Capítulo 13

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Después de probar varias llaves dentro de la plateada cerradura, por fin Leopold dio con la que abría la puerta

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Después de probar varias llaves dentro de la plateada cerradura, por fin Leopold dio con la que abría la puerta.

Era la hora de deportes, y él, en vez de estar practicando esgrima en el salón con su pequeño grupo, había desviado su horario para cumplir con lo que consideró un acto de justicia.

Las cortinas estaban descorridas, y la habitación prolija e iluminada, antes que pasara algún alumno y llamara la atención, Leopold se adentró rápidamente y cerró la puerta. Observó en una milésima de segundo hacia todos los lugares posibles donde el novato pudiera ocultar "algo", un algo que ignoraba qué era, pero que él estaba seguro que existía.

Desde el comienzo le había llamado la atención por varios puntos negativos en su persona. Y los iba sumando en una pequeña libreta para no olvidarse ninguno. Era demasiado delicado, enfermizo hasta cierto punto, ya que su asma, hasta ese momento, nunca se le había revelado. Y después había cosas... otras cosas que no podía tolerar, a pesar de que se las habían negado con juramentos.

Estaba violando la privacidad de la habitación de un alumno de Storm, cuando las llaves solamente las tenía su madre en un cajón dentro de su escritorio. Pero astutamente, esperó a que ella se fuese a quién sabe dónde ese momento, ya que había dejado su insustituible despacho para vagar por los pasillos del colegio y aprovechó la oportunidad para colarse dentro, tomar el manojo del primer pasillo, y correr hasta la habitación de André y Alexander. La única desventaja con la que lidió fue que ignoraba cuál era la de su cuarto, y demoró su tiempo mientras probaba cada una hasta que embocó la correcta.

Pero lo peor había pasado, y él estaba dentro del cuarto, buscando algo que le ayudara con su teoría aún imprecisa, de la naturaleza macabra de Alexander Bizancio.

Recordó lo furioso que se había puesto cuando tomó uno de sus antiguos libros de la biblioteca, así que fue allí en primer lugar. Miró los lomos rápidamente uno por uno, leyendo los títulos, y haciendo memoria del que él había tomado en sus manos aquella vez.

Estiró su mano hacia las Sagradas Escrituras, que ocupaban un grueso tomo en uno de los estantes.

"¡Deja esa Biblia!", recordó con la voz de Alexander, quien lo dijo, como si le gritara a su mente, y André incluso se la quitó de las manos, aquella vez que se le ocurrió darle los buenos días.

"¿Qué tienes en este libro, que tanto te enojó?", se preguntó entonces, abriéndolo. En la primera hoja, tenía la firma de Alex y una fecha, aproximadamente de hacía un año. Pero, ¿qué le decía con eso? No estaba seguro. Aunque sacó su celular del bolsillo, y le tomó una fotografía. Luego lo volvió a esconder dentro porque sabía que estaban prohibidos, incluso para él. Siguió pasando las finas hojas de papel aleatoriamente de una punta a la otra, esperando una verdad revelada. Lo que encontró fue un billete de cien dólares, prolijamente planchado, quizá por el peso de las hojas, y el propio peso del libro, pero se notaba que estaba estrujado desde hacía tiempo. "¿Y este dinero, para qué lo guardas Alex, acaso piensas comprarte algo?", lo volvió a dejar en su lugar, pero lo tuvo en cuenta, solo que ignoraba para qué era, y le causó un misterio mucho mayor. Y, como no se consideraba un ladrón, tampoco lo tomó para él. No le hacía falta. Solamente iría a parar la experiencia de su descubrimiento, a su libreta.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora