Priscilla.—Mi Don, por favor. Déjeme ir a esa fiesta en Nueva York —supliqué pestañeando.
Una empleada pasó por su lado para echarle en el plato espaguetis a la carbonara. Era su plato preferido. Lo sabía porque durante su huida con mi asquerosa hermana, investigué sobre sus gustos. Las empleadas eran conscientes de lo que era de su agrado o no, pero había una de ella, una vieja que era como su madre.
Congeniamos muy bien. Y me contó absolutamente todo de él.
Le quitaría esa obsesión con Bianca, sí que lo haría porque él era solo mi esposo. Debía venerarme y hacerme feliz. Yo era tu sol, la persona más importante. Así lo exigía la mafia.
—Priscilla, he dicho que no —repitió con los dientes apretados.
Me miró un segundo para volver a enrollar su tenedor en la pasta.
—Por favor. Quiero ir.
Hizo un ruido raro. Qué desagradable.
—No creo que en tu estado sea lo más conveniente —explicó con la voz alzada.
Hice un puchero girando mi cabeza hacia su abuelo. El vejestorio todavía seguía vivo, y casi va al otro barrio. Cuando los rusos nos atacaron, casi le dio un ataque en el corazón en ese búnker.
—¿Qué opina usted, abuelo? —pregunté dolida.
Él dejó su copa de vino y conectó los ojos con su nieto.
—Puede que Priscilla tenga razón, debería ir contigo y así podéis compartir más tiempo juntos. Os he visto muy despegados, las parejas deben estar unidas. Para lo bueno y lo malo —explicó él.
—Es peligroso —objetó Don —. No irá. No pondré en peligro a la madre de mi hijo. Las cosas están mal.
En verdad me apenaba que no me hiciera caso. Se la había pasado de aquí para allá, sin reparar en mí. ¿Sería verdad lo que Bianca había dicho? ¿Me usaría para parir a su heredero y después matarme? ¿Por qué todos los hombres que me gustaban pasaban de mí y se enamoraban de mi hermana?
Me estremecí en la silla de lujo.
La mansión de Don era bestial, más grande que la mía en Los Ángeles. Bianca seguramente estaría en un cuchitril. Yo aquí con un hombre apuesto, con miles de demonios en su interior que opacaría con mi cariño.
—Por eso mismo —el viejo le dio un apretón de mano a Don —. Si te ven con tu esposa —remarcó la palabra —. Puede que todos tus problemas se solucionen. Ya sabes de lo que hablo.
—¿Y si le pasa algo por el embarazo? —gruñó, ya estaba casi convencido.
Aquellas palabras de su abuelo habían hecho mella en él.
—Siempre podéis engendrar otro —sonrió feliz.
Chillé cuando asintió con la cabeza de mala gana. ¡Iba a ir a una fiesta con mi esposo! Era la oportunidad perfecta para que me deseara y me tomara de nuevo. Deseaba tanto volver a repetir lo que hicimos la noche de bodas.
—¿Y en qué consiste esta fiesta? —pregunté con entusiasmo.
Luka que estaba a mi lado habló antes de que él pudiera hacerlo.
—Es una recaudación de fondos para algunos orfanatos. Toda la élite de Nueva York llegará para apostar cosas de arte, lo que se gane será destinado a esos niños huérfanos. Es una idea que lleva en la cabeza de Don hace mucho tiempo, él será quien done más dinero y organice la fiesta —explicó relajado, parecía que se sentía orgulloso de mi marido.
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Reyes de la Mafia ©
Ficção Geral«El peligro siempre será lo más tentador». . . . Créditos correspondientes a la imagenes de la portada, fueron sacadas de Pinterest. Historia original, prohibida la copia o adaptación.