Capítulo 39

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Como si la vida ya no fuera cruel y dura, el juez se oponía a soltarles. No había evidencia a favor de ambos jóvenes, de no encontrar una prueba que demostrase ambas inocencias, serían sentenciados en un juicio bastante inquisidor.

Los Opas empezaron a desesperarse cuando los días y semanas comenzaron a pasar, nada se veía bien para ambos jóvenes.

Como toda sociedad podrida, los rumores llenaron la ciudad y sus alrededores. El murmullo, el señalar al otro como si fuera peor que aquellos que hablaban de la vida ajena sin escrúpulos no se hizo esperar. Todo aquel que perteneciera a esa "decente sociedad" sabía lo que estaba por ocurrir.

Pero bien es sabido que luego de una tormenta viene la calma, aunque fuera momentánea y algo etérea, les daba un respiro, al menos por un momento.

En esta vida es mejor tener amigos que dinero, y como ambos jóvenes eran personas de corazón generoso, uno a uno varios testigos fueron pasando ante el juez el día del juicio.

Los Opas visitaban cada día a ambos jóvenes, ya habían sido separados y no mantenían comunicación, eso calaba hondo en sus corazones, pero una pequeña luz de esperanza los mantenía en pie, dentro de lo que se podía.

Era tanta la pena, que el joven Metawin casi no podía probar bocado, su mente divagaba pensando en aquel hombre que robaba sus pensamientos y, al creer que no habría escapatoria, perdió toda fe y se dejó llevar por la agonía de la tristeza de su alma.

Por su parte el señor Chiva-aree, a través de los señores Opas enviaba recados a su amado, intentando mantener viva la esperanza de un pronto reencuentro, no quería desfallecer, quería mantenerse firme para volver a los brazos de su amado, pero, ciertamente, también su fe se estaba viendo quebrada.

¿Cómo es posible que el Señor se olvide de nosotros? ¿Cómo puede ser el hombre, creado por Él, tan perverso?

Algunas noches, el padre y hermana del señor Chiva-aree se reunían con los Opas para ver cómo poder ayudar a ambos jóvenes, pero debido a la falta de pruebas, todo se hacía más difícil.

Cuando el juicio comenzó, los trabajadores de la fábrica se acercaron a testificar, contaban la linda y sincera amistad que ambos señores llevaban y que nunca se les vio en alguna conducta indecorosa.

Llamaron hasta a los trabajadores de la fábrica, querían encontrar a alguien que dijese que eran unos pervertidos, que la señora Mai tenía razón, pero fue en vano.

Amigos de sociedad de ambos jóvenes también concurrieron a dar sus testimonios. Para esa altura, el juez ya dudaba de las palabras firmes de la señora Mai.

Pero ¿Quién dudaría de tan magnánime mujer? Nadie.

Día tras día el juicio y los testigos fueron pasando.

Un médico tuvo que asistir al joven Metawin debido a su delgadez y debilidad, algo de tos estaba apareciendo y eso preocupó a su familia y a su amado.

El señor Chiva-aree se negó a recibir la visita de parte de su familia. Dijo al carcelero, que él ya no tenía a nadie más, que sólo dejara pasar a los Opas. Debía saber el estado de salud de su amado que, para ese entonces, lo tenía demasiado preocupado.

A las nueve de la mañana, ambos jóvenes fueron llevados al estrado, habían pasado semanas encarcelados, aislados uno del otro. Para su mala suerte, el juez seguía con la duda y nadie demostraba lo contrario.

Se le hacía muy raro que, dos jóvenes apuestos compartieran el mismo techo. Una cosa eran los negocios, pero de ahí a vivir juntos...

Al verse frente a frente, ahí esposados como viles criminales cual hubiesen cometido un crimen realmente grave, el joven cayó al piso desmayado.

Cuestión de orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora