Capítulo 30

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Bianca.

Los problemas venían uno tras otro, y yo no era capaz de controlarlos. Don aseguró las cuerdas de la yegua blanca para avanzar hacia otro lugar, donde esos hombres armados no pudieran hacernos daño. Supe que el helicóptero era la seguridad del mafioso, que barría a su paso a todos esos malnacidos que atacaron las tierras.

—¿Crees que los demás van a estar bien? —le grité.

Tuve que deslizar mis manos por debajo de sus hombros para no caer. Mi cuerpo se apretó al suyo cuando Giovanni aumentó la velocidad de los caballos, picándole las cosquillas.

—Ahora solo me importa que tu estés a salvo —respondió sin emoción, concentrado en esquivar las balas —. Los demás me valen mierda.

No, no. No. No. Yo no te puedo importar, ni tú a mí tampoco.

—Pero... la pequeña Stella.

—A ella no le pasará nada, seguro están en el búnker que está situado debajo de la mansión. Tuvieron que saber del ataque antes de que esos cabrones derribaran la barrera —explicó sin mirarme, sus ojos estaban en sus terrenos, se deslizó entre la maleza con los caballos alejándonos más de la mansión.

—¿Quiénes fueron?

Me ignoró.

—¿Quiénes fueron, Giovanni? —pregunté por segunda vez.

Su mandíbula se apretó tanto que por un momento llegué a pensar que me tragaría sus huesos.

—No lo sé, Bianca —soltó un gruñido —. Deja de joderme ahora con preguntas, maldita sea.

Uy, murmuró algo más, pero fue tan bajo que no logre escucharlo. Rodeé los ojos fastidiada por su actitud de mierda. Ni, aunque se acabara el fin del mundo, dejaría de ser tan gruñón. Me confundía demasiado ese hombre, como que tenía una vena asesina de destripador y otra de osito amoroso. ¡Quién le entiende!

Se metió en una especie de bosque que subía hasta una montaña demasiado alta. Seguimos con los dos caballos ya en una velocidad segura, Relámpago rechinó al pasar por un caminito que terminaba debido a que unas rejas impedían el paso.

—¿Y ahora qué, genio? —cuestioné burlándome de Giovanni —. El camino está cerrado, para atrás no podemos volver porque nos matan. Ni para huir sirves.

Bajo su aterradora mirada a mis ojos, no había brillo en ellos como antes.

—Vuelve a abrir la boca y te tiro del caballo —sentenció apretando los dientes.

Bajé la cabeza para mirar los músculos de sus largos brazos que me rodeaban la cintura. Que me maten. Tuve que contenerme para no excitarme, pero es que eso, no se controla.

—Mejor cállame tú —murmuré con una sonrisita pícara escondida.

—¿Qué dijiste? —me apretó sus dedos en la piel de mis caderas.

—Uhm... Nada.

Encender la furia de Giovanni era demasiado fácil y entretenido. Aunque no debía pasarme mucho, porque después puede que me cortara de nuevo otros dos dedos. Idiota. Asqueroso. Puto cerdo... El hecho de recordar cómo me arrancó mis deditos, se me fue la calentura, después me moví para acomodarme mejor en la silla de montar, rocé mi parte baja con su erección y una deliciosa oleada de fuego empezó a emerger.

—Bien —soltó.

—Bien —lo imité.

Sin decir nada más se bajó del caballo, yo hice lo mismo, pero no busqué su mano para bajar. Podía hacerlo sola, no necesitaba su ayuda ahora. Hizo un nudo con la cuerda de los caballos en un árbol cercano, caminé hasta la yegua para acariciarle el pelaje blanquecino y le di un pequeño beso en su cabeza. Nevada era muy suave, y rebelde.

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora