Capítulo 9

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Enamorarse es una mierda

Llegué a donde Abby con el rostro crispado por tanta rabia, desencajado por la impotencia de no haber podido hacer nada para defenderme de su ataque. Cada lágrima me producía un dolor punzante, ese que te dejan los recuerdos del momento exacto en el que te hicieron añicos el corazón.

En cuanto mi amiga vio mi estado se despidió de la persona con la que hablaba por teléfono y fue a sacarme enseguida de debajo del marco de la puerta de su habitación, donde me había quedado como estaca debatiendo conmigo misma si le contaba para aliviar mi pena o si salía corriendo a limpiar con tequila el rastro de Aaron. No podría soportar un reproche de ella, no ahora.

-Sally por Dios, qué tienes, qué te pasa, qué te hicieron.

-Nada-mentí, pero casi enseguida comenzaron los sollozos. Contuve el llanto, y le conté todo.

-Me cago en tus muertos, hijo de la gran puta. Pero qué coño se habrá creído el niñato este para tratarte así-Abby estaba furiosa, como leona a quien le lastiman su cachorro-¿y te quedaste ahí tan tranquila recibiéndole los insultos? ¿Ni un: «la puta que te parió cabrón», o una zancadilla para que perdiera los dientes o un chorro de champú en un ojo? ¿Nada? ¿Dejaste que se fuera así tan fresco?

Les juro que hubiera querido tener el súper poder de mandarlo a la mierda junto con todos su absurdos. Qué fácil sería si lo de «querer es poder» funcionase siempre, ahora mismo Aaron sería historia antigua, solo con un chasquido de dedos; pero...cómo diantres se le dice adiós a lo más bonito que te ha pasado en la vida ehh. Si alguien lo sabe por favor, ¿me enseñan? Porque carajo, esta porquería de dolor yo no lo quiero.

-Cómo salgo de esta Abigail, me ayudas-mis palabras ya no eran palabras, sino llanto.

-Llora niña mía. Todo pasará pronto, te lo prometo. Y por el estúpido ese ni te preocupes, que yo mañana lo mando a castrar y resuelvo su problema, más nunca se la vuelven a chupar-me dijo mientras mis lágrimas se desesperaban por salir de mis ojos y caer sobre sus hombros. Me hizo reír. Solo ella podría este día de perros, sacarme una sonrisa.

Los días que se sucedieron fueron mi propia versión del infierno dantesco. Cocinaba para olvidar la pena y luego no podía comer. Descargaba mi furia corriendo en las mañanas o visitando el gimnasio en las tardes libres. En los turnos de clase era un robot automatizado y por los pasillos de la universidad un zombie sin rumbo.

Por las noches lloraba sobre el regazo de Abby. Yo seguía esperando que en cualquier momento me soltara mil reproches, por no haberla escuchado cuando me advirtió sobre el peligroso juego en el que me metía con Aaron, pero ni un solo «te lo dije» salió de su boca. En cambio, me abrazaba fuerte, como si con el apretón quisiera sacarme de adentro toda la tristeza.

¿Se dan cuenta ustedes cómo yo tenía razón?

Enamorarse, es una mieeeeerda.

Dos semanas duró mi luto. Dos semanas en las que evité a toda costa tropezarme con ese niñato sin corazón.

Tampoco permitía que hablaran de él delante de mí, ni siquiera a David, quien se había vuelto su amigo inseparable, y que ahora andaba de novio con Abigail.

Ella no quiso decirme nada al principio, dijo que para respetar mi duelo. Pero saberlo me puso muy contenta, no podía ser de otra manera. Si ella era feliz, yo lo estaría aún más.

Además, David parecía ser un buen chico, sin menospreciar el hecho de que también era muy atractivo.

Alto, de mirada pícara, excelente jugador de baloncesto y con una piel oscura y sensual que lo hacía apetecible para muchas chicas de la escuela, aunque él sólo tenía ojos para una: mi hermana de ojos verdes.
Qué cómo empezó la historia de estos dos, ah pues ahora les cuento.

¿Recuerdan al tío al que Abby casi tuvo que aceptarle una cita para que yo pudiera saber cosas sobre ese...(personaje detestable)?, pues al final se había ganado la atención de mi amiga en buena lid, soportando todos sus desplantes de chica difícil y sus majaderías de hija única. Con él se cumplía muy bien aquello de que: el que persevera triunfa.

****
Aaron, por su parte, no me buscó más después de aquel fatídico día en el que soltó sobre mí todo ese discursillo perverso y carente de sentido, cuyas palabras se me habían clavado como estacas en el pecho, y que todavía recordaba. Para él era una puta más, otro material inservible que desechar, pues ya había cumplido todos sus propósitos.

¿Pero saben qué? Aaron y su pulcritud se podían ir a la chingada, como dicen los mexicanos. Su hipocresía no merecía perdón alguno, porque había disfrutado que se la chupara, lo había disfrutado y bien, sus gemidos hablaban por sí solos. Así que el numerito ese de «ay no, yo no hago esas cosas porque es de gente sucia y vulgar», que se lo fuera a montar a su novia, no a mí.

Pasados esos 15 días de agonía decidí que era tiempo de olvidar y volver a ser la misma Sally de siempre: la divertida, la soñadora, la guarrilla.

Era puta ¿y qué? Acaso me hacía eso una mala persona. Solo era una mujer segura de sus gustos, de sus necesidades, muy capaz de quererse a sí misma más de lo que un hombre podría. El día que me convencí de ello, procedí a dejar atrás finalmente a aquella Salomé meditabunda y llorosa.

Lo primero que hice para recuperar el tiempo que perdí con mis lloriqueos fue visitar un Sex Shop.

Nunca había estado en uno, no por prejuicio sino porque nunca sentí que fuera necesario, me bastaban mis manos y mi mente para disfrutarme a mí misma; pero ya era tiempo de subirle el nivel a mis encuentros a solas, y que mejor que un par de juguetes sexuales para ponerle picante a mi autosatisfacción.

Entré sin recelo alguno. Nunca entenderé a esas personas que todavía se escandalizan con cuestiones relacionadas con el sexo.

Hellooo!!...¿Sabían acaso que el siglo XIV nos había abandonado hace mucho y que era el siglo XXI el que nos ocupaba?

Abby en eso no se parecía en nada a mí. Era hablarle un poquito subido de tono y se ponía roja como tomate maduro, y no demoraba en tartamudear, de hecho, seguía siendo virgen, ya se harán una idea. No saben lo que ruego para que David la convenza de pasarse al mundo de los vivos.

Eso sí, aunque le sorprendía el desenfado con el que yo siempre he hablado del tema, siempre me escuchaba, a veces creo que aprendía de mí, aun cuando no aplicaba para nada dichos conocimientos.

Dentro de la tienda encontré de todo. Me sentía como en un universo paralelo donde gobernaban juguetes en forma de penes y vibradores de todas formas, tipos, tamaños y colores.

Los primeros eran los llamados dildos, los cuales, según los especialistas, son aquellos destinados a la penetración, vaginal o anal que no tiene ningún elemento vibrador. Por otro lado, se posicionaban los que sí vibran.

Una curiosidad: ¿ustedes sabían que hay un vibrador con forma de rosa que te lame la lengua y que puede llegar a tener hasta nueve patrones de vibración?; pues para las ignorantes como yo les informo que sí, que existe, allí estaba.

Sin duda había aterrizado en otra dimensión. No sé por qué, pero me sentía como en casa.

El vendedor fue otra grata sorpresa.

Aquel hombre me trataba como si yo fuera su única clienta y me mostró gustoso, productos de todo tipo de marcas (Adam and Eve, Feber, Lelo, Nasstoys), supe de aceites con olores embriagadores, lubricantes de mil y un sabores, lencería con las que solo soñaba, disfraces sexys e implementos usados para el sadomasoquismo que hasta a mí me escandalizaron.

Finalmente me decidí por un dildo Deluxe de silicona BIG PLAYER (500 gramos), con forma natural de pene y una ventosa fuerte; además, le eché el guante a un vibrador Satisfyer Pro 2, un estimulador clitoriano por pulso de aire, succión del clítoris sin contacto, tecnología de ondas de presión, resistente al agua y recargable; más, un juego de ropa interior transparente que ya me moría por estrenar.

Pensé en Aaron. No lo pude evitar. No obstante, enseguida desterré su recuerdo de mi cabeza. Me negaba a darle el chance de joderme el día. Yo estaba feliz y así pretendía seguir.

Salí de aquel local gustosa, anhelando la noche y la soledad de mi habitación. Era sábado y hoy no saldría a bailar con Abby y el resto de los colegas, prefería jugar con mis nuevos amigos: Héctor y Aquiles...Les escogí buenos nombres ¿a que sí?

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora