Capítulo 20

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Hasta nunca, Aaron Miller

Corrí a los brazos de mi madre. Cuando perdemos el rumbo, no hay puerto más seguro que el cariño infinito e incondicional de mamá. Sabía que no haría preguntas incómodas, que no habrían reproches mal intencionados, que sólo me dejaría llorar y esperaría. Ya llegaría el momento en el que estuviera lista para sincerarme con ella y con Abby, a quien tampoco pensaba contarle nada por el momento, no me sentía con ese derecho. Era su vida, y yo no era quien para andarla divulgando.

Los días por venir serían grises, pero ya me encargaría yo de darle colores nuevamente. No pensaba volver a interpretar el papel de Sally la sufrida, todo por cuenta de alguien que nunca me contempló como su primera opción, no esta vez; porque como dijera la gran Marilyn, un hombre no vale tanto como para tener dos mujeres y yo no valgo tan poco como para perder mis mejores años, siendo la segunda de nadie, mucho menos de una burda venganza.

Ustedes deben saber que para mí no fue nada sencillo sobrellevar el dolor de ese adiós.

Durante meses, cada paso que daba en esa universidad me recordaba que él estaba allí, quizás incluso viéndome pasar. Cuando coincidíamos, muy poco por suerte, el solo mirarnos suponía un retroceso en mi recuperación.

Por fortuna, Abby y David fueron dos salvavidas que me sacaban a flote siempre que comenzaba a hundirme.

Me hacían reír con sus bromas y su empalagoso amor, me ayudaban a estudiar para obtener buenas notas en los exámenes que cada vez eran más rigurosos y frecuentes y también me obligaban a salir con ellos, aunque yo odiaba tener que aguarles las veladas románticas.

Imagínense, si no me gustaba el rol de segunda, cómo podría agradarme ser la tercera. Siempre les decía que, si fuéramos una bicicleta, había una rueda de sobra, y esa, era yo. Pero Abigail, que para todo se guardaba una respuesta ingeniosa, me decía que no era problema, que para eso se habían inventado los triciclos.

¿Quieren saber si tuve compañeros de cama? Pues sí, un par, ¿o fueron tres? No me crucifiquen por favor, que una cosa es andar con el corazón partido y otra muy distinta es tener el coño descuidado y a dieta sin necesidad ninguna.

Así que sí, abrí las piernas siempre que tuve ganas y hasta conseguía orgasmos cuando me lo proponía. Con Aaron había aprendido que no solo tocando el punto correcto se obtenían resultados exquisitos, sino también cuando estando encima, en plan amazonas, era yo la que tenía el control.

Finalmente, el curso terminó, y con él, se acabó mi vida estudiantil y mi tortura sicológica. Ni siquiera fui a los festejos por la graduación y las vacaciones de verano las pasé trabajando en el restaurante de Don Luis, el lugar donde había hecho todas mis prácticas laborales en el transcurso de ese año y donde me habían permitido crecer como repostera, además del plus económico que eso me proporcionaba.

Sentía que tenía una deuda de gratitud con ese lugar y con sus dueños, una pareja de ancianos que me habían visto crecer y que siempre tenían palabras de cariño para mí.

                               ****
Al concluir el período de asueto Abby y yo nos trasladamos a lo que sería nuestro nuevo hogar, un apartamento que rentamos entre las dos, enclavado en un edificio que quedaba muy cerca de nuestro futuro centro laboral, un restaurante exclusivo de la zona que nos había acogido como pasantes, gracias a las buenas relaciones que el padre de mi amiga tenía con el dueño.

El primer día de trabajo nada me salió bien.

Nos quedamos dormidas. Yo por estar bebiendo vino a deshoras frente a la TV y Abby por estar conversando hasta las tantas con su novio, que se había quedado en el pueblo. Ellos sí que le apostarían a una relación a distancia y pensaban mudarse juntos cuando David acabara sus estudios, o sea, en un año, más o menos, me quedaría sola.

Los excesos con el alcohol despertaron mi migraña dormida, así que me vi obligada a salir a la calle a la carrera, con espejuelos oscuros y un par de audífonos de esos en forma de cascos, de los que te ocupan todo el oído, escuchando una melodía instrumental muy leve con el objetivo de frenar mi molesto dolor de cabeza. Abby entraba un turno más tarde, por lo que tenía un poco más de tiempo. Así que me fui sola y con premura.

Cruzaba una calle arrullada por la música cuando sentí el frenazo. El auto se detuvo a pocos centímetros de mis piernas. Tan entretenida iba que no me percaté que el semáforo del paso peatonal había cambiado de luz. Les juro que todo pasó en cámara lenta, en contraposición con los latidos de mi corazón que andaban a 100 por hora.

Un hombre algo maduro, de mediana estatura y con una expresión en el rostro que cambiaba constantemente de preocupación a cabreo, se bajó del coche y se abrió paso entre las personas que se habían reunido a mi alrededor para cerciorarse de que estuviera bien.

—Pero serás tonta—lo escuché decir cuando liberé mis oídos del aparato que los aprisionaba. —Qué clase de demente se lanza a la calle con esas cosas puestas como si fueran una corona—continuó balbuceando.

—Y qué clase de imbécil no aminora la marcha cuando está a punto de pasar un paso peatonal—le riposté, sin razón, obviamente.

—La luz había cambiado a rojo, debiste parar—me dijo entrando en calma. —¿Te hiciste daño, necesitas que te lleve a un hospital?—preguntó.

—No gracias, no hace falta, estoy bien. Solo me gustaría continuar mi camino, llego tardísimo—le expliqué.

—Bueno, vamos, te llevo—se ofreció.

—Que va, no es necesario, es por aquí cerca—murmuré.

Intentaba no causarle más molestias, en resumidas cuentas, el semi accidente había sido mi culpa.

Verdaderamente andaba distraída en una vía peligrosa.

Ojalá los jóvenes de mi generación y las que están por venir pasaran alguna vez sustos leves como este, a ver si acaban de interiorizar que los audífonos en la vía pública son un arma de destrucción masiva.

—Por favor, no seas terca, es lo menos que puedo hacer para compensarte por el tiempo que has perdido, además no me voy a desviar de camino, también me dirijo cerca de aquí, al restaurante de un amigo mío, «La canela roja» se llama. Me quedé de piedra.

—Está bien, acepto. Hoy es mi primer día de trabajo en ese lugar.

°°°°
A partir de este capítulo comienza un nuevo viaje para Sally, uno en el que aquel niñato tozudo y vengativo, ya no tiene cabida. Lo siento por las que llegaron a quererlo un poquito, pero esta historia es de Salomé, y si ella dice que «chao», pues adiós, y que le vaya bonito ¿no creen?
Mi abrazo para todas y todos.

Con sal en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora