CAPITULO 8

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Dos días después...

—Entonces, ¿no ha ido a China?

Haechan le dio una calada al cigarrillo, dejo escapar el humo e hizo una mueca ante el ácido sabor. Odiaba fumar, odiaba el olor a tabaco que quedaba luego en la ropa, pero en esos momentos o tenía algo en la boca o se pondría a gritar como si no hubiese un mañana.

La respuesta a la pregunta formulada por su asistente era peligrosa, le quemaba en la boca y era tan amarga como el maldito cigarrillo.

—No, al final si fue en China, pero no en la ciudad que me dijo.

—Pero se ha casado.

Sonrió y supo que debía tener el aspecto de un maníaco sediento de sangre a juzgar por cómo se echó atrás rápidamente.

—Sí, se ha casado —respondió y le dio una segunda calada al cigarrillo—. Ha contraído matrimonio en una pequeña iglesia de un pueblo tradicional a las afueras de China, cuyo nombre no puedo ni recordar, con un hombre al que ha conocido por medio de una web de citas... hace quince días.

Expulsó el humo, tiró el cigarrillo al suelo y lo estrujó como si no hubiese un mañana con sus zapatos.

—Y ha tenido la... decencia de decírmelo la mañana siguiente a la boda, ya que no había encontrado cobertura para enviarme el mensaje correspondiente, anulando el anterior —concluyó entre dientes—. Parece que los putos pandas carecen de wifi.

—Haechan...

Levantó la mano para detener cualquier posible respuesta. Hacía veinte minutos que había llegado a la oficina, no había saludado a nadie, se limitó a dejar el bolso y el abrigo en su mesa y se vino a la terraza a fumar; ese hecho fue suficiente para que sus compañeros supieran que se había desatado el apocalipsis.

No es como si no los hubiese dejado casi sordos en el horroroso viaje de vuelta, uno que había amenizado con una jodida crisis de ansiedad y una post resaca brutal.

Todavía estaba intentando pactar con el hecho de que Renjun jamás había estado en aquella maldita iglesia mencionada de China, que su querido hermano cambió de planes en el último segundo y decidió casarse en algún pueblucho casi a las afueras del país y que no lo había hecho partícipe de ello hasta casi el mediodía, porque no había tenido jodida cobertura.

Y todo ello explicado en un audio de wechat al que adjuntó una fotografía en la que vestía un traje rojo y dorado, llevaba flores en el pelo y posaba al lado de un tipo.

Su respuesta había sido corta, pero llena de pasión.

«¡Que te jodan, Huáng Renjun!».

Y para un efecto más dramático, había añadido una foto de su dedo medio frente a la capilla que le había dicho.

Desde ese momento se había convertido en un auténtico brujo con un dolor de cabeza descomunal y había vomitado en cada tiesto que encontró a lo largo del puñetero boulevard.

Renjun lo había llamado repetidas veces después de aquello, pero no le había cogido el teléfono ni una sola vez, también lo habían hecho sus otros hermanos con el mismo resultado.

Taeyong incluso le había enviado algún mensaje de audio, pero no pensaba acercarse siquiera al maldito teléfono.

Este era el primer momento en el que no sentía que fuese a estallarle la cabeza, en la que su mente volvía a estar funcional y la alianza de su dedo no tenía ojos, boca y se carcajeaba de el porque había sido incapaz de quitársela; el estrés solía hincharle las manos.

—Volvamos al trabajo —declaró e hizo una mueca al oler el humo en su propia ropa—.

Quiero las muestras de tela del evento en el The Grand Asia Hotel, necesitamos concretar el número de mesas y sillas que habrá que vestir y... —Bajó la mirada sobre su mano—.

Encuéntrame un maldito abogado especializado en casos de divorcio, anulación matrimonial o lo que sea.

—¿Estás seguro de...?

Enarcó una ceja ante la sola pregunta.

—Fui a China para impedir una jodida boda y he acabado por casarme yo —siseó irritado
—. ¡He acabado con un maldito esposo al que no conozco de nada!

—Podría haber sido peor, Haechan, has dicho que él no era feo.

—¿Peor? ¿Qué puede ser peor que haber terminado casándote con un tipo del que no sabes nada?

—Que fuese calvo, gordo y le oliese el aliento a ajo —dijo Jaemin, quién traspasaba en esos momentos el umbral del estudio con una bandeja con cafés—. O que se desaseado, eso sería... puaj...

—Hay gente que tiene problemas de incontinencia y no puede remediarlo —añadió Jisoo.

—No digo que no, pero tiene que ser la cosa más antierótica que...

—¡Tiempo muerto! —Levantó la voz y fue directo a por uno de los cafés—. Consígueme ese maldito número de teléfono ya.

—Yo te lo consigo, pero imagino que el abogado necesitará saber al menos el nombre de tu esposo, sobre todo si tiene que buscarlo para descasarte de él...

—Se llama Mark.

—¿Mark qué más?

—¡Y yo que sé! No estaba prestando mucha atención durante la ceremonia, mi prioridad era terminar pronto para... echar un polvo.

—Lo que habría dado por estar allí para verlo —murmuró Jaemin intentando contener la risa.

—Pues te va a salir caro el polvo, nene, porque lo de la anulación queda descartado...

Siseó ante su comentario. Como si el no supiera lo caro que le había salido, tanto que estaba echando humo por las orejas, pero no podía culpar a nadie más que a sí mismo... Bueno, y a los tontos bombones, porque estaba segurísimo de que los malditos no habían llevado licor.

—Y otra cosa más —recordó a colación de los chocolates, volviendo sobre su escritorio y extrayendo la prueba del delito de su bolso—. Envía esto a un laboratorio y que lo analicen, apuesto el sueldo de un mes a que no es solo licor lo que llevan los condenados.

—¿Son los culpables de este desaguisado? —preguntó mirándolo bien y llevándoselo a la nariz para olfatearlo—. Pues huelen bien...

—¡Ni se te ocurra comértelo!

—¡Dios me libre! —declaró Jaemin con una mueca—. Lo último que quiero es salir a la calle y arrastrar al primero que pase por la acera a una iglesia.

Su teléfono volvió a sonar por enésima vez esa mañana, evitando que diese una respuesta menos que agradable a su compañero. Clavó los ojos sobre el aparato y deseó poder hacer que estallase por los aires.

—¿Quieres que conteste yo? —sugirió Jaemin tendiéndole la bandeja de cafés a su compañera para que cogiese el suyo.

—Nadie va a contestar a nada —declaró fulminando el aparato. Tenía programados los contactos por melodías y sabía perfectamente quién estaba llamando—. No pienso hablar con ninguno de mis hermanos hasta que alguien me garantice que no tendré que estrangularlos.

—No creo que nadie pueda garantizarte eso, cielo, sois una familia dada a los... desastres.

Gruñó en respuesta, pero sabía que Jisoo tenía razón, no era sino la constatación de un hecho.

—Y yo acabo de conseguir el pódium por delante incluso de Renjun —resopló, pasándose los dedos por el pelo y gimiendo al notar un ligero tufillo a tabaco—. ¡Argg! Como odio el tabaco...

—Tú eres el que ha estado fumando.

Optó por ignorar el dardo lanzado, cogió su bolso y el abrigo y se dirigió hacia la puerta.

—Voy a darme una ducha y cambiarme de ropa —les informó—. Cuando vuelva quiero lo que les he pedido sobre la mesa, necesitamos centrarnos en el próximo evento.

Quizá entonces podría dejar de pensar durante unos minutos en lo que unos malditos bombones podían hacer en la vida de una persona.

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ღ 𝐔𝐍𝐀 𝐁𝐎𝐃𝐀 𝐄𝐍 𝐂𝐇𝐈𝐍𝐀 ღ || ᴹᵃʳᵏʰʸᵘᶜᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora