Capítulo 12

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En la carretera

Dormí como un bebé. El recuerdo de la noche anterior todavía me hacía sonreír. Pero lo que más contenta me tenía era lo que habíamos planeado Aaron y yo para la última semana del verano.

Decidió que quería estar conmigo, así que les daría una excusa a los padres de Maggie y a ella para poder venir a casa antes de que concluyera el viaje.
Solo me faltaba que Abby echara a un lado su enojo y volviera a ser mi amiga la de siempre.

Le escribí varios mensajes con el propósito de disipar esa niebla de enfado que nos mantenía separadas. Por ella, por mi hermana de ojos verdes, estaba dispuesta a todo, incluso a pasar por encima de mi propio orgullo. El resto ya no dependía de mí; así que le daría su espacio.

El día que Aaron llegaba prácticamente ni dormí.

Me levanté temprano a acicalarme y a preparar un bolso con algo de ropa porque me pasaría la semana en su casa. Sí, conocería a Doña Olivia. Su invitación había encendido mis alarmas porque, cómo me iba a presentar ante su abuela cuando yo no era su novia. ¿Qué pensaría de mí aquella mujer?

Aaron me había pedido que no me preocupara, porque a su abuela la controlaba él. Al final me dejé llevar, me convencí de que esa señora seguramente complacía en todo a su nieto y que seguramente no le extrañaría que quisiera divertirse un poco con alguna otra que no fuera su novia, mientras esta no se encontraba en el país.

Decidí ponerme un vestido negro corto y holgado, con mangas acampanadas y de cintura alta, algo informal, propio de la temporada veraniega que disfrutábamos, pero bastante sugerente y provocativo.

Para calzarme escogí un par de botas negras de punta fina y tacón cuadrado que me tapaban los tobillos. El pelo lo llevaba suelto sobre la espalda.

A mi mamá le había dicho que pasaría unos días con otra de mis compañeras de la universidad, puesto que no podía usar a Abby como coartada. Le prometí que mantendría el móvil encendido en todo momento y salí al reencuentro con mi amor.

Cuando vi aparecer a Aaron en el aeropuerto el corazón me dio un brinco y mi estómago parecía tener epilepsia.

Con pantalón gris, remera negra que se le pegaba al cuerpo como sanguijuela, zapatillas y gafas para el sol, a aquel prospecto de ingeniero podrían haberlo detenido por intento de homicidio premeditado contra mi persona y la de unas cuantas mujeres de todas las edades que volteaban la cabeza solo para admirarlo.

-Espero que estés consciente de que te has puesto un vestido peligroso-me dijo no más detenerse frente a mí.

-Soy inocente-alegué.

-Sí claro, y yo católico-ironizó.

Iba a responderle cuando me agarró de la cintura y atrayéndome hacia él, me plantó un beso profundo, al tiempo que intentaba meter una mano por debajo del vestido. Imagino las caras de quienes contemplaban la escena a nuestro alrededor.

Menos mal que me puse bragas, pensé.

-Vámonos antes de que me dé por follarte aquí mismo-dijo y me tomó de la mano.

Fuimos hasta el estacionamiento donde había dejado el auto antes de irse a vacacionar. Nos montamos y partimos. Casi se pondría el sol y estaríamos cerca de hora y media en la carretera antes de llegar donde Doña Olivia nos esperaba.

La autopista estaba bastante tranquila, sin mucho tránsito y un tanto oscura por la hora. Aaron me miraba cada dos minutos y juro que parecía un león hambriento.

Yo parloteaba sin parar y él me respondía con monosílabos. Su actitud comenzaba a cabrearme y preocuparme, además de que la tensión dentro de la cabina del carro se podía cortar hasta con un cuchillo sin filo.

-¿Te pasa algo?-le pregunté algo contrariada.

-Sí. Que ya no me aguanto más-me dijo mientras detenía el vehículo a un lado del camino. Y yo como pez fuera del agua, con los ojos abiertos pero no captaba nada.

Se quitó el cinturón, y justo cuando pensé que abriría la puerta para salir, se abalanzó sobre mí sin darme tiempo a reaccionar.

-Vas a ser mía aquí y ahora-recalcó, y tan rápido como decir YA, desabrochó la banda de seguridad que me sujetaba, echó el asiento hacia atrás, con lo que pudo recostarme un poco y subió mi vestido (el muy traidor no le ofreció ninguna resistencia). Yo menos.

Me sobresalté cuando sentí el tirón con el que rompió mis bragas, y enseguida advertí que se abría el cierre del pantalón y lo sacaba de su camino.

No hubo tiempo ni paciencia ni espacio para besos tiernos, ni caricias amorosas. Ese hombre quería cogerme, no hacerme el amor y no le importaba siquiera que alguien pudiera pillarnos en pleno desafuero.

Obviamente que yo lo deseaba tanto como él, así que abrí las piernas como pude para recibirlo.

Necesitó de un solo golpe para penetrarme y un sonido gutural fue mi respuesta a su deliciosa invasión.

Era la primera vez que lo hacíamos sin preservativo de por medio y fue una verdadero goce sentir al fin su piel desnuda frotando el interior de mi vagina.

No habrían orgasmos para mí. Lo sabía, y él también, pero no me importaba, era lo más sexy que me había pasado nunca y.... ¡madre mía, cómo lo estaba disfrutando!

Aaron me desnudó un seno y comenzó a absorberlo con impaciencia, sin delicadezas, al tiempo que seguía penetrándome agresivamente. Me llenaba, se retiraba y después regresaba con fuerza para volver a desbordarme.

Desgarraba todo a su paso: mi carne, mi silencio y mi cordura.

Estaba loca por ese hombre, era inútil seguir negándomelo.

Por un momento lo vi agarrarse al asiento trasero y lo supe. Acabaría dentro de mí y no había nada que yo pudiera o quisiera hacer para impedírselo.

Su corrida fue bestial, intensa, sonora, torrencial.

-Lo siento «coci», este era para mí. No podía esperarte-me susurró mientras recuperaba el oxígeno, justo antes de salírseme de encima.

Ya con las ropas y el aliento en su sitio, volvió a hablar.

-Tú tienes la culpa de que me haya comportado como un demente. Quién te manda a descontrolarme de esa forma viniendo a recibirme con ese vestido-dijo mientras se remendaba aun más las fachas.

-Ahí salió el machista que llevas dentro-le reproché.

Siempre es culpa del vestido corto, de la blusa transparente o de que las mujeres movemos demasiado el culo al caminar. Los hombres solamente se dejan provocar ¿cierto?. Vaya mierda de excusa esa que nos han vendido toda la vida.

Les aseguro que me tentaba la idea de escupirle en la cara ese discurso, pero preferí guardarme a Salomé la feminista para otra ocasión. Ya tendría otra oportunidad de desahogarse. Este no era el momento.

-Ok, dejémoslo en que tu falta de autocontrol se debió a mi vestido, de todas formas, ya no volverá a hacerte perder los estribos, no creo que pueda ponérmelo más después de cómo lo has dejado, hecho jirones. -Por lo otro no te preocupes, es mi regalo de bienvenida-le dije suavizando el tono.

Todavía sentía que me corrían sus fluidos por entre las piernas cuando reanudamos la marcha, aunque intenté limpiarme lo mejor que pude.

Por si alguien se lo pregunta. No pensé en ningún momento en que lo que acabábamos de hacer pudiera convertirse luego en una preocupación por un posible embarazo, pues yo tomaba la píldora religiosamente, tuviera pareja o no. Nunca se sabe. Hasta ahora no me había fallado jamás.

En ese minuto solo me preocupaba mi encuentro con Olivia.

¡Dios mío Sally, cómo te ibas a presentar por primera vez en casa de la abuela de tu amante oliendo a su esperma y para colmo, sin bragas!

Si no se daba cuenta de que la demora en llegar la había provocado un polvo, sería un verdadero milagro.

°°°°
No pude controlarme los impulsos de compartirles este capítulo. Espero que les guste y que lluevan estrellas y opiniones. En el próximo, además de conocer a Olivia...¡¡¡Habrán sorpresas!!!

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora