Capítulo 38

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El reencuentro

Ahí la tienen. Ella no escarmienta. Ha vuelto a venir a recogerme a un aeropuerto con un vestido viagra. La última vez que hizo eso no pude aguantarme las ganas y terminé follándomela en medio de la carretera. Cómo le gusta provocarme. Y qué simpática, está alzando un cartel que dice: Aaron «niñato» Miller...muy graciosa, esta me las paga.

Ya me vio. Viene corriendo hacia mí. Madre mía, me siento en una película india; en cualquier momento suena la música y toda esta gente se pone a cantar y a bailar mientras nos encierran en un gran círculo.

Dejé la mochila en el piso y me preparé para recibirla. Estaba a medio paso de mí cuando me saltó encima, rodeándome enseguida con sus piernas.

—Bienvenido a España, chaval—me dijo en un intento fallido de imitar el acento español.

—Gracias tía—le seguí el juego.

El beso que vino después fue largo, profundo y desvergonzado. Era como si quisiéramos que se enteraran todos que habían dos amantes entre ellos, tratando de borrar con sus labios el tiempo que estuvieron separados.
Ese par de minutos sumidos en nuestro beso, con sus piernas enroscadas a mi cintura, sus manos aferradas a mi nuca y las mías apretando sus nalgas por debajo del vestido, acabarían por hacernos violar alguna norma moral de la Unión Europea.

Era mejor salir pitando de allí.

Agarramos un taxi y nos encaminamos hacia el piso donde Sal se estaba quedando. Para mi sorpresa, vivía en un apartamento y no en los dormitorios de la escuela, lo que me pareció raro, puesto que pensaba que le habían concedido una beca como estudiante extranjera y que por tanto, le saldría menos costoso quedarse a vivir allí.

Algo empezaba a oler mal y ella no demoró mucho en confirmarme de dónde provenía el hedor.

—Tengo que contarte algo, pero por favor, no te aloques—me dijo ya estando el auto en marcha.
Salomé poniendo el parche antes que saliera el hueco, esto no me gusta—pensé—pero la dejé hablar.

—No me dieron la beca completa para poder empezar el curso, así que no podía quedarme a dormir en la escuela. Me dieron dos opciones: o aceptaba matricular solo con derecho a clases o tenía que esperar al año siguiente para volver a aplicar. Me pareció que no debía desaprovechar la oportunidad, lo único malo era que entonces tendría que gastar más dinero alquilando un piso, y con el horario de clases tan convulso, no tendría tiempo ni para buscarme un trabajo de media jornada que me ayudara a pagarlo.

—Anjá, entiendo y cómo lo resolviste. ¿Te alquilaste con alguna otra compañera del curso?

—No—hizo una pausa sospechosa, y me miró como si fuera un crío que acababa de hacer una travesura imperdonable. —Me estoy quedando en el apartamento de Enzo—espetó por fin.

A veces, cuando uno no tiene nada bueno que decir, la mejor estrategia que puede tomar es la de quedarse callado, y eso hice. A partir de ese momento convertí el silencio en una alberca y me tiré de clavados dentro de ella. Allí me quedaría, hundido en el sigilo. 

Necesitaba pensar en lo que acababa de revelarme, en lo que suponía esa información para mí. Tenía que averiguar de qué manera tomarme el hecho de que mi novia, llevaba dos meses pernoctando en la misma casa con su ex. Necesitaba meditar qué haría, qué le diría.

Lo peor era caer en cuenta de que todo este tiempo me había estado engañando, u ocultándome la verdad, que es casi lo mismo que mentir.

Estaba cabreado, pero más que enojado lo que estaba era dolido y me moría de solo imaginar que íbamos derechito a una pelea, otra más. Me negaba a creer que había viajado tan lejos solo para esto.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora