Capítulo 30

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Por la mañana, el cielo había amanecido límpido y el sol comenzaba un lento trabajo de descongelamiento, brillante y alegre

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Por la mañana, el cielo había amanecido límpido y el sol comenzaba un lento trabajo de descongelamiento, brillante y alegre. Cada hojita de cada arbusto goteaba la nieve derretida al ritmo de un segundero atrasado. Algunas flores se abrieron perezosas a la mañana, y el suelo del patio y los techos de las cúpulas desvanecían el blanco para revelar los verdaderos colores de sus superficies.

En el refectorio, tanto Alena como André y Elián estaban sentados en sus respectivos lugares, bebiendo su café y untando sus tostadas como todos los demás alumnos, a pesar de que alguien estaba ausente en aquel rincón de la mesa, ese era un motivo de oculta felicidad, disimulada. Lo único que hacía empalagoso el desayuno eran las miradas que inevitablemente se dirigían los dos amigos de André, cargadas de anhelo. Blanqueó sus ojos y carraspeó, para traerlos a la realidad.

Elián lucía su cabello mojado y un traje limpio. Sin embargo su rostro a pesar de las muecas sonrientes que se esforzaba en esconder eran testigos de la falta de sueño y las oscuras ojeras de cansancio que portaba.

El pequeño André se pasó la mano por su sedoso cabello antes de desviar su mirada al resto del comedor. Percibió el ojo de «El director» sobre ellos. Fue consciente de que siempre estaba escrutando el mismo sector con seriedad y que además intimidaba un poco. Cierta cuestión con esa observación amenazadora le hizo rememorar la plática con Alena, un par de horas antes.

»— André, ¡qué susto!

—¿Te parece bien lo que estás haciendo? —le había preguntado ni bien se dio vuelta espantada al entrar por la ventana.

—No entiendo de qué hablas...

—Sí lo sabes, Alena. Pensé que tu futuro te importaba aunque sea un poco.

—¡Y me importa! ¿De dónde sacas lo contrario? —se había defendido ella, sin comprender nada.

—Hablo... —murmuró él—, hablo de tu «venganza»

Alena había abierto los ojos de forma exagerada. Y se puso nerviosa al punto de temblar.  

—¿De q-qué estás hablando? —tartamudeó.

—Lo sé todo. Creí que estabas aquí, para tener un lugar en un colegio respetable, el lugar que tu hermano no quiso.

—¡André! Es así... al principio no. Yo... es cierto, aproveché la vacante para colarme y...

—Tú nos conocías —reveló él—, nos conocías de mucho antes de entrar a Storm Hill.

El pequeño André había visto la expresión de terror de su amiga, eso nadie se lo había dicho. Lo recordó él mismo cuando hizo memoria con respecto a Giovanna y Leopold, y ató cabos.

—¿Estás engañando a Elián? —le cuestionó con expresión preocupada. Su amiga, quieta y refregándose las manos, miró las lajas del piso, mientras se mordía los labios con nervios. Y comenzó a llorar.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora