña caja color ocre y una nota:

«Para que huelas como siempre te recuerdo, tu Aaron».

Dentro de la caja encontré una botella pequeña, muy similar a las que llevan la esencia de vainilla que uso con frecuencia en las clases de repostería. Solo que en su interior no contenía saborizante artificial, sino un perfume desconocido para mí.

Fue posar mi nariz en el orificio del envase y el olor me transportó a la mesa que mi abuela preparaba cada domingo, cuando invitaba a la familia a desayunar. Frutas, chocolate, café y pan recién horneado. Era una mezcla de todos los olores que adoraba y que me hizo recordar que la primera vez que Aaron y yo amanecimos juntos, le preparé un desayuno similar que después, hube de repetir, pues desarrolló una pequeña adicción.

Sabía, por lo que Aaron me había enseñado, que los perfumes pueden crearse a partir de una amplia gama de ingredientes, aunque los más comunes son aquellos que provienen de la madera.

Además, estaban los acuosos, que casi siempre contienen extractos de algas; o los que tienen notas especiadas, es decir, condimentos o incluso granos. También estaban los que partían de frutas cítricas; los de olores dulces-para los que se acude a la vainilla, la canela, entre otros elementos-; además del frutal y el floral.

A él le apasionaba ese mundo y un poco que me había contagiado su pasión. Motivada por sus pláticas al respecto, varias veces la curiosidad me llevaba a investigar en la red aspectos relacionados con la creación de aromas. El conocimiento no ocupa espacio, ¿verdad?

Aprendí entonces que la forma en que se utilizan los diversos ingredientes de los perfumes consta de tres pasos esenciales: las notas de salida-que son las más ligeras-son las responsables de dar la primera impresión de un perfume, eso que nos atrapa durante los primeros minutos luego de aplicarlo. Según los especialistas lo más común es que sean aromas frescos, casi siempre con olores típicos de las familias olfativas cítricas o acuosas.

Las notas de corazón se perciben pasados esos primeros minutos y tienen la característica de impregnarse en la piel por horas, de ahí que sean más complejas de conseguir. Ahí reinan las familias florales, dulces y algunos cítricos.

Por último, están las notas de fondo que son las que se encargan de dotar de profundidad e intensidad a las fragancias. El aroma final que suele llegar de los ingredientes amaderados o de ciertas especias.

De acuerdo con lo que había estado leyendo en línea, lograr el equilibrio en un perfume es un arte y a juzgar por lo que estaba oliendo en este frasco, y sobre la piel de mi muñeca donde apliqué una gota, Aaron era un artista de la perfumería. Al final iba a resultar que ambos no teníamos profesiones tan distintas; él combinaba olores, yo sabores, pero en la concreta, todo se trataba de arte.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora