Capítulo 46

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Decisiones

Don Emilio escuchó pacientemente todo lo que tenía para contarle acerca de la última gran obra de su ex mujer. Yo no me guardé nada.

—Qué quieres hacer—fue lo primero que me preguntó en cuanto terminé de hablar.

—Si lo soy sincero lo que quisiera, para empezar, es no haber nacido, no de sus entrañas al menos; pero en vista de que eso no es posible, me conformaría con darle un escarmiento. No le consiento que siga conspirando para dañarme siempre que se le pegue la gana—esgrimí.

—Me parece bien, estás en todo tu derecho de no querer dejarle pasar el agravio que intentó cometer contra ti. De más está decirte que cuentas con todo mi apoyo; sin embargo te voy a hacer una pregunta, ¿piensas demandarla por difamarte o te vas a tomar el castigo un poco más a lo personal? —dijo, y no pude evitar notar preocupación en su tono de voz.

—Hijo—siempre me llamaba de esa manera cuando quería hablarme sobre un tema muy serio—no tengo intenciones de decirte cómo tienes que hacer las cosas porque te considero un hombre capaz de tomar tus propias decisiones, pero no quisiera que fomentaras un odio hacia a tu madre por las cosas que hace. No quiero que vuelvas a dejarte dominar por ese sentimiento porque sé que eres mejor que eso y que vales mucho como ser humano como para caer en esas tentaciones.

—Así que te voy a pedir—prosiguió la charla que yo no me atreví a interrumpir—que antes de tomar cualquier determinación, pienses en todo lo que ahora te he dicho y recuerdes que Sandra, aun con sus perversidades, sigue siendo tu madre y es también la madre de tu hermana y la abuela de tu futura sobrina—concluyó.

Les voy a confesar algo. Antes de telefonear a Don Emilio, yo no tenía ni idea de cómo quería actuar con respecto a la última trastada que había intentado jugarme esa señora.

La verdad es que no quería hacer nada. Estaba harto, aburrido, decepcionado y asqueado de su persona y lo que más deseaba era desaparecerla de mi vida, meter su recuerdo en un sombrero de copa, darle tres toques a la varita y ¡zas! borrarlo de la fas de la tierra.

Ignorarla, seguir en la empresa como si nada hubiera pasado, continuar con mi vida, con mis proyectos personales y profesionales sin acordarme de que ella habita este planeta, ese sería sin dudas el mejor de los escarmientos.
Pero tampoco me hacía mucha gracia tener que ponerle la otra mejilla, porque quién me garantizaba que luego no lo intentaría de nuevo.

Esa mujer había dejado bien claros sus propósitos de no dejar que yo me quedara en la empresa haciéndole sombra a la futura heredera, pues con ello, también garantizaba su futuro y por tanto, sé que no le temblaría el pulso si quisiera volver a hacer algo para quitarme del medio.

Todo eso se lo hice saber a Don Emilio, así como mi idea de rendirme, de dejarle el camino libre, irme para siempre de la compañía y si me era posible hasta del país, para que fuera feliz ella y de paso, lograr dormir tranquilo yo.

Ustedes no lo saben, pero es agotador luchar contra el mal. Te desgasta, y yo casi que prefería ondear la bandera blanca, aceptar la derrota. Total, yo nunca he querido nada de Don Emilio, ni su fortuna, ni su posición social, ni su poder. Nada de eso me ha interesado jamás. Me conformaba con ganarme su estima y su respeto, y con tener un trabajo digno, estable y apasionante.

Estaba verdaderamente agobiado y sus palabras de antes me habían dejado aún más pensativo e indeciso, porque sabía que llevaba razón en lo que me decía. Así que no pude más que confesarle que no sabía cómo actuar. Ante ello, el señor Salvador me hizo una proposición:

—Se me está ocurriendo una idea que creo que nos beneficiará a ambos. Pero antes de contártela, necesito conferenciar con Maggie porque ella también tiene criterio y poder de decisión sobre este asunto. Dame el día de hoy y mañana hablamos—recalcó con cierto grado de entusiasmo.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora