Capítulo 21

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Leopold y André se quedaron en el hotel del centro de Walddorf, donde él solía desayunar con su padre cuando venía al pueblo, como la última vez

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Leopold y André se quedaron en el hotel del centro de Walddorf, donde él solía desayunar con su padre cuando venía al pueblo, como la última vez. Leopold caminaba alrededor de las camas y la mesa nervioso y pensativo. Sus ojos azules se estrujaban o se abrían de acuerdo al pensamiento que le cruzaba por la mente, contrariado consigo mismo y sus ideas.

—Lo mejor será llevarle flores, ¿qué crees? —le preguntó a André, quien estaba tirado en una de las camas, observando como el otro hacía un caminito con sus pasos sobre la alfombra —No, unos chocolates, y quizá algún anillo... o un collar... ¿Qué dices?

—Digo que apestas.

—Ey, ¿qué te ocurre? —inquirió completamente azorado con esa respuesta —¿Estás molesto conmigo?

—Digo que deberías darte un baño, Leopold. Apestas —sonrió André con gracia, y le señaló el cuarto con el índice.

—Es verdad. Giovanna no querrá verme así, ¿no?

—No creo que le importe si realmente te ama... pero jugaría a tu favor una ducha.

—No he traído más que lo que tengo puesto —admitió.

—Yo me encargaré de eso, ahora vengo. Compraré algo que puedas ponerte —dijo André poniéndose de pie, y acomodándose la camisa en el pantalón.

Antes de irse, el pequeño André contempló su imagen varias veces en el espejo, acomodó su peinado y el cuello de su camisa. Sonrió y se despidió, atravesando la puerta. Leopold entonces procedió a quitarse el uniforme sucio y transpirado del colegio y a meterse bajo el agua caliente, pensando aún en cómo se acercaría a Giovanna Esaguy sin arruinarlo, suplicándole su perdón. 

Al franquear la puerta del hotel, André fue atravesado por una profunda felicidad y una ansiedad incontrolable. Bajó los peldaños hasta la acera y tomó la dirección opuesta a la calle donde se encontraban los negocios; pasó por una floristería a comprar un ramo para dejar como ofrenda en el único lugar sagrado al cual ahora era devoto de asistir con suma urgencia. Y temblaba con frío y cierta emoción cuando enfrentó su pequeño cuerpo ante la fachada de la iglesia.

"Ahí está, qué tranquilidad que emana", pensó conmovido cuando lo pudo ver, arreglando las flores a los pies de las estatuas con sumo amor y tranquilidad. André quizá se sostenía sobre el piso con fuerza de voluntad, porque sus nervios y ansiedad le estaban traicionando, sus pasos resonaron lentamente en la acústica del cerámico al acercarse. Y Alexander Bizancio se dio vuelta por instinto, hasta que sus ojos se encontraron, y le sonrió de forma enigmática, de manera que a André le quedaran dudas de la intención de su gesto. Torpemente, André le extendió sus flores a él.

—Gracias... y hola André —dijo Alex, sonriendo de forma tal que sus ojos se escondieron entre sus párpados.

El pequeño André no pudo evitar el rubor de sus mejillas, y le correspondió con una sonrisa intensa pero callada y tímida, mientras intentaba parecer disimulado con sus sentimientos.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora