Capítulo 45

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Borracho y pendejo

Había secado media botella cuando decidí irme de allí. No estaba borracho, pero igual habría fallado sin remedio la prueba del alcoholímetro, así que era mejor no tentar a la suerte.

Me dirigí a la oficina y no sé si fue el instinto, la nostalgia o mi nivel de alcohol en sangre, pero mi necesidad de Sally comenzó a tirar de mí, como si yo fuera el planeta tierra y ella el espacio donde orbito. Y la llamé.

—Coci, ¿estás ahí?—claro que está allí tonto del culo, y tú estás aquí, ni que estuvieras senil—mis pensamientos ya tenían un poco de vida propia y potestad para expresarse en voz alta.

—Sal, dime cómo hago para sobrevivir este día de mierda sin ti. Tú que siempre tienes una respuesta para todo, aconseja a este imbécil que no acaba de meterse en la cabeza que no lo parió una mujer, sino una mata de plátanos incapaz de amar a nadie más que así misma. Sé que sí estuvieras aquí me darías una buena hostia, o una patada en el trasero, o un beso, o las tres cosas juntas; la verdad es que las merezco porque estoy bloqueado, bloqueado al punto de que no reacciono y ahora mismo tú eres la única que sería capaz de reiniciarme—comenzaba a moquear. Ni siquiera me había dado cuenta cuándo empecé a llorar, pero proseguí con mi parloteo.

—Que sí, que yo lo sé, que no es la primera vez que ella destila su hiel sobre mí. Debería estar acostumbrado, pero no, una vida después y yo sigo sin entender por qué es así. Coño, que yo no quiero que me quiera, pero me jode que me odie cuando el único daño que pude haberle hecho es haber nacido, algo que nunca pedí, o sea, no es mi culpa existir, ¿verdad que no? ¿entonces por qué cojones me condena por ello?

—Si estuvieras aquí todo sería tan distinto. A lo mejor no me sentiría tan solo, a lo mejor la habría mandado a la mierda, a lo mejor nos hubiéramos emborrachado juntos o a lo mejor me habrías hecho sudar este alcohol. Sin embargo, todo eso no son más que probabilidades. Mi única certeza ahora mismo es que te extraño a niveles insospechados y que te amo.
He llegado a un punto contigo en el que ya no tengo retorno y aunque lo hubiera Sal, no quiero regresar a la vida donde no te tenía. Ojalá volvieras chiquita, ojalá volvieras para siempre, porque yo quiero que me des la oportunidad de darte todo este amor que te guardo.

Llegado ese punto ya no distinguía si estaba hablando yo, el whisky o el miedo, esta puta cobardía mía que me hacía cerrarme en banda cuando ella me decía «te quiero», pero que ahora me desataba la lengua, camuflada detrás de los efectos de la bebida.

                                  ****

Par de horas de sueño después, me levanté del sofá que reposa en una de las esquinas de mi despacho, y enseguida acudieron a mi memoria los acontecimientos más recientes. No obstante, lo que más rápido se instaló en mi pensamiento fue mi llamada a Salomé.

Poco a poco fue haciéndose más nítido el recuerdo de todo el lamento que vomité por teléfono. Esa llamada sería mi ruina, Sally pensaría que la estaba presionando, que era un tío cursi y empalagoso.

Pero entonces me acordé de algo.

Yo no había hablado con ella, puesto que no llamé a su celular sino al apartamento. Quien me respondió fue la contestadora, o sea, le había dicho todo eso a la máquina, no a ella, y a juzgar por el poco tiempo transcurrido, era probable de que aún no hubiera regresado y por tanto, puede que no hubiera escuchado nada, todavía.

La localizaría en el celular y le pediría, no, mejor dicho, le imploraría que borrara ese mensaje.

Ustedes seguro pensarán que soy medio tonto, o tonto y medio que eso se me acerca más, porque, cómo puedo saber que lo borrará sin antes escucharlo, o que no hará preguntas.
Pues no, sé que no las hará y cumplirá mi petición.

Es parte de un ejercicio de confianza que practicamos y adoptamos estando lejos, el cual consiste en que si alguna vez le pido algo con mucho tesón, apelando a lo mucho que confía en mí, haría cualquier cosa que requiriera, sin chistar. Por supuesto, yo haré lo mismo por ella si en algún momento así lo dispone.

«Eres un miedica de mierda. Por qué no te acomodas los huevos y dejas de una vez que sepa lo que sientes, que sepa que te aterra la idea de que elija trabajar con Enzo. Déjala que se entere que no eres nada si ella no está, que te vea vulnerable, pero que te vea, tal como eres. Déjala que te sienta cursi y empalagoso si eso es lo que te provoca su amor. Si te quiere no le importará»—a veces mi Pepito Grillo interior olvida que lo que yo siento por esa mujer me acojona, y el miedo, que yo sepa, no tiene pantalones.

Márcandole estaba mientras pensaba toda esta sarta de tonterías. Para mi sorpresa, el teléfono de Salomé estaba apagado y así siguió durante todas las veces que lo intenté. Comencé entonces a luchar por calmar mis nervios y a negarme a pensar en cosas negativas.

Sin embargo, una hora después, la paranoia se había apoderado de mi persona y las preguntas sin respuestas llovían, caían sobre mi cabeza como chaparrón incontrolable y yo indefenso ante tanta precipitación de malas ideas. Ni un solo paraguas encontré para esguarecerme.

«Y si escuchó el mensaje y se asustó, y si le pareció demasiado intenso, y si nada de lo que le dije, le he dicho o he hecho hasta hoy es suficiente para ella, y si se dio cuenta de que tengo muy poco que ofrecerle, y si no ha entendido todavía que yo quiero darle la felicidad a sorbos y con cuchara de postre, para que no se le acabe nunca, y si...—yaaaa, basta ya capullo—me grité a mí mismo para intentar acallar tantos susurros.

Pero aún así no lograba dejar de martirizarme.

Y si...—¿ah pero vas a empezar de nuevo?—, volví a regañarme, pero no hacía falta, porque lo que quería proponerme era llamar a Don Emilio para consultar con él cómo debía proceder con lo que me había confesado Sabrina sobre Sandra. En eso ocuparía la cabeza.

—La incomunicación con Sally no es nada—me convencí.

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Aviso importante: nos acercamos al final. Unos capítulos más y habrá que decir adiós. Desde ahora ya los estoy extrañando. 😘😘😘

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora