Capítulo 30

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Si el Sr. Chiva-aree tuviera que decir qué anhelaba más en su alma, sólo podría decir que pasar el resto de su vida junto a su joven amado. Y es que, en esta vida no podría haber amor más grande que el que él le profesaba.

De solo imaginar sus brazos alrededor del cuerpo del joven en la mañana, su corazón se agitaba. Recordar todas las noches que se sentaban en la sala frente a la chimenea a leer poesía o cuando, como en una ensoñación, escuchaba a su amado tocar el piano mientras abrían un buen vino, era lo que lo impulsaba en esta cruzada, ir a pedir formalmente al padre del joven, su permiso y bendición.

Los meses transcurrieron, no sin pasar alguna preocupación producto de la habladuría de la gente y, a decir verdad, eso ya los tenía cansados. ¿Qué le importa a la gente lo que pase dentro de su casa?

La familia Opas apoyaba por completo el amor que ambos sentían. Sus padres eran amorosos, dedicados a educar a todos sus hijos con amor y basados en el respeto.

Ranee y Samantha, aún en el colegio, ayudaban con los quehaceres de la casa. La cena era preparada con entusiasmo mientras Ranee entonaba alguna melodía.

La señora Ole daba instrucciones a toda la servidumbre. Samantha se encargaba de los postres.

El señor Opas escogía un buen vino para la cena, presagiaba que algo podía ocurrir.

Prim había terminado de preparar su peinado, esa noche recibiría una visita también. Todo debía salir bien.

Metawin había ido al invernadero a escoger unas flores, sus favoritas. Armó un precioso ramo y lo puso en un florero. Entró hasta el gran comedor y lo puso sobre el mantel blanco.

Nervioso se dirigió hasta la cocina, empezó a comer de la ansiedad y su madre lo notó.

- Querido, relájate. No comas antes o no tendrás apetito para la cena – besó su mejilla con cariño.

- Madre, no estoy nervioso – dijo tragando un trozo de fruta.

- Claro que no – dijo riendo Ranee.

- No lo molesten, hoy es una hermosa noche, no molesten más y dejen que Winni vaya donde Wanchai a ayudarlo. Las visitas están por llegar.

El joven pasó antes por su habitación, nervioso se miró frente al espejo.

Lucía hermoso, su traje color crema le daba un aire de noble, aunque no lo era. Revisó el pañuelo que cubría su cuello, miró una vez más sus botas perfectamente brillantes. Acomodó por última vez su cabello, estiró su chaqueta y salió rumbo a la sala.

Su padre tenía servidas dos copas de licor, cuando vio a su hijo asomarse le tendió una de ellas. Sabía que estaba nervioso. Caminó hasta la chimenea y le señaló el sofá.

- Toma asiento, estoy seguro de que de pie harás un agujero en el suelo – dijo riendo.

- ¡Padre! – dijo avergonzado.

- Tómalo con calma, bebe eso y asosiega tu alma. Pareces fantasma caminando por la casa. Los invitados ya no tardan y tú ya estás hecho un manojo de nervios.

- Lo siento, no sé qué me pasa hoy – bajó su cabeza mirándose sus dedos.

- Suenan ruedas de carruaje, deben ser ellos – dijo mirando hacia la puerta.

El mayordomo fue hasta la entrada principal. Perawat y el Sr. Chiva-aree descendieron con elegancia, lo que era característico de los aristócratas.

Al entrar, fueron guiados hasta la sala.

Cuestión de orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora