CAPITULO 7

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-Malditos bombones de licor.

Haechan prefería culpar de su precaria y desnuda situación a los brillantes envoltorios de color rojo brillante que destacaban sobre las sábanas que a su innata habilidad para el desastre. Si ese bombón y sus acusadores hermanos no se hubiesen cruzado en su camino, ahora no estaría acostado en esa cama, completamente desnudo y con un tipo igual de desnudo, que lo doblaba en tamaño.

Se mordió el labio inferior mientras dejaba atrás la prueba del delito y recorría con los ojos el dorado y atlético cuerpo que lo mantenía prisionero. Tragó mientras su cerebro iba tomando nota de cada pedazo de piel en contacto con la suya, de ese duro muslo acunado entre sus piernas, de la rubia cabellera y el brazo cruzado sobre su cintura cuya mano descansaba abierta sobre las sábanas con una banda dorada alrededor del dedo anular.

Ese anillo era la clave, del mismo modo que lo era la pareja que lucía en su dedo.

-Mierda, me he casado con él.

Tenía que ser la única persona capaz de perder la compostura con un par de bombones de licor, agarrar la borrachera de su vida y, aún encima, ser perfectamente consciente de las tonterías que había hecho bajo los efectos del alcohol o cualquiera que fuese la sustancia que habían inyectado en esos traicioneros chocolates.

-Nunca más volveréis a hacerme caer en la tentación -siseó señalando con el dedo, de manera acusadora, toda aquella brillante sinfonía de color a los pies de la cama antes de fijarse en la alianza que adornaba su propio anular.

-Vine a impedir una boda, no a ocupar el lugar de la novia -siseó-. ¡Joder!

Volvió a posar la mirada sobre la cabeza rubia que descansaba, su expresión era pacífica, parecía estar completamente dormido, con esas pestañas creando una tenue sombra bajo sus ojos, sus rasgos eran duros, muy masculinos.

No se había equivocado al tildarlo de vikingo, ese hombre poseía una ascendencia  formidable, y no era lo único «formidable» en toda esa anatomía masculina pensó rememorando algunos momentos de la pasada noche.

-Mierda, mierda, mierda -siseó una vez más, retorciéndose ahora bajo ese monumento de puro acero-. No era suficiente con el horroroso viaje de largas horas en tren, no, tenía que encontrarme además contigo, ¿por qué demonios no me detuviste?

Porque quería meterse en sus bragas y él quería que lo hiciera, recordó con una mueca al ser consciente de que había sido el único culpable al proponerle echar un polvo.

-Que polvo ni que leches, hemos pasado el trapo a toda la puñetera habitación -gimió mientras lo empujaba como podía para liberarse de su peso-. No hemos dejado ni unaaaa...

En un abrir y cerrar de ojos se encontró resbalando de la cama y cayendo al suelo en una postura poco digna, pero ni siquiera el audible escándalo que estaba montando fue suficiente para que el Bello Durmiente despertase.

-Vaya resaca vas a tener cuando te despiertes, muchachote -valoró todavía sentado en el suelo, contemplando ese plácido rostro que no se inmutó ni un ápice con sus movimientos-. Pero, ¿qué estoy haciendo?

Se levantó como un resorte, mirando hacia los lados en medio de la penumbra. A través de las cortinas se filtraban ya algunos rayos de luz.

-Huáng Donghyuck-se dijo a sí mismo mientras empezaba a recorrer la habitación en pelotas, recogiendo sus prendas aquí y allá-. Las medias, el pantalon... los zapatos... ¿dónde rayos están mis bragas? Ah, la camisa está ahí... ¿Y mis bragas?

Encontró su bolsa de viaje tirada en una esquina y se precipitó rápidamente sobre ella para rescatar la muda que había incluido en su precipitada salida de Corea. Se vistió a toda velocidad mientras hacía una lista mental de todas las cosas de las que tendría que encargarse después de haber detenido aquella insensatez y estrangulase a su hermano.

-Primero, detener la boda, segundo, estrangular a Renjun, tercero buscar a alguien que nos descase y cuarto... matar a cualquiera que tenga pruebas de lo que ha ocurrido aquí en las últimas veinticuatro horas -enumeró antes de acabar con la mirada sobre la cama.

Ay, Joven Huáng, siga así y nunca encontrará marido.

La repetida frase de la Señorita Kang cobró vida en su mente, era algo que la directora de la casa de acogida dejaba caer después de cada discurso que soltaba con respecto a su conducta o su absoluta inclinación al desastre. Esa mujer había sido una madre sustituta para todos ellos, la única que les había enseñado que la familia no residía solo en un vínculo de sangre, sino en valores que podían crear una unión mucho más fuerte.

Casi podía verla negando con la cabeza, reprendiéndolo con la mirada y ese eterno rictus curvando sus labios ante el nuevo desastre que había desatado sobre sí mismo.

-Nunca se creería dónde he ido a encontrarlo, Señorita Kang -murmuró e hizo una mueca-. Y sin buscarlo, además. -Sacudió la cabeza-. Espero que en este estado acepten hacer devoluciones.

Porque lo último que necesita o quería en esos momentos era tener esposo, especialmente uno con esmoquin, y una botella de champán medio vacía en la mano que había estado animando a una novia desesperada delante de la puerta de una iglesia.

-Y todo por ejercer de testigo en la boda de unos completos desconocidos -chasqueó, recordando claramente cómo él lo había arrastrado al interior de aquella capilla y cómo él había sido incapaz de negarse al ver la desesperación en el rostro de la novia-. La culpa ha sido de esos malditos bombones.

Esos dichosos chocolates que la Doris Day de la capilla regalaba tan generosamente, unos que no contenían solo licor -oh, de eso estaba muy seguro-, y que lo habían llevado a perder de vista su meta y cualquier otra cosa que mantuviese su cerebro en perfecto funcionamiento.

-Bombones malos, muy malos -siseó dedicándoles a los envoltorios que seguían sobre los pies de la cama, y algunos incluso en el suelo, una mirada fulminante. Entonces volvió a fijarse en el dios nórdico que dormía la mona sobre la cama, su marido ante Elvis y la pareja de novios que se había casado y que habían ejercido para ellos de testigos.

Sacudió la cabeza, se mordió el labio inferior y rebuscó rápidamente en busca del teléfono móvil.

-¡Las once y media! -emitió un gritito al ver la hora reflejada en la pantalla del teléfono, así como un montón de avisos de llamadas perdidas y mensajes entrantes que ni siquiera se molestó en mirar-. ¡No, no, no!

Giró como una peonza e inició un sprint que casi lo llevó a comerse la puerta en su prisa por abandonar la habitación.

-¡Volveré! -gritó hacia atrás, dejando que las palabras se perdieran en la habitación mientras salía a la luz de un nuevo día y esta lo hacía sisear como un gato-. ¡Oh, joder!

Era una suerte que sus resacas empezasen con una clarísima conciencia de su estupidez y los efectos colaterales decidiesen tardar en manifestarse, pues lo último que soportaría ahora mismo, además de la obvia sensibilidad a la luz, era añadir un incesante martilleo en la cabeza y pasarse toda la mañana abrazando al inodoro vaciando el estómago. En esos momentos necesitaba de toda su lucidez para llegar a la iglesia e impedir una boda.

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ღ 𝐔𝐍𝐀 𝐁𝐎𝐃𝐀 𝐄𝐍 𝐂𝐇𝐈𝐍𝐀 ღ || ᴹᵃʳᵏʰʸᵘᶜᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora