Capítulo 39

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Bianca.

¿Secreto? No tenía secretos, nadie sabía mis secretos. Mucho menos él, que estaba medio muerto. Aún seguía encima de mí, sus labios se movían provocadores. Entonces mi cuerpo se tensó.

—No sé de cuál secreto hablas —parloteé sin aliento.

Negó con la cabeza divertido, pero sus ojos penetrantes no emitían lo mismo. Solo rabia y fuego. Uno muy bien escondido pero que yo lograba ver. Se acercó un poco más, rozo mis labios con su boca, lamiéndolos. No dije nada.

—Eres una puta mentirosa, ¿sabías? —bramó con dureza —. Quiero que me digas la verdad. ¿Qué pasó el día que iba a casarme?

El hechizo de tenerlo cerca se rompió, mis músculos rápidamente se tensaron, tragué saliva intentado crear un plan que no desvelara las verdaderas intenciones que tenía yo. Tal vez mi madre le había contado para salvar su pellejo, y él había creído todo lo que había dicho. Me sentía entre la espada y la pared, así opté por mentir.

Era una mentirosa, sí. Pero nadie cortaría mi cabeza.

—Yo... Giovanni, yo... —pestañeé queriendo parecer inocente.

Sus ojos me analizaban, parecía que se estaba creyendo mi cuento. A él no podía decirle la verdad, no podía decirle que no quise casarme yo y que hui por mi cuenta. Porque entonces estaría muerta.

Y no quiero morir ahora que sus besos me han hecho vivir de nuevo.

—¿Tú qué? —estaba ansioso por saber.

—Perdóname —supliqué, de mis ojos emergieron nuevas lágrimas —. Mi madre me puso una trampa para que escapara de mi casa, ella me odiaba, no quería que yo me casara contigo y tuviera más poder que ella. Así que colocó a Priscilla en mi lugar. Era su favorita. Yo de verdad no quería problemas, así que me callé todo esto porque no quería morir. No me sentía cómoda cuando tuve que ir a vivir con vosotros por esto. Esa vez que me cortaste los dedos, fue porque mi hermana me hizo sentir como mierda. No dejaba de insultarme y vejarme, así que le agredí.

Me escuchaba atento, quitando las lágrimas que salían de mis ojos y bajaban de mis mejillas con sus besos. Lamía cada lágrima y besaba mi cara. No podía creer que lo hubiera tragado mi mentira.

Pero no decía nada. Su silencio me hacía estremecer, porque nunca iba a saber cómo Giovanni reaccionaría.

—¿Crees que podrás perdonarme? —susurré, la voz me salió rota.

Bajó su mirada hacia mis labios.

—Me tienes tan enculado, tanto Bianca, que no te puedes hacer una idea —murmuró, dejando un piquito en mi boca —. Y ahora lo entiendo, tú eres mi verdadera mujer. Estaría toda la vida rezando a mi diosa, tremenda hembra a la que me destinaron.

Fruncí mi ceño, mi corazón latió sin control.

—¿No estás enfadado?

—Claro que sí, estoy muy enfado, pero tenerte debajo de mí solo hace que sienta ganas de terminar con lo que empezamos—uno de sus brazos se metió bajo mi cuerpo agarrando mis caderas —. Quiero follarte, en condiciones. Nada de a medias.

—¿Y quién te dijo que me voy a dejar? —cuestioné con una sonrisilla.

Delineó su dedo por la tela de mi falda, alzando la tela para tocar mi piel. En ese mismo instante supe que estaba perdida en el abismo de oscuridad que era Giovanni Lobo.

Mi enemigo.

Pero también el hombre que me había hecho sentir.

—¿Ahora me rechazas, Bianca? —sus cejas se fruncieron.

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora