EPÍLOGO

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Lo que nos trae de vuelta al presente, y a Londres, donde vivo ahora. Mientras escribo estas páginas, mis aventuras en Los Ángeles han quedado atrás y, en cierto modo, tengo la sensación de haber cerrado el círculo. Ahora mi vida está más asentada. Más ordinaria. Me despierto cada mañana, lleno de gratitud, en mi casa entre los frondosos brezales del norte de Londres. Me pongo los auriculares para escuchar las noticias de la mañana mientras paseo a Willow, que parece estar en constante patrulla de ardillas. De vuelta a casa, me preparo un bocadillo de jamón y queso (aún tengo el paladar de un niño de nueve años) y paso un rato leyendo guiones o poniendo música. Luego me subo a la bici para ir al West End, donde me veo actuando por primera vez. La obra es 2:22 A Ghost Story, y antes de cada representación, mientras me preparo para salir al escenario, no puedo evitar reflexionar sobre la importancia que han tenido las historias en mi vida, y sobre el valor que tienen para tanta gente. Sería fácil descartarlas. Estuve a punto de hacerlo cuando, hace dos décadas, hice cola con un grupo de jóvenes aspirantes que querían formar parte del reparto de la historia de un niño que vivía en un armario debajo de la escalera. No me pareció una gran historia. Francamente, me pareció un poco ridículo. Ahora, por supuesto, veo las cosas de otra manera. Vivimos en un mundo en el que parece que cada vez necesitamos más formas de unificarnos, de tender puentes y sentirnos uno. Me parece que muy pocas cosas han logrado esos objetivos con tanto éxito como el brillante mundo de Harry Potter. No pasa un día sin que reciba un mensaje de fans de todo el mundo diciéndome precisamente eso. Formar parte de esas historias es una lección de humildad y un honor extraordinario. Me hace más ambicioso que nunca aprovechar el poder del arte y la narración para poder pasar el testigo a otra generación. A algunos les sorprende que nunca haya releído los libros de Harry Potter, ni siquiera que haya visto las películas completas, salvo en los estrenos. De vez en cuando he estado frente al televisor con algunos amigos y han puesto alguna de las películas, lo que ha provocado las obligadas burlas de "Harry Potter gilipollas" y "capullo con escoba". Pero nunca me he sentado a propósito para verlas de principio a fin. No es por falta de orgullo. Todo lo contrario. Es porque las reservo para el momento que más espero en mi futuro: compartir algún día estas historias -primero los libros, luego las películas- con mis propios pequeños muggles. Hace varios años, aquella noche en la que salí de rehabilitación y caminé solo y confuso por la costa de Malibú, el primero de mis tres reyes me hizo una pregunta: "¿Eres un hombre rico?" Apenas supe responder. No estoy seguro de haber entendido del todo la pregunta. Me dijo que era un hombre rico, no porque tuviera riquezas, sino porque tenía a su familia a su alrededor. Sabía lo que era importante en la vida. Sabía que ninguna cantidad de dinero, fama o elogio le daría satisfacción. Sabía que si ayudaba a la gente, eso se transmitiría de forma natural a los demás. Ahora yo también lo entiendo. La única moneda de cambio que tenemos en la vida es el efecto que producimos en quienes nos rodean. Sé que mi vida ha sido afortunada. Siempre estaré agradecido y orgulloso de las películas que me dieron tantas oportunidades. Estoy aún más orgulloso de los fans que mantienen la llama del mundo mágico más encendida que nunca. E intento recordarme cada día lo afortunado que soy de tener mi vida. Una vida en la que el amor, la familia y la amistad son lo más importante. No se me escapa que su importancia es una de las grandes lecciones de las historias de Harry Potter. Darme cuenta de ello me convierte en un hombre muy rico.

Más allá de la varita - Tom Felton (Traducción Fan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora