6. ANNA Y EL REY o CLARICE Y HANNIBAL

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No voy a mentir. Aunque nunca había considerado que tuviera un talento especial para la interpretación -y no tenía la sensación de haber cumplido la profecía de Ana, la del club de teatro-, me sentí satisfecho con Los Borrowers. Creo que estuve bien. Fue divertido verme en la gran pantalla. Tal vez fuera una arrogancia terrible. O tal vez significaba que estaba libre de la autoconciencia y la autocrítica de un adulto. Me encanta ir al teatro. Voy por el espectáculo, por supuesto, pero también para experimentar las reacciones del público ante una obra de arte. Una de las reacciones más conmovedoras que he visto fue en el musical Matilda, donde me senté cerca de un niño de no más de cinco años que estaba allí con su madre. No podía apartar los ojos del escenario. Sin duda, apenas podía seguir la historia. Estoy seguro de que muchos de los chistes se le pasaron por alto. Simplemente se perdió en la experiencia. A mí me hizo llorar. No habría tenido sentido preguntarle si le había gustado o no. Era demasiado joven para ser crítico y me recordó a aquella época, antes de que yo sucumbiera a la tiranía adulta del juicio y la autoconciencia. Ahora, siempre que alguien me pregunta sobre la interpretación, mi consejo es el mismo. Sé juguetón. Incluso infantil. Sepárate del tedioso análisis de los adultos. Olvídate de lo bueno y lo malo. Es un mantra que me sirve de mucho. A menudo trato de forzarme a ser más como el joven Tom en Los Borrowers, o ese niño que ve Matilda, libre de la restricción paralizante de la autoconciencia. Algo de esa libertad seguía conmigo cuando hice la audición para mi siguiente gran película. Ana y el Rey era un paso adelante respecto a Los Borrowers en términos de escala y prestigio. Jodie Foster, una gran estrella de Hollywood, fue elegida para el papel principal, y el rodaje duraría cuatro meses en Malasia. El proceso de casting fue mucho más riguroso que cualquier otro al que me hubiera enfrentado antes. Asistí a dos o tres audiciones en Londres y, cuando quedé entre los dos últimos, viajé a Los Ángeles para una última audición.

La retrospectiva de un adulto me dice que fue un momento especial. Pero yo aún era un niño y no tenía la sensación de que fuera algo fuera de lo común. Nos llevaron en avión a Los Ángeles a mi madre y a mí y nos alojaron en un hotel enorme, que para mi absoluta alegría no sólo tenía una piscina cubierta, sino también un jacuzzi. ¿A qué niño no le gusta un jacuzzi? ¿Qué niño no finge divertidamente que es un enorme caldero de pedos? ¿O era sólo yo? Estaba mucho más interesado en volver a familiarizarme con el servicio de habitaciones y Cartoon Network que en la audición. Recuerdo que el otro chico que optaba al papel tenía una madre mucho más implicada que la mía. Le leía las frases, casi le dirigía. Mi madre nunca hizo nada parecido. Nunca intentó entrenarme, nunca me dijo cómo decir algo, siempre me animó a confiar en mis instintos. En muchos aspectos no estaba preparada, pero creo que fue esa actitud la que me hizo ganar el papel. ¿Recuerdas a la Mamá Oca? Yo era todo lo contrario. Fui a la audición de Hollywood sin ansiedad ni ideas preconcebidas. Yo era simplemente Tom y creo que eso es lo que estaban buscando. Querían ver que era feliz con doce personas mirándome, agarrando libretas, susurrándose al oído, porque si no era feliz con eso, no estaría cómodo en un plató de cine. Querían ver que era maleable y dirigible. Querían ver que podía decir una frase de más de una manera. Sobre todo, creo que querían ver que estaba relajado, y creo que me ayudó más que ninguna otra cosa el hecho de que quería que terminara la entrevista para poder volver al hotel y a su hilarante caldero de pedos. Mamá y yo volvimos a Surrey y no pensé mucho más en la película. Seguía más interesado en entrar en el equipo A de fútbol. Quizá tuviera más posibilidades, ahora que mi corte de pelo era un poco más estilizado.

Sin embargo, unas semanas más tarde, mamá me recogió en el colegio y, volviendo al coche, me dijo que tenía noticias: "¡Te han dado el papel!". Sentí una oleada de emoción. "¿De verdad?" "Sí. Sentí una oleada de hambre. "¿Me has traído una pajita de queso, mamá?". Estaba obsesionado con las pajitas queso (NT: la pajita de queso es un snack parecido a lo que en España conocemos como "rosquilleta" aderezada con queso. Es habitual en el sur de Inglaterra. Suelen usarse quesos como el cheddar o el parmesano). Todavía lo estoy. Mucho más que hacer películas. La decisión estaba tomada: Mamá y yo nos íbamos a Malasia por cuatro meses. Apenas había oído hablar de Malasia, y nadie de mi familia había estado en Asia. No sabíamos qué esperar, pero estábamos muy emocionados. Mamá dejó su trabajo y nos fuimos. Habrían sido cuatro meses muy solitarios sin mi madre. Era la primera vez que me separaba de la normalidad de un día en el colegio con mis amigos, y lo echaba de menos. Entonces no había redes sociales. Y desde luego, no tenía móvil. Creo que no hablé con ninguno de mis amigos más de una o dos veces en cuatro meses. Mi padre y mis hermanos vinieron a visitarme una sola vez, durante una semana. Yo era el único niño occidental en el plató, lo que me desorientó un poco, pero enseguida me hice amigo de los lugareños. También tuve mi primera experiencia con clases particulares, de tres a seis horas diarias, en una cabina fría y con corrientes de aire, con una ventana diminuta. Y aunque mi profesora particular, Janet, era una mujer encantadora e inteligente, echaba de menos el bullicio del aula, la proximidad de mis compañeros y, sí, la oportunidad de hacer de las mías. Es difícil ser el payaso de la clase en una clase de uno. Las clases particulares serían una característica de mi vida durante toda mi infancia y me temo que nunca llegué a amarlas. Mi obsesión entonces era patinar. Cuando no estaba rodando o en clase, le daba la lata a mi madre para que me hiciera fotos haciendo piruetas y trucos con los patines para enviárselas a mis amigos y enseñarles lo bien que me lo estaba pasando. Pero no creo que engañara a nadie. Puede que a veces me sintiera solo en Malasia, pero conocí a gente nueva de distintas profesiones y condiciones, y no puedo exagerar lo mucho que me ayudó ese tipo de enriquecimiento cultural más adelante. Mi madre hizo todo lo posible por facilitarme la experiencia. El presupuesto de la película era enorme, lo que significaba que el catering era de otro nivel. Servían comidas increíbles de cinco estrellas en una carpa enorme, con esto a la sartén y aquello trufado. Yo no tocaría nada de eso. Tenía, y sigo teniendo, gustos muy sencillos y poco apetito. Me conformaba más con una chocolatina y una bolsa de patatas fritas que con la comida de lujo que se ofrecía. Para intentar que comiera algo que no fueran dulces, mamá se aventuraba en el coche a buscarme mis nuggets de pollo favoritos de KFC. No le gusta mucho conducir por las tranquilas calles de Surrey, y mucho menos por las concurridas autopistas del centro de Kuala Lumpur, pero lo hizo. Gracias a ella, me ahorré una desagradable intoxicación alimentaria que dejó fuera de combate al resto del reparto y del equipo durante una semana. Así que no me digas que los nuggets de pollo son siempre malos para la salud. Como cualquier niño, tuve mis días malos, cuando la nostalgia y el aislamiento eran demasiado. Recuerdo un puñado de mañanas llorando, lamentándome de que no quería seguir haciéndolo. Recuerdo que sudaba la gota gorda en un traje de lino de seis piezas que tardaba una hora en ponerme y quitarme. Recuerdo haber suplicado entre lágrimas que me dejaran irme a casa. Pero por la tarde ya me había calmado y todo volvía a ir bien. Y, por supuesto, estaba Jodie Foster. Mis hermanos llevaban años intentando que viera "El silencio de los corderos", pero mi madre había cerrado la puerta a sus intentos de asustarme (aunque consiguieron colarse en un visionado de "Terminator 2"). Así que no tenía ni idea de lo famosa que era Jodie. Por supuesto, me habían dicho que era muy importante, así que se me podría haber perdonado por pensar que se parecía más a John Goodman que a Mark Williams. Si pensaba eso, estaba equivocado. Jodie Foster no podía ser más encantadora.

Crecí aprendiendo que, en un rodaje, tododesciende desde arriba. Si el actor cuyo nombre encabeza la lista es difícil,todo el rodaje se vuelve difícil". Jodie Foster -y su coprotagonista ChowYun-Fat- demostraron amabilidad, educación, paciencia y, lo que es másimportante, entusiasmo por el proceso. Jodie incluso consiguió mantener lacalma cuando le di una fuerte patada en la cara. Estábamos rodando en esemomento. Jodie interpretaba a mi madre, traída a la corte del rey de Siam paradar una educación occidental al harén y a los niños. Mi personaje, Louis, seenzarza en una discusión con otro chico que lo tira al suelo. Jodie tiene quevenir a separarnos. Estaba dando patadas ciegas con las piernas cuando lagolpeo directamente en la boca. No fue un golpe de refilón. Fue un buen golpe yestoy seguro de que muchos otros actores habrían tenido algo que decir alrespecto. Jodie no. Se mostró encantadora con todo el asunto, incluso cuando elmomento del impacto se mostró varias veces en el blooper reel de la fiesta declausura. Permítanme retroceder varios años. Estoy en mis veinte años y llegauna solicitud de audición. Es para una película llamada Hitchcock, sobre elrodaje de la película Psicosis, y protagonizada por Sir Anthony Hopkins.Después de haber hecho una película de niño con Jodie Foster, sería genialconseguir la limpieza del Silencio de los Corderos y trabajar con los dosprotagonistas, ¿verdad? Bueno, quizá no. La audición surgió por la mañana y mellamaron para esa misma tarde. Apenas tuve tiempo de leer el guión, y muchomenos de investigarlo. Estaba leyendo para el papel de Anthony Perkins, queinterpreta a Norman Bates. No había visto la película, así que vi algunasimágenes de él y enseguida me di cuenta de que yo era el único inadecuado parael papel. Él medía casi 1,80 m. Yo no. Tenía pelo oscuro y ojos oscuros. Yo no.Exudaba una especie de amenaza psicopática. Yo... bueno, júzgalo tú mismo. Fueuna de las pocas veces que he llamado a mi agente desde mi coche fuera deledificio y le dije: "¿De verdad tengo que leer para esto? Creo que no soyel adecuado". Quizá la oportunidad de trabajar con Anthony Hopkins surjaen otra ocasión, con un proyecto más adecuado". Estuvieron de acuerdo,pero me convencieron para que me presentara de todos modos, sólo para mostrarmi cara al director y a los productores. Así que me presenté. Me senté aesperar fuera de la sala de audiciones. Se abrió la puerta y salió la actrizestadounidense Anna Faris, que había hecho la prueba antes que yo. En un exageradosusurro escénico, señaló hacia la sala y dijo: "¡Está ahí dentro!".¿Quién está ahí? Se fue antes de que pudiera preguntárselo. Entré en la sala deaudiciones. Como era de esperar, vi una fila de productores, vestidos conelegancia, junto con el director. Como no esperaba, también vi al mismísimo SirAnthony Hopkins, vestido de manera informal, sentado allí dispuesto a leerconmigo. Ya había visto varias veces El silencio de los corderos. Ahora medisponía a leer una escena con Hannibal Lecter, completamente desprevenido. Seme revolvió el estómago. Me sentía fatal, terriblemente consciente de que noconocía el guión, no conocía al personaje, no sabía nada de la película y nisiquiera creía que debiera estar aquí. Pero ahora estaba comprometido. Así que nosdimos la mano y tomé asiento frente a él. Empezamos. Sir Anthony lee la primeralínea. Yo leo mi línea con un acento americano muy poco impresionante. Me mirafijamente. Parpadea. Sonríe. Deja el guión a un lado y dice: "Te diré unacosa, olvidémonos del guión. Hablemos contigo como el personaje. Averigüemos sirealmente conoces a este personaje". ¿Conocer a este personaje? Apenassabía el nombre del personaje. No sabía nada de él. Estaba completamente fuerade mi alcance. "De acuerdo", chillé. Sir Anthony me miróintensamente. "Cuéntame", dijo. "Dime qué siente tu personajesobre... ¿el asesinato?". Le devolví la mirada, intentando igualar suintensidad de Hannibal Lecter. Y dije... Bueno, ojalá pudiera recordar lo quedije. Fue algo tan absurdo, tan traumáticamente doloroso, que mi cerebro lo habloqueado de mi memoria. Me hizo más preguntas, cada una más peculiar que laanterior. ¿Qué opina tu personaje de esto? Mis respuestas pasaban de serdesagradables a francamente extrañas. Hasta que por fin dijo: "¿Qué opinasu personaje de... los niños?". "¿Los niños?" "Losniños." "Eh..." Dije. "¿Sí?" dijo Sir Anthony. "Mmm..."Dije. "¿Qué le gusta?" dijo Sir Anthony. "Le gusta... legusta... la sangre de los niños", dije. Silencio de sorpresa. Le miré. Élme miró a mí. Los productores se miraron entre sí. Yo quería arrastrarme hastaun rincón y morir. Sir Anthony asintió. Se aclaró la garganta y dijocortésmente, con la más pequeña de las sonrisas: "Gracias por venir".Y lo que quería decir era: esto ha sido insoportable, por favor, márchate antesde decir algo peor. El alivio de abandonar el edificio fue mayor que la pésimaactuación con Sir Anthony. No por mucho, pero sí lo suficiente para que llamaraemocionado a algunos de mis compañeros y les contara la historia de la peoraudición de mi vida.

Más allá de la varita - Tom Felton (Traducción Fan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora