Capítulo 44

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Bianca

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Bianca.

Estuve un mes más en el ala de aislamiento. Me subieron unos años más la condena por matar a esa mujer. No sentí pena ninguna por robarle la vida, porque era una mala persona y me iba a hacer daño a mí. Era yo o ella. Y decidí salvarme a mí.

La cárcel era como una jungla. Los depredadores iban a por sus presas, así que te tenías que convertir en un depredador antes de que te devoraran. Ahora yo era ese depredador.

No salía de mi prisión. Por prevención me ubicaron en una solitaria. Mejor así. No sentía ganas de ver a nadie. Tampoco de que me acosaran después de lo que hice. Volví a robarle la vida a otra persona y ni siquiera me importó. ¿Había algo mal en mí? Sí. Ahora no tenía alma y esa era la consecuencia.

Me había convertido en una persona egoísta.

Ya no me importaban los sentimientos de los demás, solo los míos.

—Bianca Lamberdy —el pitido de la puerta me hizo alzar la cabeza y mirar al guardia —. Tienes visita.

¿Visita? Yo no podía tener visitas. Estaban prohibidas para mí. El corazón me latió fuerte en mi pecho, rápido me puse en pie y salí por la puerta cuando él me lo permitió. Después buscó las esposas y las colocó detrás de mí muñecas a mi espalda. El pasillo de la prisión se volvió más aterrador cuando me encontré caminando.

Desde allí, todas las prisiones estaban conectadas y podían verme. Casi siempre podía en mis rejas una sábana para tener privacidad, pero todas las miradas de esas presas me estaban poniendo nerviosa. Las oía cuchichear en ruso, así que no entendí nada de lo que decían. Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

Puede que me tuvieran miedo después de lo que hice.

O tan solo estaban analizando mis acciones para matarme después.

Aún tenía la sangre de esa mujer debajo de mis uñas. Intente quitarlas, pero no me había duchado desde hace mucho tiempo.

Mis pensamientos intentaron descubrir quién era la persona que me visitaba. ¿Cómo lo había hecho? Pensé en Giovanni Lobo, entonces recordé que no podía ser él porque lo asesiné.

Sentí un pinchazo en mi pecho y respiré muy hondo siguiendo al guardia. Él hacía gestos con sus manos, para que los demás trabajadores de la cárcel, abrieran poco a poco las rejas que dividían las diferentes salas. Cada pitido resonaba en mi cabeza, cada parpadeo me hacía querer llorar.

No lo hice.

Me erguí y en unos minutos estaba sentada en un cubículo. Todo paso rápido, no había nadie más en esa sala. Había un vidrio de cristal que partía el cubículo. Aquello era parecido a lo que se grababa en algunas películas de cárceles y criminales.

Me senté en la silla que era bastante incómoda. Espere a que alguien se encontrara al otro lado. Pero no había nadie.

Fue entonces cuando lo vi.

Reyes de la Mafia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora