Capítulo 19

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Las notas bajas que el Prodigium había obtenido en Storm Hill, rápidamente circularon en boca de todos los estudiantes, y lo comparaban con el otro estudiante becado, que había superado sus calificaciones con alto rendimiento académico

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Las notas bajas que el Prodigium había obtenido en Storm Hill, rápidamente circularon en boca de todos los estudiantes, y lo comparaban con el otro estudiante becado, que había superado sus calificaciones con alto rendimiento académico. Evidentemente, algo con Alexander Bizancio no estaba bien. Quizá no se había adaptado al colegio, quizá las reglas severas con las que tenía que negociar los castigos en base al estudio y al comportamiento no las había internalizado, quizá, no quería estar allí. Había tantas dudas en torno a ese chico de pobre estirpe que deambulaba de patética forma por los corredores del colegio que era inevitable que no se hablara de él.

Cuando Leopold le dijo que le ayudaría a estudiar, Alena nunca pensó que se lo iba a tomar de una forma tan literal.

La primera mañana que la despertó, André no había podido evitar que tirase la puerta abajo con sus golpes. Leopold era bastante madrugador, siempre lucía impecable y se dedicaba a pasar por los corredores sacudiendo puertas. Esa mañana no fue la excepción. Cuando Alexander abrió apenas los ojos, con su cabello despeinado y suelto, y sin sus lentes, pero con el pijama de su hermano verdadero, lo primero que atinó fue a saltar de la cama como la primera vez que se adentró en la habitación y lo despertó a portazos. Estaba parado al lado de su cama, con varios libros bajo el brazo, semblante autoritario, y mirada filosa. Alena se puso de pie y corrió a vestirse rápidamente, peinando también su cabello para disimularlo antes que Leopold sacara alguna conclusión. Pero aquel detalle, no había pasado inadvertido en esa ocasión para el joven hijo del "director". Alexander, el novato, tenía un pésimo gusto por los peinados. Haciéndose jopos propios de la década del cincuenta, que casi nadie allí se atrevía a usar, sino que todos lo llevaban casi por regla general, extremadamente corto.

La joven adolescente, no podía dejar de pensar que en esta buena acción de Leopold Frank, había solamente un alma solidaria que le ayudase a recuperar el amor. Quizá ocultaba algún secreto. Inevitablemente, tuvo que preguntar.

—¿Por qué me ayudas?

El adolescente lánguido, en su marcha hasta la biblioteca, con grandes zancadas y poca paciencia, respondió con un impensado suspiro de melancolía.

—Ya te lo dije, para recuperar a Giovanna.

—Intento creer, que no es por algo más —dudó Alena, siguiéndole casi al trote.

Leopold hizo un silencio, conteniendo hasta el aliento. Y recordó algo que preferiría olvidar. Tragó saliva en todo el cúmulo de recuerdos miserables en los que estaba sumida su vida en los últimos días.

—En todo caso, es asunto mío.

Alena sonrió para sí misma.

—Porque entre zorros no se pisan la cola.

—¿Quién te dijo eso? —preguntó con sorpresa, y le dirigió una intensa mirada azul.

—André —respondió con simpleza.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora