Capítulo 33

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Elías

Era un departamento descuidado, no había cambiado los muebles desde el nacimiento de mi hija; casi una década. Al abrir la nevera lo primero que encontrabas eran cervezas en lata, el aroma estaba podrido mucho antes del apocalipsis, la televisión era vieja, las paredes húmedas daban un tono tétrico a mi hogar. Sí, mi hogar...

Todos los días cuando llegaba de trabajar, lo primero que escuchaba eran los reclamos de mi esposa, pidiéndome dinero, atención, inversión, incluso rogando para que me suicidara. Un día simplemente me recibieron unos papeles de divorcio. Ella se largó de la casa junto a mi hija.

Violeta, mi hija, no quería abandonarme. Fue la única que se opuso a todo esto.

Ella tenía 14 años. Le encantaban las bromas y era muy habladora, siempre sacaba buenas notas en la escuela, incluso logró mantener el primer lugar de su clase durante dos años seguidos. Era increíble, después de las quejas de mi esposa, ella venía a saludarme, veíamos telenovelas juntos y apostábamos durante los reality shows que pasaban por la tv. Era fanática del fútbol aunque muy mala en los deportes. Ella siempre quiso practicar básquet, pero al ser tan pequeña no calificó en el equipo. Intentó con los juegos de estrategia y sobresalió, sin embargo, terminó aburriéndose.

Uno de mis pasatiempos favoritos lo realizaba cada fin de mes, queríamos ahorrar dinero para la renta, por lo tanto, yo cortaba el cabello de Violeta. Ella quería conservarlo corto, le incomodaba tenerlo largo, decía que si algún día ocurría el apocalipsis zombi, ella sobreviviría por tener el cabello corto.

Yo tomaba las tijeras y cortaba su cabello de forma delicada, por alguna extraña razón me gustaba tocar su cabello cuando lo tenía largo, era una forma de admiración hacia mi hija.

Cuando Violeta se fue, yo...me perdí a mi mismo.

Como policía, me llené de ira, no pude medir la fuerza de mis golpes y dañé a mucha gente.

Llegaba a una casa deteriorada por la humedad, cochina, con meses sin limpiar. Lo primero que hacía era abrir la nevera y tomar una lata de cerveza. Caí en el alcohol. Todos los días equivalía a 3 latas de cerveza. Me quedaba hasta muy tarde, buscando un nuevo sentido a mi vida.

Había caído en un pozo profundo sin salida.

Mis actos.

Mis principios.

Mis palabras.

Lo que venía de mí, ya no tenía valor.

Un día mi esposa me visitó.

Junto con mi hija.

Me exigió que firmara los papeles de una vez.

Me encontraba muy ebrio, la ira era lo único que me manejaba en ese entonces.

Fue un mal momento.

Tuve un ataque de ira, acuchillé a mi esposa en el pecho más de una vez. Mi hija Violeta lo vio todo, recuperé la conciencia cuando vi su rostro lleno de horror, ella estaba petrificada. Intenté acercarme para calmarla, pero por cada paso que daba ella solo se alejaba, miré mis manos y mi ropa y hallé sangre.

En los ojos de Violeta se reflejaba un monstruo, yo era el monstruo.

Violeta salió del departamento, yo la seguí hasta el pasillo pero me detuve cuando ella comenzó a pedir ayudar. Los vecinos salieron de sus departamentos y me vieron empapado con la sangre de mi esposa, de inmediato, llamaron a la policía.

Ese día fui detenido por asesinato.

Mis compañeros, estudiantes, maestros y superiores me arrestaron. Ese día no podía verles a los ojos, la noticia fue tendencia y me despojaron de todo. De mis bienes, mi trabajo como oficial de policía y mi hija. Mi reputación había sido manchada.

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