Capítulo 36

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Bianca.

No podía respirar.

Me moví por los pasillos oscuros mientras dos hombres robustos llevaban a Don a su dormitorio. Había perdido muchísima sangre en el auto mientras veíamos hacia la hacienda, aun recordaba cómo apretaba más su herida para que no se desangrara, era inútil. Al final mi cuerpo quedó manchado de su sangre, que me picaba y me quitaba el aliento.

Era una estúpida, porque a pesar de todo me preocupaba por su bienestar, cuando él nunca se preocupó del mío. Giovanni Lobo era un mafioso malo, mataba a gente, hacía daño a las personas, pero follaba como un jodido diabólico y me gustaba su forma de ser.

Era un villano, el villano de mi historia, que quería follarme y venerarme como si fuera la jodida reina de su infierno.

Era un idiota, pero era mi idiota. Y seguramente estaría muerto en esos momentos, por salvarme la vida.

¿Acaso tendría síndrome de Estocolmo? Él no me había secuestrado... ¿Entonces? ¿Por qué tenía que encontrar una explicación cuando sabía perfectamente que me pasaba?

Estaba... ¡No! Imposible. No podía ser.

Me negaba a que lo que pasaba por mi cabeza fuera cierto.

Respiré hondo, observé como los hombres giraban hasta detenerse abruptamente en la puerta de la habitación de Giovanni. Una vez que abrieron la puerta, Melody se metió empujando a todos con las lágrimas aun cayendo de su rostro, intenté ir con ella, entrar para ver cuál era la situación de la herida de su hermano, pero unos dedos fríos se curvaron en mi brazo y me jalaron fuera de la puerta. Todo se cerró y se sumió en un silencio incómodo.

Cuando me giré para enfrentar a la persona que me había alejado de Giovanni me encontré con Sergie.

—Suéltame —le ordené.

Algo me decía que no iba a ceder tan fácilmente.

—Vete de aquí. Deja a mi hermano en paz, eres una puta que solo ha hecho más que intentar matarlo —siseó él, tirando de mí —. Puede que ya lo hayas conseguido, puta.

Me zafé de su agarre, pero él no tardó en empujarme hasta la pared. Solté un gemido de dolor cuando mi espalda chocó contra algo afilado.

—No es mi culpa que lo hubieran disparado —me encogí de hombros.

—Pero es tu culpa enamorarlo y hacer que dé su vida por la tuya. ¡Lárgate! ¡No te quiero ver! Asesina. Si mi hermano muere tú serás su asesina.

Un vacío cayó sobre mí.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos, luché por retenerlas, pero no podía. Mi corazón latía desbocado sobre mi pecho, tan solo de imaginar que podía morir de verdad. Yo no había sido su asesina, no porque no le hice nada. No cumplí mi venganza, si hubiera sido más rápida al matarlo yo misma, nada de esto estaría pasando. El dolor no estaría matándome por dentro.

—Cierra la boca, Sergie. Él no va a morir.

Las facciones del hombre se tensaron, parecía echar humo por lo cabreado que se puso de repente.

—¡Tiene una puta bala en el corazón! ¡Es cuestión de horas que muera! —me gritó a la cara.

Tragué saliva, alejándome de su ferocidad.

—No estaba allí, la bala está alojada más arriba del corazón y yo creo que...

No pude terminar de expresarme. La cara interna de su mano chocó con mi mejilla, haciendo un ruido atronador e impulsándome hacia atrás. El picor pronto llegó, la rabia subió tan rápido por mis venas que no pude ser dueña de mis actos.

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora