Capítulo 45

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Bianca.

Sentada en la cama de mi prisión, me preguntaba si toda aquella situación podía mejorar.

La respuesta estaba ante mis ojos. No. Nada mejoraría, todo iría a peor. Ahora resulta que estaba embarazada, un hijo mío y de don crecía en mi interior como una semillita. La idea me puso los pelos de punta, pero es que no era una simple idea de mi cabeza, era la realidad. Dentro de mí un ser humano vivía. Y eso me mataba.

Me mataba porque quería odiarlo, como hacía con su padre. Quería detestarlo. Quería matarlo como sea. Dándome puñetazos en el abdomen hasta que ese diminuto ser se muriera. Cada día imaginaba como podían ser sus ojos, su boca. Si tendría los genes del padre o los míos. Si sería rubio. Si su destino iba a ser distinto al mío.

Así que, sin darme cuenta, ese sentimiento acabó convirtiéndose en amor. No podía odiarlo. Mi bebé no tenía la culpa de nada. Tan solo merecía amor y cariño.

Lo quería porque ese bonito niño era la representación de todo el amor que sentí, de todo lo bonito. Y eso me hacía llorar.

La vida me había quitado a Giovanni Lobo.

Pero me regaló algo mejor.

Un bebé mío. Suyo. Nuestro.

Ya no me sentía tan sola.

Me levanté del camastro dónde dormía, era bastante incómodo y eso provocaba que la espalda me doliera a horrores. Caminé lentamente por la celda, deteniéndome en el extremo del baño. Un espejo destrozado y roto proyectaba mi persona, me veía del asco, así que decidí atrapar las tijeras con punta redonda y cortar las hebras rubias de mi cabello destrozado.

Muchas personas dicen que cambiar de peinado significa una nueva etapa. Si quería ser una reina debía hacerles pensar que lo tenían todo, así robarles el puesto sería más sentido.

Annika Romanova era mi foco. Mi enemiga. Y la despedazaría poco a poco.

Quedé trasquilada por ambos lados, pero no me importó. Ese corte de cabello me ayudaría a pasar desapercibida.

El plan estaba en marcha, Luka me había ayudado o al menos lo estaba intentado.

—Presa 167, la lavandería espera sus cuidados —informó el hombre de seguridad —. Sígame. Ande recto y no vea a las cámaras.

Cuando salí de la celda las puertas se cerraron de inmediato. Seguí los pasos de ese hombre, era bastante robusto y lo había visto vigilar algunas veces. Bajamos en silencio por los pasillos de las celdas, todo estaba oscuro y el sonido de la nieve caer en el techo me aliviaba de alguna forma.

Respirar, necesitaba respirar. Porque todo saldría bien.

—¿Sabe qué hora es? —le pregunté tímida.

—Las cinco de la tarde. Silencio.

Hace menos de unas horas Luka que había enviado una nota enrollada dentro de un trozo de pan. Después de leerla tuve que mojarla y hacerla pedazos. Su plan era bastante sencillo. Más tarde vendría una persona a por mí que me llevaría a la lavandería, allí debía esperar hasta que alguien más apareciera y me explicará la siguiente parte del plan. No tenía ni idea de cómo iba a sacarme de allí.

Pero iba a confiar en él. Después de todo no perdería nada. Y en sus ojos de verdad vi la sinceridad.

Más puertas se abrieron, dejándome pasar por ellas y caminar lentamente hasta de destino. Creo que al oficial que me llevaba se le olvidó ponerme las esposas, así que cuando divisó a uno venir hacia nuestra dirección, rápidamente sacó las esposas y me juntó las muñecas.

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora