Capítulo 50

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Bianca.

Mis piernas temblaban a medida que iba subiendo por las escaleras del palacio.

Tenía que ser dura, no dejarme vender con las palabras que me iba a decir. Seguro estaba tramando algo en esa cabeza malvada. Pero yo no iba a caer, no en sus juegos perversos.

Me detuve en la puerta de su habitación, había escogido una que tenía despacho y baño privado. En realidad, aquí las habitaciones eran enormes, hasta poseían pequeñas salas de descanso en la entrada. Está no era así.

Respiré cogiendo el aire y llenando mis pulmones, iba a ser complicado.

Porteé con mis nudillos la puerta grandiosa, me dolieron por la intensidad en la que lo hice. Decidí ignorarlo sobándome la mano en el muslo.

En unos segundos la puerta ya estaba abierta, lo primero que percibí fue una brisa caliente y sus ojos fríos que me volvieron a helar la sangre. Eso duró poco, mi mirada resbalosa recorrió su cuerpo semidesnudo. Las gotas de su cabello aún mojado, caían sobre sus hombros y expulsaba vaho de su cuerpo caliente.

Al subir al rostro, inmediatamente vi su sonrisa ladeada.

¡Maldición!

—No te hagas ilusiones, no me vas a comer —se burló haciéndome un gesto para que pasara.

Rodé los ojos e ingresé en su habitación. Olía a él. Qué rico.

Cerré los ojos frustrada, quitándome las putas tonterías de la cabeza. Ya fui lo bastante tonta en el pasado, no cometería más errores porque me llevarían a la derrota.

—No tengo intención de comerte, Lobo
—suspiré girándome para mirarlo —. Seguro tienes el pito chiquito que no sirve para nada, para comer eso, mejor me como una salchicha roñosa.

Su figura era tensa, había adoptado una nueva posición, las manos sobre las caderas y el ceño fruncido. Estábamos en medio del despacho, la cama estaba a varios metros más atrás.

Dio un paso hasta mi y no retrocedí.

—Parecías disfrutar mucho de él, cuando no llevabas un papel actuado —atacó.

—Lo que sea. ¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer.

Lamió sus labios mirando a otra zona del despacho.

—Necesito que me digas la verdad —pareció sincero.

Pero a esas alturas ya sabía cómo era. La sinceridad no era algo que premiaba, ni iba a premiar.

Aquí se venía a ganar, no a perdonar.

—¿Cuál verdad?

Me distraje bajando la mirada a sus piernas, se desplazó al escritorio para sentarse detrás de él, en un sillón lujoso. Salpicaba todo con las gotas de agua que esparcía de su cabello negro. La pierna cortada pasaba desapercibida, me imaginé una prótesis de hierro enganchada en su rodilla, pero no. Era como si nunca le hubiera pasado nada, las personas que contrató hicieron un buen trabajo ocultando y fabricando una pierna realista. Nunca vi una igual, tal vez porque el costo de ella fuera tan elevada que solo un mafioso con poder y dinero podía permitírsela.

—La verdad de todo. Sé que no eres Annika, aunque no creo que sea tan tonta de haberse dejado atrapar. ¿Donde está? ¿Cómo saliste de la prisión? ¿Quién te está ayudando, Bianca?

Me quedé mirándolo con una expresión seria. Me acerqué a su escritorio, pase detrás y él giró su sillón para no perderse ninguno de mis movimientos.

—Qué payaso eres. Pagaré a alguien para que te dé terapia.

—Dame terapia con tu coño.

Pero...

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora