Capítulo 15

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¿Te quedas conmigo?

El último día de nuestra idílica semana llegó. Al otro día regresaría a mi casa para, al siguiente, comenzar el 4to curso, el del cierre. Me graduaría y saldría de allí, de mi ciudad natal, del calor del hogar, lejos de Aaron. Era pensar en ello y se me apretaba el pecho. Pero bien, ya habría tiempo de sufrir por esa inminente separación. Hoy sería feliz, o eso creía yo.

En todo el tiempo que había estado en casa de Aaron siempre supe que él hablaba casi a diario con Maggie, a veces por teléfono y otras por chat.

Cada vez que pasaba, trataba de irme para no estorbar, en definitiva, yo era la otra y debía ocupar mi lugar, el lugar que él me daba. Pero en esa ocasión, estaba tomando una ducha y no pude evitar escuchar todo lo que le decía. Desde «tengo muchas ganas de verte» hasta «yo te he extrañado también», o «he estado en casa, aburrido, contando los días» y lo mejor para el final: «te quiero mucho también nena».

Eso ya era más de lo que podía soportar. Esperé a que colgara y salí hecha un huracán y toda mojada del baño, con apenas una toalla cubriendo mi desnudez. Tanto descaro, y viniendo de él, había acabado con la poca ecuanimidad a la que lograba apelar cuando el tema Maggie salía a la luz.

-Eres un mentiroso repulsivo sabías. Deberías atenderte, ir a terapia o algo-fui todo lo sarcástica que pude.

-Qué querías que hiciera, que no le hablara, que la dejara colgada, que fuera grosero. Yo no puedo tratarla de esa manera, no es conveniente-dijo bajando la voz.

-Pero sí puedes mentirle y traicionarla. O bueno, quizá es a mí a quien le mientes. Tal vez soy yo la ilusa y la inocente, no ella. A lo mejor hasta se ríe de mí, de lo tonta que soy por creer que puedo tener de ti algo más que tu cuerpo; por aspirar a acompañarte a una fiesta, a que me lleves a cenar o al cine y no solamente a tu cama-dije tratando de contener las lágrimas, pero no me obedecían, empezaron a caer sin control. Aaron hizo ademán de ir a consolarme. No se lo permití.

-Ni siquiera lo pienses-lo paré en seco.

-Sal, nadie se ríe ni se burla de ti y yo no te estoy mintiendo. Es verdad que me enamoré; es verdad que te necesito, toda tú, no solo tu cuerpo. Pero también es verdad que no puedo abandonarla a ella, es algo que no te puedo explicar, aunque sé que cuando te explique igual no me entenderás, puede que hasta me odies. Salomé, yo lo quiero todo contigo mi cocinera, te lo digo en serio.

-Palabras Aaron, solo palabras, y sinceramente, no me sirven. Por favor, déjame sola ¿sí?

-No, no me voy a ir. Presiento que vas a hacer una estupidez.

-Ah porque ahora soy estúpida?

-Yo no he dicho eso, pero tengo un mal presentimiento. No me gusta cómo te estás tomando las cosas, ni la manera en la que me estás mirando, como si no quisieras verme más.

Me sequé las lágrimas. Llegado a ese punto ya había llorado lo suficiente y no tenía intenciones de deshidratarme, no era una buena manera de morir, si es que hay alguna. Entonces lo encaré.

-No tengo energía para esto Aaron. Ya sé que es mi culpa, por creer que es posible tener sexo con la persona que te gusta y ser inmunes a los sentimientos. Fue un error pensar que el sexo que tú y yo tenemos podía quedarse en el plano físico y no trascender, no evolucionar. Pero bien, dicen que rectificar es de sabios y que nunca es tarde para hacerlo. Así que la mejor decisión que puedo tomar ahora mismo es retirarme. Darte espacio y tiempo para que resuelvas los crucigramas sentimentales que tienes en tu vida. Me quiero ir, por favor, ¿me llevas a casa?

No me explico de dónde saqué las agallas para decir todo eso, para tomar una decisión tan radical. Pero era lo que pensaba.

A veces cometemos el error de creer que el amor y el sexo pueden separarse; que uno puede, en algún momento, vivir de espaldas al otro. Pero el amor, aun si germina de prisa o si se toma su tiempo para crecer, necesita vivirse entre sábanas para consolidarse.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora